lunes, 30 de junio de 2008

Por mantener el pulso.

Una de las últimas aportaciones de los amigos del blog Abulafia (en la que hablan sobre la Venus de Tan-Tan) me ha traído a la cabeza un asunto, que es el de las falsificaciones en prehistoria. No quiero decir que la tal venus sea una falsificación. Para que fuera así habría de mediar un acto consciente por parte de alguien con objeto de hacer pasar por verdadero aquello que no lo es, y a mí me huele que esa venus marroquí es un capricho de la naturaleza, aunque bien es cierto que siempre he tenido un olfato pésimo (y por cierto, algún día pondré una foto de un pedrusco de algo que o es la reproducción más antigua jamás encontrada de un barquito velero, o el positivo de un enorme diente de tiburón en arenisca –o en cuarcita moderadamente metamorfoseada, como en el caso de la venus- o nada, es decir, otro capricho de la naturaleza).

En el campo de la prehistoria ha habido casos de falsificaciones de toma pan y moja. Una de las más conocidas es sin duda la del “hombre de Piltdown”. No queda claro si inicialmente fue una broma que a alguien se le fue de las manos o si realmente pretendía ser un verdadero engaño. En un artículo Gould investigó quién pudo ser el autor –ya disculpareís pero en la paradisíaca playa del Índico en la que me encuentro no tengo mis notas a mano y Gould no escribió precisamente poco, así que a mi vuelta ya os pasaré la cita si antes no la deja pegoteada alguien por aquí-, autor o grupo de ellos cuyo nombre sí recuerdo pero omitiré. De hecho esto puede convertirse en la tercera pregunta del concurso de Homorgasmus: ¿Quién, según Gould, pudo haber participado en la falsificación del hombre de Piltdown?

A comienzos del siglo XX los antropólogos estaban, entre otras cosas, dale que te pego al orden en que se habrían dado lo que podemos considerar hitos fundamentales en el proceso de la evolución humana y, de paso, respecto a la humanidad de los primeros homínidos. Estos hitos serían: terrestrialidad, bipedismo, encefalización y cultura, expresados en el orden de la secuencia que había defendido Darwin, pero no para todo el mundo era así: para Keith –y hablo de los años 20- primero habría sido el bipedismo, luego la terrestrialidad…, en tanto que para Elliot Smith primero habría sido el desarrollo cerebral, que habría dado lugar a una criatura inteligente pero todavía arborícola. Otra cosa que estaba pasando a comienzos del siglo XX era que Gran Bretaña no tenía nada viejo que llevarse a la boca y se estaba quedando atrás en eso de ser la cuna de la humanidad.
En el año 1912 aquellos que nos desayunamos leyendo el periódico lo hicimos con una noticia que dio la vuelta al mundo. En una gravera en Piltdown, en Sussex, al sur de Inglaterra, un aficionado o un trabajador –ya no me acuerdo de lo que ponía- había hallado restos de animales antiguos, herramientas de hueso y piedra y al eslabón perdido entre simios y humanos. Se trataba de una caja craneana de aspecto completamente humano y una mandíbula de aspecto simiesco. Faltaban parte del cráneo, los huesos de la cara y los cóndilos de unión entre la mandíbula y el cráneo, pero el clima intelectual de la época y la visión antropocentista (la tesis de Smith se había impuesto durante cierto tiempo) posibilitaron que los hallazgos fueran autentificados, y así se dio nombre a una nueva especie, Eoanthropus dawsonii, un ser intermedio entre simios y humanos (“el hombre de la aurora de Dawson”, denominación que a su vez siempre me recuerda al “estrato aurora” de TD6, y que puede ser la cuarta pregunta de nuestro concurso: ¿Por qué se llama estrato aurora al estrato aurora de TD6?). Se confirmaba la primacía del cerebro y que algo parecido a sapiens existió ya desde antiguo y en Eurasia, no en África. Es verdad que su autenticidad fue puesta en cuestión en unas cuantas ocasiones, pero también que los más importantes antropólogos británicos y americanos se pronunciaron a favor de su autenticidad.

En la década de los 50, y gracias a una técnica ideada por Kenneth Oakley que se utiliza como sistema de datación relativa, el análisis del fluor, él mismo demostró que los huesos del cráneo eran mucho más viejos que los de la mandíbula, y que consecuentemente no podían pertenecer al mismo individuo. El cráneo pertenecía a un humano y la mandíbula a un orangután con los cóndilos fracturados y los dientes limados para darle un aspecto más humano. Todo había sido decolorado con bicromato potásico para darle al conjunto una apariencia más antigua y uniforme.