Hace un tiempo, estando yo en uno de esos pueblos con encanto, ví como una hormiga ascendía por un gran arbusto. A lo largo de su trayecto observé como a veces parecía dudar entre qué rama tomar entre varias posibles, y cómo en ocasiones siguió su camino sin reparar siquiera que tras de sí quedaban otras. Cuando llegó al final de una rama, que tampoco era la más alta, un súbito soplo de frío viento se la llevó. Siendo tan grande y ramificado el arbusto su tránsito por él no resultó sino una simple línea más o menos sinuosa.
Mientras buscaba yo a la hormiga me preguntaba si antes de que ese soplo de frío viento se la llevara había sido consciente de que el arbusto era un laberinto y que cada opción que se le planteaba a casi cada instante conducía finalmente a un destino diferente. ¿Había elegido siempre? ¿Había llegado donde había querido o a donde el destino la condujo? En fin, este tipo de preguntas que no son posibles donde vivo porque vete tú a encontrar aquí una hormiga, o incluso un arbusto.
Pobre hormiga, pensé, cuando ya dí por terminada mi inútil búsqueda. Si hubiera elegido una rama que había un poco más abajo de la mitad del arbusto habría llegado a una zona con otras hormigas, que aún permanecían ahí después del episodio del súbito soplo de frío viento. De vuelta a casa y pensando en la hormiga me dije que las hormigas no deben tener ni conciencia vigil, ni sentimiento o juicio de posibilidad, ni libertad (o que al menos alguno de estos rasgos les debe de faltar, digo yo), requisitos todos ellos previos a la génesis de las acciones humanas. Entonces llegué a la conclusión de que la hormiga no pudo elegir como nosotros hacemos y por tanto la geometría de su tránsito por el arbusto fue sólo resultado del azar. Definitivamente, pobre hormiga.
Mientras buscaba yo a la hormiga me preguntaba si antes de que ese soplo de frío viento se la llevara había sido consciente de que el arbusto era un laberinto y que cada opción que se le planteaba a casi cada instante conducía finalmente a un destino diferente. ¿Había elegido siempre? ¿Había llegado donde había querido o a donde el destino la condujo? En fin, este tipo de preguntas que no son posibles donde vivo porque vete tú a encontrar aquí una hormiga, o incluso un arbusto.
Pobre hormiga, pensé, cuando ya dí por terminada mi inútil búsqueda. Si hubiera elegido una rama que había un poco más abajo de la mitad del arbusto habría llegado a una zona con otras hormigas, que aún permanecían ahí después del episodio del súbito soplo de frío viento. De vuelta a casa y pensando en la hormiga me dije que las hormigas no deben tener ni conciencia vigil, ni sentimiento o juicio de posibilidad, ni libertad (o que al menos alguno de estos rasgos les debe de faltar, digo yo), requisitos todos ellos previos a la génesis de las acciones humanas. Entonces llegué a la conclusión de que la hormiga no pudo elegir como nosotros hacemos y por tanto la geometría de su tránsito por el arbusto fue sólo resultado del azar. Definitivamente, pobre hormiga.
1 comentario:
Bonita historia.
Pero no creo que todo fuera azar.
Quizás la hormiga estaba buscando los casi imperceptibles rastros químicos dejados por sus compañeras en el camino, a la vez que sembraba el suyo con más feromonas (son señales que les dicen algo así como "Holá, por aquí pasó una hormiga antes que tú").
Y es que hasta los bichos más pequeñajos tienen sus trucos, oye.
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