Stephen Jay Gould decía que “una de las ideas que más les cuesta aceptar a los seres humanos es que no seamos la culminación de algo”. No se refería a todos, claro. La insistencia en autodiferenciarnos de los animales y de considerarnos el resultado de un plan, no se da en todos los grupos humanos, y es algo reciente en nuestra historia (nuestros antepasados prehistóricos “parecen haber aceptado sin vacilar que formaban parte del gran continuo animal”). Si a uno ya le chirrían las trócolas pensando que tal vez no sea el fin de un proyecto, la culminación de un proceso teleológico, quizás se parta por el eje si se le insinúa que (como especie) estamos aquí como podíamos no estarlo. A nivel de cada uno de nosotros es muy obvio. Si tus padres no se hubieran conocido tú no estarías aquí. Pero una vez que se conocieron las probabilidades de que estuvieras eran menos que las que yo tengo de acertar todos los días los seis números de la bonoloto de aquí a que me muera, y soy un chaval. Y seguían siendo muy pocas el día que decidieron darse un gusto en un momento muy preciso, porque si no tampoco. Y hablamos sólo de tus padres. Sólo con retroceder 8 generaciones “encontrarás a unas 250 personas de cuyas uniones en el momento preciso depende tu existencia”. Pero te tocó, y aquí estás perdiendo el tiempo.
A nivel de las especies que hoy pueblan la Tierra pasa algo similar. Cambia un solo acontecimiento del planeta (el meteorito que ya no acaba con los dinosaurios, la falla del Rift que ya no se abre...) y la historia habría sido otra. Pobre hormiga.
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