miércoles, 8 de abril de 2009

Otra de caballos.

Fotografía de Paul Keates.
¿Os acordaís de Natalie Stear? ¿No? Vamos a ver… ¿y del koumiss? ¿Tampoco? Vaya. Hace un tiempo dejé un colgajo sobre la domesticación del caballo. Natalie, o la Stear, como querais, que trabaja en Bristol en el equipo de Richard Evershed, había encontrado señales isotópicas de leche de yegua en restos cerámicos de la cultura Botai datados en 3500 años a.C. ¿Os suena ya? Decíamos entonces que ya que ordeñar a una yegua salvaje se antojaba un asunto como para nota, la cultura Botai –desarrollada en las estepas del norte de Kazakhstan- era una buena candidata para asignarse la domesticación de ese bello animal, mediado el IV milenio a.C. Sí, sí, lo sé…, se que estais pensando “pero Dr. Jones, ¿eso de la leche y de la domesticación…, no está un poco cogido por los pelos? Pues hombre…, es un dato, claro. Había leche de yegua, luego utilizaban la leche de yegua, pero esto no prueba necesariamente que las yeguas estuvieran domesticadas. Siempre ha habido bestias, y habrá, y el último superviviente es un ejemplo de ello. En cualquier caso no sólo estaba el tema de la leche, había más cosas. Por ejemplo se detectaron estructuras –presuntamente cercados, ya se mencionó-, hecho que no es muy compatible con grupos de cazadores móviles de manadas salvajes. Los restos de fauna, muy abundantes, correspondían casi en su totalidad a restos de caballo, y la representación esquelética registrada excluía un transporte diferencial asociado con grandes matanzas (cuando uno caza grandes animales suele descuartizarlos en el matadero, llevándose sólo las partes más rentables cárnicamente y, en su caso, aquellas que tienen utilidad como materia prima, de manera que la representación esquelética que aparece en los lugares donde se matan o procesan, kill-sites, butchering-sites, es diferente a la que se registra allí donde se consumen, que generalmente es en casita), aunque otro dato que podría ser significativo, el del perfil de las edades, no permitia distinguir con claridad entre un manejo prudente del rebaño y una actividad cinegética. Por último estaba también el hecho de que los útiles propios del trabajo y la producción de pieles y correas de cuero predominaban sobre los propios del equipamiento de un cazador. Lo cierto es que todas estas evidencias, tomadas en conjunto, resultaban fuertemente sugestivas de la posible manipulación de caballos domesticados, pero verdad es que todas ellas son pruebas indirectas.



Hace una semanas volvieron a la carga con el tema en un artículo publicado en Science (A. Outram et al. The Earliest Horse Harnessing and Milking), y aunque en él se indica que “la existencia de pruebas arqueológicas sobre la domesticación del caballo en la cultura Botai no es concluyente”, se siguen aportando otras que siguen apuntando en la misma dirección, en la de la presencia de una proporción de caballos domesticados entre sus manadas. Estas pruebas son de dos tipos. Por una parte está la basada en las medidas de los metacarpianos de varios conjuntos de caballos, que van desde los que aparecen en el yacimiento del Pleistoceno final de Kuznetsk hasta los domésticos actuales de Mongolia. Esos análisis situan a los caballos de los Botai muy próximos a estos últimos y a los caballos también ya claramente domésticos del yacimiento de Kent, un sitio de por aquellos lares de la Edad del Bronce entre el 1300 y el 900 a.C. Por otra está cierta característica patológica que podría indicar que los caballos llevarían arneses y quizás fueron montados.


El bocado de un caballo se coloca sobre el diastema mandibular, y un contacto repetido con la parte superior de éste puede producir periostitis, deposición de nuevo hueso patológico, o destrucción de hueso. También puede entrar en contacto con la zona anterior del segundo premolar, generando un desgaste del esmalte que deja expuesta la dentina. Cierto es que tal alteración puede ser producida no sólo por el bocado, sino también por el tipo de alimentación, pero para discernir entre una y otra pueden tenerse en consideración el tamaño y la forma del área expuesta. En el estudio, de una muestra de 15 premolares y diastemas mandibulares, un premolar presentaba una alteración inequívoca producida por un bocado, siendo posible en otros dos, y cuatro diastemas presentaban nueva formación de hueso. Así que nada, hasta que se tenga a un candidato mejor..., adjudicado a los Botai.