lunes, 28 de abril de 2008

Pinrreles XXL

La semana pasada El Paleofreak y Mundo Neandertal nos pusieron al corriente de que el hombre de Flores calzaba unos señores pies. Como indicaban, el anatomista W. Junkers había aportado esa información en la Asociación Americana de Antropología Física.

En el último número de la revista Science, publicado el pasado viernes, veo que Elisabeth Culotta hace referencia a esa reunión. Desde luego que eran unos señores pies. El espécimen LB1 de la cueva de Liang Bua calzaba casi la media de la humanidad actual pero claro, sólo medía un metro de altura. Para hacernos una idea más precisa; la longitud de uno de nuestros pies (y digo uno porque el otro suele medir lo mismo) supone aproximadamente el 55% de la del fémur, mientras que en este individuo representaba el 70%. Eso y su anatomía aconsejaba, según Jungers, no apostar por él (por el hobbit, claro) como ganador de una maratón, y para Wood el individuo, que sólo se ha pasado 18.000 años enterrados, presenta rasgos correspondientes a un grado de homínido que dejó de pisotear la tierra hace millones de años. Jungers apuntó que una explicación es que Homo floresiensis derive de una migración muy antigua de homínidos fuera de África, de Homo habilis, por ejemplo, aunque no hay ninguna prueba de ello, de los que podría resultar algo parecido a estos hobbits. Para Ciochon, que dice no sentirse cómodo con tantos vacíos en el tiempo y en el espacio, el antepasado podría ser Homo erectus, del que floresiensis habría resultado por un proceso de encanijamiento (insular).

Otra posibilidad planteada desde el principio, y es que no le faltan críticos al floresiensis, es que sea un sapiens con alguna patología. Se ha mencionado microcefalia, síndrome de Laron (aunque esto no casa mucho con semejantes pinrreles), cretinismo, pero ahí sigue tieso el tío (con esos pies no me extraña, la verdad). Jukka Jernvall, especialista en el desarrollo de dientes, aportó otro dato: la primera muela sirve de plantilla para el tamaño de la segunda y la tercera. Si el desarrollo es interrumpido, por una enfermedad, por ejemplo, la relación molar se deshace. Por ejemplo en enanos de glándula pituitaria -uno de los síndromes sugeridos para LB1- la segunda muela es pequeña, pero la tercera muela por lo general no aparece en absoluto. Y en el LB1, aunque pequeñas, guardan las proporciones de un homínido de mayor tamaño. Así que…

No obstante me quedo con un comentario. Si se han descubierto restos de 12 individuos, la mayoría de los rasgos anatómicos distintivos descritos están referidos sólo a LB1. ¿No es eso dejar la puerta abierta a que ese espécimen sea un enfermo?

Humorgasmus: ¡¡¡Los dinosaurios fueron unos gallinas!!!


¿Las aves son reptiles o no? Y sí no lo son, ¿qué son los cocodrilos y los caimanes? Aún le estoy dando vueltas a esta pregunta. Un saludo al blog de los paleofreakies, y este detalle para que disculpen las impertinencias. Es de Alberto Calvo.

Sidrón, un cerebro muy humano.

Ayer La Nueva España daba noticias del primer estudio del interior de un fragmento de cráneo hallado en la cueva de Piloña, y que revela algunas singularidades neurológicas de los neandertales.
El estudio aparece en el último número de la revista «The Anatomical Record», y está firmado por Antonio Rosas, investigador del departamento de Paleobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales y uno de los investigadores permanentes de los restos de Sidrón, Ángel Peña-Mellán, del departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Complutense; Antonio García-Tabernero y Markus Bastir, también del Museo de Ciencias Naturales, así como Marco de la Rasilla y Javier Fortea, del departamento de Historia de la Universidad de Oviedo. El artículo -«muy técnico y de anatomía pura y dura», en palabras de Rosas- es una descripción anatómica de la huella del cerebro en el interior de la zona occipito-temporal, la nuca en términos coloquiales de un resto hallado en 2005, por tratarse del «más completo que ha salido de la excavación» y porque es la presencia material del área que refleja una de las mayores singularidades de la morfología craneal de los neandertales, el saliente que se conoce como «moño occipital». Pese a su blandura, la masa encefálica deja una impronta en el interior de la caja craneal cuyo análisis detenido permite reconstruir al menos la parte externa del cerebro que estuvo alojado en ese cráneo.
El estudio de esa reconstrucción revela algunas singularidades del encéfalo de ese individuo de Sidrón, que «presenta una anatomía claramente distinta a la nuestra» pero que, para el paleobiólogo, resulta «un cerebro muy humano» y «nos pone en conexión con esa humanidad de los neandertales». Cuestión aparte son las capacidades a las que esas estructuras neurales pudieran servir de soporte.
Rosas advierte que eso está más allá de las conclusiones de un trabajo como el recién publicado, aunque, como idea genérica, apunta que «neandertales y sapiens somos distintos, pero eso no significa que ellos sean más primitivos o inferiores. Tienen su propia naturaleza y sus cualidades. Incluso, en algunos aspectos, la anatomía del neandertal está más evolucionada que la nuestra». El primero de los tres rasgos más llamativos encontrados en la reconstrucción está relacionado con el modo de evacuación de la sangre en la zona estudiada, diferente al nuestro pero coincidente con el de otros neandertales, lo que constituiría una variante de la especie. El segundo rasgo es la asimetría, «el lóbulo occipital en su parte izquierda está más retrasado que en la derecha», detalle que, según Antonio Rosas, «pudiera estar relacionado con la capacidad del habla» y apunta a que «existe una diferenciación de funciones en uno y otro lados del cerebro». Son esas características las que llevan a identificar el de este individuo de Sidrón como «un cerebro muy humano». El tercer aspecto reflejado en el estudio es la simetría del cerebelo. La reconstrucción, «nos pone en la pista de estudio del cerebelo en relación con el oído interno y nos abre las puertas al análisis de la manera de situarse los neandertales en el espacio». Es la indagación de lo que se conoce como «movimientos propioceptivos», todos aquellos que, instantáneos e inconscientes, hacen que mantengamos el equilibrio y contribuyen a orientarnos en nuestro entorno. «Este sistema también sería distinto en los neandertales», apunta Rosas.