martes, 6 de mayo de 2008

Chicha, cerebro y paleopatologías (I).

Silvestre
Recientemente Ungar, Grine y Teaford han publicado un artículo (ver Mundo Neandertal) en el que hacen referencia a uno de mis homínidos preferidos, el Paranthropus boisei, y la verdad es que, como dicen en sudamérica, me ha dejado un poco bajoneado (saludos a la gente de Ushuaia). De todos los homínidos el P. boisei se ha considerado siempre como el especialista por excelencia, un tipo adaptado para triturar y moler o grandes cantidades de alimentos de baja calidad y/o duros y abrasivos. Convivió además con varios de los primeros representantes del género Homo. Vrba planteó hace tiempo que hace 2.5 millones de años, coincidiendo con una nueva vuelta de tuerca climática, los homínidos se habrían visto en una situación un tanto jodida y se habrían dado varias líneas evolutivas: una con adaptaciones de carácter exclusivamente biológico (los parantropos); la otra con adaptaciones biológicas (con una especie más generalista, poco especializada) y culturales (el primer homo) que al final fue la buena. Los primeros, demasiado especializados, demasiado dependientes, habrían entrado además en competencia directa con los ungulados, mejor adaptados, se diga lo que se diga, a desplazarse por espacios abiertos (¿desplazarse sobre dos patas supone menor coste energético y puedes andar largas distancias?, vale, pero mucho más despacio, así que siempre llegas cuando se ha acabado la fiesta). Ahora estos autores nos dicen que los estudios de microdesgaste dental ponen de manifiesto que “ninguno de los individuos [estudiados] consumió alimentos especialmente duros y correosos en los días anteriores a su muerte”. Y en fin, que, aunque dicho con otras palabras, la morfología funcional craneodental nos pone al corriente de lo que era capaz de comer, aunque en realidad no era lo que comía salvo en caso obligado. El Patitas definió el asunto diciendo que es un tipo de proceso evolutivo “para por si acaso” (la Merche, más concluyente, dijo textualmente: “lo que pasa es que siempre hemos tenido el morro muy fino). Inmediatamente me acordé de mi gato, Silvestre, porque es igualico igualico a lo del boisei: millones de años de evolución para atrapar, morder, rasgar, cortar en un pis-pas… y se alimenta de yogures y langostinos. Continuaré cuando me recupere de este mazazo. Y encima ahora va y también resulta que los neandertales eran unos bocazas (ved Mundo Neandertal, ved).

IV Curso de Arqueología Experimental.