lunes, 7 de abril de 2008

En los cinco continentes.

Montaje.

Un desconocido mío se va estos días, eso me ha dicho, a Zimbabwe a hacer unas excavaciones arqueoloquicas. Casualmente la semana pasada la prensa ha traído información sobre la lamentable situación que vive el país. Una inflación de más del 100.000% (el precio de un billete de autobús varía a lo largo del trayecto). Un dólar americano son (o eran) 40.000.000 de dólares zimbabuenses. A raíz de ello, no de la inflación, sino de la coincidencia, he pensado en abrir otra sección en el blog (en realidad lo de sección es un decir, porque aquí toda va como un chorizo), referida a la arqueoloquía en otros continentes.

Durante mucho tiempo, la visión que se ha tenido de la evolución biológica y cultural de los humanos fue una visión eurocéntrica. A comienzos del siglo XX, cuando se debatía sobre cuál de las varias características que nos hacen humanos se había desarrollado primero, muchos no repararon en aceptar al Eoanthropus dawsonii (aparecido en Piltdown, Inglaterra) como el eslabón perdido entre los simios y nosotros, con un consiguiente origen europeo de los humanos. Ese fraude, posiblemente uno de los más grandes de la historia de la Arqueoloquía, impidió el justo reconocimiento durante años de los hallazgos de Dart en Sudáfrica. Para las interpretaciones evolucionistas, primero, y difusionistas, después, los grupos de “primitivos actuales”, que servían de experiencia viva del pasado a investigadores del XIX y principios del XX, eran grupos enquistados, sin la capacidad vital para evolucionar (culturalmente) o en su defecto situados al margen de las rutas o vías por las que habían circulado las ideas. A finales del siglo XIX Bent ya realizó excarvaciones en el Gran Zimbabwe, un conjunto de estructuras de una ciudad construida entre los siglos XI y XV que en su momento de mayor apogeo pudo contar con 18.000 habitantes. Pero no podía ser obra de poblaciones subsaharianas, consideradas carentes de cualquier tipo de sustrato civilizador. Hasta 1929 no se planteó abierta y taxativamente (Caton-Thompson) que fue obra de poblaciones africanas. Pese a las evidencias arqueoloquicas los gobiernos coloniales lo negaron durante mucho tiempo, y es que la arqueoloquía, mal entendida, puede ser un arma con un importante significado político.