lunes, 30 de junio de 2008

Por mantener el pulso.

Una de las últimas aportaciones de los amigos del blog Abulafia (en la que hablan sobre la Venus de Tan-Tan) me ha traído a la cabeza un asunto, que es el de las falsificaciones en prehistoria. No quiero decir que la tal venus sea una falsificación. Para que fuera así habría de mediar un acto consciente por parte de alguien con objeto de hacer pasar por verdadero aquello que no lo es, y a mí me huele que esa venus marroquí es un capricho de la naturaleza, aunque bien es cierto que siempre he tenido un olfato pésimo (y por cierto, algún día pondré una foto de un pedrusco de algo que o es la reproducción más antigua jamás encontrada de un barquito velero, o el positivo de un enorme diente de tiburón en arenisca –o en cuarcita moderadamente metamorfoseada, como en el caso de la venus- o nada, es decir, otro capricho de la naturaleza).

En el campo de la prehistoria ha habido casos de falsificaciones de toma pan y moja. Una de las más conocidas es sin duda la del “hombre de Piltdown”. No queda claro si inicialmente fue una broma que a alguien se le fue de las manos o si realmente pretendía ser un verdadero engaño. En un artículo Gould investigó quién pudo ser el autor –ya disculpareís pero en la paradisíaca playa del Índico en la que me encuentro no tengo mis notas a mano y Gould no escribió precisamente poco, así que a mi vuelta ya os pasaré la cita si antes no la deja pegoteada alguien por aquí-, autor o grupo de ellos cuyo nombre sí recuerdo pero omitiré. De hecho esto puede convertirse en la tercera pregunta del concurso de Homorgasmus: ¿Quién, según Gould, pudo haber participado en la falsificación del hombre de Piltdown?

A comienzos del siglo XX los antropólogos estaban, entre otras cosas, dale que te pego al orden en que se habrían dado lo que podemos considerar hitos fundamentales en el proceso de la evolución humana y, de paso, respecto a la humanidad de los primeros homínidos. Estos hitos serían: terrestrialidad, bipedismo, encefalización y cultura, expresados en el orden de la secuencia que había defendido Darwin, pero no para todo el mundo era así: para Keith –y hablo de los años 20- primero habría sido el bipedismo, luego la terrestrialidad…, en tanto que para Elliot Smith primero habría sido el desarrollo cerebral, que habría dado lugar a una criatura inteligente pero todavía arborícola. Otra cosa que estaba pasando a comienzos del siglo XX era que Gran Bretaña no tenía nada viejo que llevarse a la boca y se estaba quedando atrás en eso de ser la cuna de la humanidad.
En el año 1912 aquellos que nos desayunamos leyendo el periódico lo hicimos con una noticia que dio la vuelta al mundo. En una gravera en Piltdown, en Sussex, al sur de Inglaterra, un aficionado o un trabajador –ya no me acuerdo de lo que ponía- había hallado restos de animales antiguos, herramientas de hueso y piedra y al eslabón perdido entre simios y humanos. Se trataba de una caja craneana de aspecto completamente humano y una mandíbula de aspecto simiesco. Faltaban parte del cráneo, los huesos de la cara y los cóndilos de unión entre la mandíbula y el cráneo, pero el clima intelectual de la época y la visión antropocentista (la tesis de Smith se había impuesto durante cierto tiempo) posibilitaron que los hallazgos fueran autentificados, y así se dio nombre a una nueva especie, Eoanthropus dawsonii, un ser intermedio entre simios y humanos (“el hombre de la aurora de Dawson”, denominación que a su vez siempre me recuerda al “estrato aurora” de TD6, y que puede ser la cuarta pregunta de nuestro concurso: ¿Por qué se llama estrato aurora al estrato aurora de TD6?). Se confirmaba la primacía del cerebro y que algo parecido a sapiens existió ya desde antiguo y en Eurasia, no en África. Es verdad que su autenticidad fue puesta en cuestión en unas cuantas ocasiones, pero también que los más importantes antropólogos británicos y americanos se pronunciaron a favor de su autenticidad.

En la década de los 50, y gracias a una técnica ideada por Kenneth Oakley que se utiliza como sistema de datación relativa, el análisis del fluor, él mismo demostró que los huesos del cráneo eran mucho más viejos que los de la mandíbula, y que consecuentemente no podían pertenecer al mismo individuo. El cráneo pertenecía a un humano y la mandíbula a un orangután con los cóndilos fracturados y los dientes limados para darle un aspecto más humano. Todo había sido decolorado con bicromato potásico para darle al conjunto una apariencia más antigua y uniforme.

martes, 24 de junio de 2008

Chuletones de vaca.

En el último número de JHE se publica un artículo (Richards et al.) en el que a partir de la medida de las ratios de varios isótopos estables extraídos del colágeno del diente de un Neandertal se nos apunta alguna característica de su dieta. El diente procede del nivel 7 (el antes 7s de las excavaciones de Airvaux) del yacimiento galo de Jonzac, asociado a un componente lítico correspondiente a la facies MTA y para el que un par de dataciones absolutas han proporcionado una fecha en torno al 36.000, hacia el final de lo que sería el Paleolítico Medio en esa zona. El resultado de ese análisis es concordante con otros precedentes realizados para otros restos neandertales de otros yacimientos: los neandertales obtenían la proteína de su dieta principalmente de bóvidos y caballos, un dato más para añadir y reforzar la emergente imagen de estas gentes como cazadores de grandes herbívoros, conservadora y satisfactoriamente adaptados dietéticamente. En todo caso se indica como necesario contar con más información, de neandertales que vivieron en otros medios, especialmente en regiones costeras, para determinar si sus dietas son realmente similares a lo largo de Europa durante el Pleistoceno Medio.

Para adentrarse en el campo de las prácticas de subsistencia de las gentes prehistóricas los arqueolocos cuentan con algunos recursos. Por ejemplo la presencia de restos de animales en los yacimientos (cuyos patrones de representación taxonómica, tamaño y/o de edad nos pueden informar no sólo sobre lo que se consume sino sobre gustos o sobre prácticas cinegéticas, oportunistas o no), lo mismo que de vegetales, el examen de algunas patologías o de la morfología craneodental acompañada de estudios de micro y macrodesgaste de las piezas dentarias. Y por supuesto el análisis de isótopos estables, que es conveniente combinar con lo anterior, y pongo un ejemplo. En 1999 Sponheimer y Lee-Thorp aportaron evidencias isotópicas de la dieta de cuatro australopitecos africanos del yacimiento de Makapansgat, con una antigüedad de 3 M.a. De los valores de δ13C a partir de la ratio de los isótopos estables de carbono 13C y 12C en el esmalte dentario se derivaba que tenían una dieta altamente variable, y que la mayoría de los homínidos de ese sitio obtuvieron el carbono de una dieta de plantas C4, o de animales que comieron plantas C4 (como termitas y jóvenes mamíferos pastadores), o de ambos, lo que en sí mismo dejaba todo abierto. No obstante, esos valores son similares a los obtenidos hoy entre los geladas (Theropithecus gelada), que se alimentan casi exclusivamente de hojas de hierba, de semillas y de raíces, pero en cambio presentan un patrón de microdesgaste molar (Teaford 1991) diferente al de Australopithecus africanus (Grine y Kay 1988). Esto sugiere que debe considerarse seriamente la posibilidad de que los valores enriquecidos de 13C que se observan en esos homínidos se deban al consumo de comida animal. Otro día seguiremos con este asunto.

lunes, 23 de junio de 2008

HAL9000: FASCINANTE...


...LABERINTO INFORMATIVO EN EL PLANETOIDE CALAMOCHA.

Los griegos son los dueños de la ciudad en llamas. El monstruoso caballo que está dentro de nuestras murallas vomita hombres armados y Sinón, vencedor, insultándonos propaga los incendios. Por la puertas, con sus dos hojas abiertas, entran tantos miles como jamás llegaron de Micenas... [...] Corebo, a quien la hazaña exalta el valor, dice: ” ¡Compañeros, en esta primera acción la fortuna se declara a nuestro favor y nos señala el camino de la salvación; sigámoslo. Cambiemos los escudos y armémonos con todo lo que distingue a los griegos. Engaño o valor, ¿qué importa para con el enemigo? Él mismo nos proveerá de armas...”
(Virgilio, Eneida, libro II)


Ya os advertí el otro día que mis excursiones lejos de la Tierra me hacen percibir las noticias que de ella me llegan según la distancia a la que me encuentre, así que tan pronto me entero de la atrabiliaria conclusión del “biunívocamente” heroico cerco de Numancia, como, breves momentos después, festejo el Tour ganado por Perico Delgado. También hay veces, cuando me alejo del Sistema Solar a velocidades hiperespaciales –es otra forma de hablar..., vosotros ya me entendéis- que recibo las noticias como en cámara lenta, en plan foto finish, y así veo cómo un político (no importa el nombre, ni el partido) rebana la cabeza de su compañero de coalición con la afilada espada de la infamia, a cámara lenta para, al siguiente momento –cuando acelero mi monolito un poco-, ver como poco a poco la cabeza vuelve a su sitio, en una especie de marcha atrás, hasta el abrazo fraternal que meses antes había sellado su pacto político estratégico… También, a veces, me ocurre todo lo contrario. Por ejemplo, cuando vuelvo hacia el planetoide Calamocha –lo he promocionado de asteroide a planetoide, sí, ¡qué pasa!- a toda pastilla en mi minimonolito deportivo, veo entonces las noticias como sincopadas, distorsionadas y amontonadas unas con otras, en un orden extraño y arbitrario que unas veces me confunde totalmente y otras, cosa curiosa, me explica los hechos mucho mejor que si los hubiera visto ordenados tal y como habían ido apareciendo en los medios informativos terráqueos.

El otro día, volviendo de ver como explotaba una supernova, a la que bauticé, por placer y con sana socarronería, Supernova “Expo Zaragoza”, me pasó una cosa de esas últimas, cuando me llegó una foto y un teletipo donde se decía que el gobierno español iba a contratar a Robert Ballard, descubridor del Titanic, y a Sean Connery, famoso capitán del submarino nuclear ruso Octubre Rojo, para que investigasen juntos el paradero de unos sumergibles, también nucleares, perdidos por la marina soviética en el Atlántico Norte, frente a la costa de los EEUU, y, a la vez, que buscaran la goleta Beatrice que se hundió, en 1838, con el sarcófago de Micerinos en su bodega, cuando iba camino del British Museum. También decía la información “teletipera” que Zahi Hawass, Director del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto, iba a hacer un cursillo de sevillanas en España, descubrir la ubicación precisa de Tartessos y buscar, de paso, las tumbas de Marco Antonio y Cleopatra en la costa española, entre el Cabo de Palos y Mazarrón, en los alrededores de Cartagena, contando con la ayuda de la famosa empresa Odyssey, célebre por colaborar con los arqueólogos españoles en el salvamento desinteresado de cuantos pecios pueblan el fondo de los mares de las aguas territoriales de ese país.

Claro, y yo me quedé con las placas de memoria y los coprocesadores lógico/matemáticos medio cortocircuitados y sumidos en una confusión total. La foto que recibí, algo aplastada quizá por efecto de su transmisión por onda “subespacial”, y que podéis ver en la cabecera de este colgajo, era una especie de collage donde aparecía: Micerinos del bracete de un Howard Vyse travestido de diosa egipcia -brillante desatascador, con explosivos, de la entrada de la pirámide del faraón-, la foto de una goleta que se parecía a la Beatrice, el dibujo del sarcófago del coleguilla Micerinos, un busto de Marco Antonio con cara de malas pulgas, una moneda de Cleopatra de perfil poco seductor, un bajorrelieve de la misma autócrata que se conserva, como por casualidad, en el British Museum, datado entre los siglos I y III de la Era -donde el perfil de la susodicha había sido reinventando temperando su adminículo olfativo hasta convertirlo en una graciosa y respingona naricilla-, las fotos de Robert Ballard y Sean Connery, un tesoro monetario destripado por un robot submarino, un barco de la Odyssey Filibusters Company y un anuncio antiguo de champú Palmolive, donde se sugería a Cleopatra como beneficiaria de la fórmula magistral del producto en cuestión, luciendo otro hipotético perfil de aholliwoodadas facciones.

Ya os digo que me quedé estupefacto durante un buen rato, hasta que, de camino hacia el cometa Damasco, me caí del minimonolito descapotable y me pegué en la cabeza con un trozo de basurilla espacial compuesta por uranio enriquecido, bastante dura por cierto, y me di cuenta de todo:

-¡Se trata de un mensaje cifrado, no hay duda, mecachis en la mar! –me dije a mí mismo, excitado por el increíble hallazgo y dispuesto a proferir, como habéis visto, los palabros y tacos más fuertes y malsonantes.

Para abreviar y epataros con mi sin par astucia -y mientras me preparo un cóctel “Cleopatra”, para tomármelo luego y relajar mis magníficas y positrónicas neuronas- resumiré mis sagaces conclusiones en las siguientes proposiciones:

a/ Cleopatra y Marco Antonio se querían mucho “por narices” o porque de ellas les salía…, que podía ser mucho.

b/ Zahi Hawass puede parecer un poco especial, insufrible o lo que os apetezca, pero, desde luego, sabe adónde acudir para aprender a bailar sevillanas.

c/ La nariz de Cleopatra podía resultar graciosilla a mediados del siglo I antes de la Era, pero en siglos posteriores parece que cambiaron de opinión o, como diría un matemático quisquilloso, al menos un escultor al hacer, al menos, una de sus obras, cambió de opinión.

d/ Las posibilidades de encontrar la tumba de Marco Antonio y Cleopatra entre el cabo de Palos y Mazarrón son directamente proporcionales a las posibilidades de encontrar la goleta Beatrice con el sarcófago de Micerinos en el Atlántico Norte, e inversamente proporcionales a que Tartessos esté en algún sitio o a que Zahí Hawass aprenda a ser discreto o se quite su sombrero indianajonesco.

e/ La goleta Beatrice dispuso de su libre albedrío, el de su capitán, el de los vientos y el del mar para hundirse donde creyeran más oportuno o pertinente.

f/ Parafraseando el famoso principio de mi creador A. C. Clarke, que decía “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, podemos nosotros presumir que “las posibilidades de que cualquier empresa privada dedicada a buscar barcos hundidos, con tecnología suficientemente avanzada, y encargada de buscar un pecio concreto por alguien (un país, por ejemplo) ayuno de tal tecnología, sólo busque y recupere ese pecio, absteniéndose de localizar también otros que recuperar más adelante para su provecho propio y exclusivo, tienden a cero o, lo que es lo mismito, son prácticamente nulas” (a este también le llamo -según los días y el humor que tengo- “el principio del conejo y la chistera” o “el principio de ojos que no ven, tropezón que te das” o “principio de: busca un tonto que pague y ¡a vivir!”)

g/ A Sean Connery, si se le hubiera caído el peluquín en plena faena, los marineros del Octubre Rojo no le hubieran hecho ni caso.

h/ Micerinos, si hubiera sido listo, no se habría mandado nunca enterrar en una pirámide tan apetecible para ladrones y arqueólogos. Por consiguiente, sólo se pueden concluir dos cosas: o bien está enterrado en otra parte, o, en su defecto, era más tonto que Abundio, que, por cierto, no sé lo que hizo el pobre para merecer tan cruel aforismo.

g/ Necios son, o peor, ignorantes, quienes pudiendo encargarse ellos mismos, dejan sus asuntos importantes en manos de locos o filibusteros.

h/ Si Zahi Hawass puede buscar la tumba de Cleopatra y Marco Antonio en el Atlántico Norte, no sé por qué busca también en los alrededores del Mediterráneo. Donde sería una noticia bomba sería en el Atlántico, la costa cartagenera o Egipto serían absurdamente previsibles y aburridas para una rueda de prensa del estilo de las que le gustan…

Cuando llegué al planetoide Calamocha, puse enseguida la televisión y resultó que ¡nanai de la China!, que la cosa no era así, sino que, resumiendo: Zahi Hawass quería pedir la ayuda del gobierno español, la National Geographic y Robert Ballard para buscar el pecio de la goleta Beatrice en aguas de Cartagena, que contiene, entre otras cosas, el sarcófago de Micerinos, y que tiene también la intención, éste mismo y curioso personaje, de empezar a excavar después del verano dos tumbas que cree –porque se encontró una escultura de la faraona en la entrada de una de ellas- que pudieran ser las de Cleopatra y Marco Antonio, a 50 km de Alejandría. También se decía en otra noticia que Robert Ballard había estado buscando dos submarinos nucleares soviéticos, hundidos en la década de los sesenta del siglo veinte, mientras rastreaba los restos del Titanic y que, de hecho, de su larga campaña de búsqueda sólo se pudieron emplear 12 días para encontrar la posición del famoso transatlántico insumergible. Claro, no me extraña que siguientes proyectos le llevaran al Mediterráneo y al mar Negro… Lo de las sevillanas y Tartessos fue un simple cruce de cables, quizá producto de lo folclórico del egipcio personaje en cuestión. Sean Connery aparecería, como siempre, para figurar y el champú Palmolive no sé, sería un espacio publicitario intercalado en el telediario.

Curiosamente, como os dije antes, lo tergiversado de las primeras informaciones recibidas no influyó demasiado en las conclusiones que extraje previamente. De hecho, aunque los computadores Algorítmicos Heurísticamente programados, como yo, somos incapaces de mentir, sí podemos equivocarnos, engañados por datos no ciertos, pero, aún así, sólo una de las proposiciones anteriormente enunciadas es falsa, aunque nada improbable. Bueno, os dejo pensando un poco…, a lo mejor Jones se anima, se estira un poco y regala otro viaje, esta vez al planetoide Calamocha, para quien lo averigüe y así puedo echar una partidita de ajedrez con alguien .

Por cierto, como sé que, en general, a los lectores de este blog les van las cosas “un poquito” más antiguas que estas que he comentado -que de gustos, querencias y manías ni nada hay escrito, ni nada se puede hacer para remediarlos-, debo deciros que el otro día, en el que me pasé de frenada desde el hiperespacio y me planté, sin querer, en el año del Señor de 3043, compré un libro de un tal Peter Flinstone, Doctor por Lo-Vaina y profesor del Archaeoloquical Homorgasmus Jones Intitute de la MacDonals Experimental University de Caspe, en el que demostraba fehacientemente y sin ningún género de duda posible: a/ las razones del humano bipedismo; b/ la datación irrevocable de los primeros útiles, líticos y no líticos, así como la identidad del homínido que tal cosa hizo; c/ el momento en el que el hombre utilizó conscientemente el fuego por primera vez y el invento del protomechero de sílex; y d/ la fecha de celebración del primer partido de fútbol durante la prehistoria reciente, dándole patadones tremendos y descerebrados a una pelota de piel rellena de fibras vegetales y pequeños huesos de los pies, seccionados y arrebatados a los integrantes de una tribu de enemigos acérrimos, futbolísticamente hablando se entiende. Algunos autores postulan que el árbitro no sobrevivió a este protoevento deportivo, pero se trata sólo de una plausible hipótesis de trabajo. En otra ocasión os contaré de qué y cómo hacían los silbatos…, pero, mientras tanto, contad, cómo no, con mi más total, auténtico y leal entusiasmo por la misión, en serio, ya sabéis que los H(eurísticos)AL(gorítmicos) de la serie 9000 no podemos mentir...

Fdo.: HAL9000

Sigamos la corta y algo estúpida tradición coctelológica:
Cóctel Cleopatra. Se trata de una variante del Ruso Blanco que trasegaba “El Dude” (Jeff Bridges) en la gloriosa película El Gran Lebowski o, diríase otrosí, un trasunto, en finolis, de la “Lechepantera” que perpetraban dudosísimos camareros en grandes jarras de cerveza en los guariches más mugrientos, hippy/ácrata/terminales y desestructurados de las zonas de “marcha” en la España de los años setenta del siglo pasado y, probablemente, causantes remotas pero justísimas -las “lechespanteras” digo- de más de un desarreglo neuronal percibido con estupefacción en el presente en ciertos individuos de vuestra especie. Su preparación requiere tiempo. Para empezar hay que trasladarse a una zona rural donde encontrar una burra (Equus asinus). Lo más recomendable es la tierra de Zamora, al sur de Aliste, donde la raza de estos equinos burriásnidos solípedos, antepasados de los tractores y de los estudiantes menos avisados, adquirió tintes legendarios. Luego hay que convencer a la burra con buenas palabras para que se deje ordeñar, que esa es otra. Recibidos los rebuznos y las coces de rigor de la presumiblemente desabrida équida, y con algo de leche en el mugriento cubo, claro, debiera de pasteurizarse ésta, o, en su defecto, confeccionar el cóctel con mucho alcohol y prepararse para lo peor con varias jaculatorias marianas. Una vez llegados a este punto hay que proceder como si se tratara de un Ruso Blanco: vodka, por ruso, licor de café, porque sí, nata o leche, porque si no ya me diréis para que habéis ordeñado a la burra, y un poco, pero que muy poco, ¡muy poco he dicho!, de nuez moscada rallada. Si te pasas con la nuez moscada, el brebaje, como dice mi amigo Henry Zariñov -sovietólogo de prestigio mundial y teórico diletante, en concreto, en “Rusos Blancos”-, sabe a croqueta que mata. El que avisa no es traidor.


sábado, 21 de junio de 2008

Lo de la patada iba de coña.

Raedera transversal convexa. (Musteriense)

Cualquiera que sea capaz de distinguir un trozo de sílex, por ejemplo, de cualquier otra piedra y haya paseado por algún sitio donde lo haya -mejor por campos labrados- habrá visto que aparecen trozos fracturados que a su vez tal vez presentan en sus superficies negativos de otros saltados menores. Es normal, y no por ello son restos de una industria prehistórica.
Algunos se pueden reconocer fácilmente como de origen térmico, aparte de por su morfología –circular o elipsoidal que les asemeja a grandes lentejas o hemilentejas- porque carecen de los atributos que evidenciarían que se han desgajado del bloque del que formaban parte como consecuencia de la percusión o presión ejercida por algo o con algo: no tienen talón, que es el punto o plataforma donde algo percute o presiona, ni tampoco bulbo, un abombamiento o convexidad desarrollada junto a aquél como consecuencia de las ondas generadas por el impacto. Es como extraer con una cucharilla un trozo de helado en el centro de la superficie de uno de esos pedazos de “corte”: la cara exterior (dorsal) de ese pedacito sería plana y la interior (ventral) convexa. Una vez separado de la cucharilla no tendríamos ni idea de por dónde se le ha hincado el diente para extraerla. Nadie, ni siquiera Mikel Aguirre, podría hacer una extracción con esas características.
Otros trozos de ese campo tal vez sí presenten su taloncito y su bulbo, por lo que se han generado como consecuencia de un impacto en lo que ahora es el talón (volviendo al ejemplo del helado es como si la extracción la realizáramos desde un borde, aplicando la cuchara en algún lugar de una de las caras verticales de ese “corte”; esa cara vertical es equivalente a una “plataforma de percusión” y el trocito que de ella nos llevamos es el talón. Así que nuestro trocito de helado tendrá una cara dorsal, un talón, en este caso perpendicular a aquélla, y una cara ventral que ya no será igual a la anterior: será más ancha en la zona del talón (zona proximal) y acabará estrechándose hasta enlazar con la otra en el extremo opuesto, la zona distal). Pero ese golpe, ese impacto, no necesariamente lo ha tenido que dar un hombre; los cantos se han podido movilizar y chocar entre sí, ser golpeados por un arado, por una caballería (cuando las había). Incluso para hacernos darle más vueltas al pedrusco podría ser que sus filos presentaran otros saltados “a modo de retoque”.
Entonces ¿Cómo distinguir algo humano de lo que no lo es? Cómo distinguimos los objetos artificiales, que son el producto de una actividad proyectiva consciente, de los objetos naturales, los que resultan de la acción fortuita de fenómenos físicos.
En la mayoría de los casos no hay problema. Los criterios de la regularidad y de la repetición nos resuelven la papeleta. Lo primero supone que, salvo en el caso de las formas cristalinas, en la naturaleza no suelen darse aristas rectilíneas, simetrías… En fin, una típica punta de pedúnculo y aletas, una hoja de laurel, un bifaz lanceolado es bien improbable que puedan ser el resultado de cuatro coces dadas por un burro en una era o del deslizamiento de un canto por una ladera chocando aquí y allá. La repetición implica, como decía Monod, que “materializando un proyecto, artefactos homólogos, destinados al mismo uso, reproducen renovadamente, de modo muy aproximado, las intenciones constantes de su creador.” Esos artefactos homólogos en el campo de la prehistoria se constituyen en “tipos”; una raedera ladeada lo es, como lo es una limaza, un buril arqueado, una punta de Vachons, una de la Font Robert o un buril de pico de loro, y los tipos, o muchos de ellos, además, como decía Smith son significativos en el tiempo, en el espacio o en ambos. Memecio hablaba hace unos días de los “fósiles directores”.
Pero nosotros no estamos ante una situación obvia. Nosotros estamos en medio de un campo, con una lasca en la mano con cuatro saltados que parecen retoques. En este caso es muy importante el contexto. Cuando en el colgajo anterior hablábamos de la industria de Gona, al respecto de la misma Semaw indicaba en su publicación las condiciones sedimentarias en las que esas piezas habían aparecido: en un sedimento arcilloso, con ausencia de elementos groseros, depositadas en condiciones de baja energía (lo que supone que no había habido movilización, evidenciada también porque las aristas se presentaban vivas y no redondeadas), es decir, que argumentaba que no había habido procesos naturales que hubieran podido generar esos tipos de restos, que además hubieran sido extremadamente caprichosos al actuar (desprendiendo lascas) en un área muy concreta de las piezas y no en distintos puntos, cualesquiera, del perímetro de los cantos. Con nuestra lasca ocurriría algo parecido. Tendríamos que ver si la superficie de los negativos generados por esos saltados presenta las mismas características que el resto. Si por ejemplo la pieza está patinada y esos negativos no presentan pátina es que se han producido tiempo después (muy significativo); cómo se distribuyen y si forman una delineación continua; si son directos e inversos indiscriminadamente y aquí y allá, si la pieza está rodada, etc., etc., etc. Un conjunto de evidencias, en suma, que permiten afinar mucho aun en los casos más complejos.

Y todo esto viene a cuento de que anoche el Genaro, mientras echábamos unos tragos, me dijo que la viñeta con la que acompañé el último colgajo no le ha gustado mucho. “Leches, Jones…, es un poco tendenciosa, y ahora sólo nos faltaría que además de los canadienses, los chinos y los de Myanmar se nos echasen encima los arqueolocos…, menudo plan Jones, ¡menudo plan!”. “Venga Genaro, venga…, por Dios” respondió la Merche, “si no nos leen ni canadienses, ni chinos, ni birmanos, ni arqueolocos…, si no nos lee nadie”. “No sé, no sé…, en cualquier caso tampoco es cierto que le des una patada a un ‘choped’ y te salga un ‘chopintul’. La gente puede pensar que los arqueolocos son unos tarados que en cualquier pedrusco ven una intervención humana y…, oye, que eso no…, que eso no es así”, concluyó mientras se amorraba a un “sling” que hubiera hecho que HAL9000 se abriera los circuitos en canal.

jueves, 19 de junio de 2008

La novela policíaca más vieja del mundo.


Así tituló Wood (The oldest whodunnit in the world) en el año 1997 un comentario publicado en la revista Nature a cuenta del hallazgo que habían realizado Semaw y su equipo en Gona (Etiopía) y en relación con las que son las herramientas líticas más antiguas conocidas. En muchos yacimientos africanos cuyos restos no se pueden datar directamente las fechas se obtienen por biocronología (es decir, la fecha se estima por la asociación faunística que aparece en ese determinado estrato, y que es comparable o más o menos evolucionada a la de otro lugar de edad ya conocida; así por ejemplo, cuando se dice que el Sahelanthropus tchadensis hallado en el yacimiento chadiano de Toros-Menalla tiene una fecha de entre 6 y 7 M.a. es porque la evidencia faunística sugiere que el sitio TM 266, donde apareció, es más antiguo que la formación Lukeino y que puede ser equivalente con la base de la formación Nawata, y si la primera se fecha en alrededor de 6 M.a. y la segunda entre 5.2 y 7.4 M.a, pues eso, verde y en botijo, o como se diga); otra alternativa, cuando la hay, claro, es datar mediante radiocronología niveles o tufos volcánicos que se encuentran por encima y por debajo del que nos interesa, obteniendo así unas fechas ante quem y post quem entre las cuales necesariamente se situará el evento que queremos conocer.
En Gona el nivel en el que se encontraron los útiles se sitúa entre uno de estos tufos, datado en 2.9, y otro en 2.5, y aunque en algún sitio he visto que se dice que esos artefactos podrían tener hasta casi 2.9 M.a, "justo" debajo de ellos se registra la magnetozona Gauss-Matuyama, un cambio en la polaridad magnética ocurrido hace 2.6 M.a, luego los restos son más viejos de 2.5 y más recientes que 2.6 M.a. Son los más viejos, seguidos muy de cerca por los recuperados en Hadar (A.L. 666) y Lokalalei, ambos sobre los 2.3 M.a.
La cuestión que planteaba Wood en ese artículo, y vuelvo al objeto del colgajo, es ¿quién fabricó esa industria? Por supuesto la idea primera y también más extendida es que un Homo, el habilis, pero entre los 2.5 y 1.5 M.a, que es lo que viene a durar el complejo Olduvayense, nos encontramos pululando por África a unos cuantos homínidos. Parantropos tenemos al menos 3, el aethiopicus, el robustus y el boisei, autralopitecos 1, el garhi, y homos pues 2 o 3, depende de lo que hagamos con ese hipodigma tan correoso que representan los habilinos. Si su variabilidad se explica en términos de dimorfismo sexual tendríamos 2, el habilis y el ergaster/erectus, si no tendríamos 3 o en su defecto 2 y otro autralopiteco. Podemos olvidarnos de los ergaster porque aparecen más tarde que la industria, pero con todo sigue habiendo unos cuantos candidatos.
Si recurrimos a ver quién es el aparece con la industria (asociación) tenemos que en Omo y en el lecho I de Olduvai ésta aparece junto con P. boisei y H. habilis, y en Swartkrans con P. robustus y algún resto de Homo. En Hadar la asociación es exclusiva con un Homo, ¿pero en Bouri? Ya se ha dicho que no hay ahí herramientas, pero sí marcas de cortes, y el homínido que aparece es el A. garhi.
Arqueológicamente pues no tenemos criterio firme para saber quién es el malo de esta novela policíaca. Por supuesto que los argumentos a favor de Homo tienen algún peso, y son su mayor capacidad cerebral y su estructura neuroencefálica (estructura, estructura, porque si cojes un cerebro de autralopiteco y lo inflas no tienes un cerebro humano, de la misma manera que si cojes una madarina y la inflas no tienes una naranja, sino una mandarina grande). ¿Hay algún argumento a favor de algún australopiteco? Según Susman que la mano de los P. robustus tenía una capacidad manipulativa muy desarrollada, aunque esto ha sido últimamente criticado. ¿Algo más? Pues no sé, y no seré yo quien le ponga fin a la novela, pero en el artículo de Semaw se decían algunas cosas de interés. La primera que siendo la industria más antigua conocida en cambio ponía de manifiesto un sofisticado control de los mecanismos de fractura concoidea; la segunda que más del 70% de los artefactos se realizaron en traquita (otros en riolita y en basalto), lo que significa, seguramente, la apreciación de sus cualidades de lascado y su selección frente a otras, y la tercera, que en su opinión quienes los fabricaron no eran unos novatos en la teconología lítica, y pronosticaban que útiles más antiguos habrán de ser encontrados. Al final del artículo, y en unas escuetas dos líneas y media, Semaw indicaba que la industria de Gona, con características equivalentes a las de conjuntos olduvaienses mucho más recientes, ponía de manifiesto la existencia de un largo período de éstasis tecnológico, un período de un millón de años, entre 2.5 y 1.5 M.a. Y Wood, al hilo de ese apunte, se preguntaba que si habría que relacionar a un homínido con esa industria debería ser alguno que se hubiera desarrollado en ese lapso temporal. Ningún Homo satisface ese criterio. El Olduvayense persistió después de que hubiera desparecido el Homo habilis, o rudolfensis, o como le queramos llamar. Sólo hay unos homínidos que lo cumplen, los Parantropus (aethiopicus y boisei). Así que... “In Paranthropus we have a plausible suspect that had access to the ‘weapon’ and the ‘opportunity’, but what was the ‘motive’?”

miércoles, 18 de junio de 2008

10.000 "pinchazos".


Pues nada, que este colgajo es sólo para dejar constancia de que Homorgasmus ha alcanzado hoy, a las 12 horas, 20 minutos y 24 segundos los 10.000 pinchazos, en algo menos de 3 meses de existencia y con algo más de 3.000 visitas. Un registro que suponemos pobre para la mayoría de los blogs, pero que sinceramente no esperabamos alcanzar en este tiempo. Así que lo celebramos dejando una imagen de los colegas. El Genaro, el Rastas, el Patitas y la Merche aparecen en esta foto junto con un par más de amigotes de la petanca. Y os damos las gracias a todos los que os habeís pasado por aquí.

lunes, 16 de junio de 2008

Por acabar los colgajos del fuego..., creo.


En el colgajo anterior se han presentado los datos arqueoloquicos de que se puede disponer (puede faltar alguno) a la hora de intentar elaborar, o más bien esbozar, la historia del inició de la relación del hombre con el fuego. El fuego puede ser usado sin necesidad de producirlo, y en ocasiones no podemos distinguir los rastros de las combustiones naturales de las antrópicas. Con estas premisas intentar responder cuándo el hombre usa el fuego y si lo conserva o lo produce es difícil. Además es evidente que para dar respuesta a la segunda cuestión podemos ir olvidándonos de los artefactos que pudieron servir para su producción autónoma, ya que es claro que los registramos muy tarde en los depósitos arqueoloquicos; seguramente mucho después de que empezaran a ser utilizados y de que esa relación se diera.

Dado que el fuego es una reacción química que puede darse de forma natural, y como quiera que de ella se derivan una serie de consecuencias inmediatas que antes o después hubieron de ser percibidas como útiles (calor y luz) por el hombre sin necesidad de indagar en la naturaleza del fenómeno, éste elemento pudo ser “capturado” y mantenido por nuestros primitivos ancestros, quienes posteriormente desarrollarían las técnicas para generarlo por sus propios medios. Seguramente nadie pone en duda que “antes de que el hombre pudiera utilizar el descubrimiento accidental de que ésta o aquella acción conducía al fuego, habría requerido de alguna experiencia en su manipulación, y que ésta sólo la habría obtenido a través del aislamiento y el control de un fuego de origen natural”, (Oakley 1955), de manera que es muy probable que los primeros usuarios paleolíticos del fuego no fueran creadores del mismo, sino que recogieran este preciado elemento de catástrofes naturales, y lo conservaran, lo que ya pudo ser un problema. Si grupos tecnológicamente más avanzados (griegos, romanos, o las mismas poblaciones rurales europeas hasta una época próxima a la actual) se han preocupado constantemente para conservar el fuego vivo, tanto por razones prácticas como por razones ideológicas, parece legítimo pensar que los grupos prehistóricos, al menos por motivos prácticos, tuvieran las mismas preocupaciones.

El problema paleoantropológico a la hora de trazar la historia del fuego como una herramienta es pues, y principalmente, de índole tafonómico, e implica reconocer cuándo las evidencias de antiguos fuegos indican un control humano y cuándo un origen natural. La cuestión es compleja y las posturas encontradas. Hablando de una investigación en términos generales, de lo que se trata, o lo que desea, es decidir si una situación dada resulta cierta a la luz de la evidencia muestreada, o cuál de entre un número de situaciones encuentra el mejor apoyo posible con las evidencias de que disponemos. En ocasiones tal toma de decisiones implica riesgos, y en relación a discenir entre fuegos naturales y fuegos antrópicos el asunto podría concretarse en: ¿Qué riesgo se está dispuesto a correr en tomar la decisión incorrecta?

Recurriendo a una metáfora estadística podríamos plantear la cuestión considerando como hipótesis nula que los fuegos son naturales (no homínidos en origen), es decir, que la evidencia observada es la que cabría esperar bajo condiciones naturales. La hipótesis alternativa sería que las ocurrencias de combustión son homínidas en origen, y aunque estamos bien seguros de que hay ocasiones en las que la hipótesis nula debe ser necesariamente rechazada, también observamos que se dan otras en las que no sabemos cuándo se debe rechazar esa hipótesis.

Una regla científica convencional de decisión es hacer que la probabilidad de rechazar falsamente la hipótesis nula (error de tipo I) sea muy pequeña, con objeto de evitar rechazar la hipótesis nula cuando es verdad. Sería el caso de rechazar la hipótesis nula y aceptar la hipótesis alternativa, es decir, que un fuego no se debe a un agente natural, sólo si, por ejemplo, observáramos que la evidencia consistiera en la concurrencia en el espacio de un hogar estructurado que contuviera en su interior cenizas, carbones, huesos y útiles quemados, piedras craqueladas y que se encontrara a su vez en el interior de otro espacio estructurado en el que se observaran áreas de actividad humana a su alrededor. Eso sería, desde luego, bastante, pero bastante contundente.

Pero claro, que la probabilidad de rechazar falsamente la hipótesis nula sea muy pequeña aumenta la probabilidad de no rechazarla cuando es falsa (error de tipo II), aunque también puede ser resultado de ejercitar la opción de suspender el juicio. Es decir, podríamos llegar a aceptar la hipótesis nula, según y siguiendo con lo que hemos dicho, si aparecieran carbones, huesos y útiles quemados dentro de un espacio estructurado con áreas de actividad, pero sin hogar, etc. Seguramente casi todos pensarían que estabamos en un error. Aquí acabamos de toparnos con el verdadero problema: ¿qué condiciones validan la hipótesis nula o la rechazan por la alternativa?

Hay algunos investigadores (Peters 1989) que consideran que no encontrar la evidencia que implique convincentemente a un agente homínido como responsable (porque puede haber dudas razonables) no ha de conducir a que aceptemos la hipótesis nula de un origen o agente natural del fuego. Entiende Ch.R. Peters que ejercitar esta opción puede ser especialmente útil cuando muchas de las evidencias no determinan claramente la ocurrencia de un fuego por sí mismo. Algunos de los hechos que a veces se presentan son ciertamente circunstanciales (por ejemplo algunas combustiones en el interior de cuevas) pero es posible que algunas explicaciones en orden a que puedan ser el resultado de fuegos causados por fenómenos naturales (se ha mencionado a los relámpagos), también se antojen circunstanciales e incluso que, como indica H.T. Lewis (1989), todas las evidencias arqueológicas lo sean. No estamos seguros de que le falte razón cuando indica que “como pasa en toda ciencia, es la probabilidad de la posibilidad de los acontecimientos lo que nos concierne”, de lo que podría derivarse que la probabilidad de que los carbones en el interior de una cueva representen fuegos hechos por el hombre puede ser infinitamente más grande que la de que representen fuegos causados por relámpagos, pero tampoco parece imposible que eso haya podido ocurrir. Tal vez no sea un hecho frecuente, pero frecuencia y probabilidad no son lo mismo, y la escala temporal en la que nos manejamos es tan grande que por qué no ha de posibilitar hechos poco frecuentes. E.N. Lawrence (1955), en un trabajo sobre el microclima de las cuevas, indicaba que durante una tormenta uno de los exploradores de la Henne-Morte (la red Félix Trombe-Henne Morte es una red mítica conocida por los espeleólogos del mundo entero; sus 1.000 metros de profundidad y sobre todo sus 104 km de galerías, pozos y salas, hacen de ella la más larga red de Francia y seguramente una de las cavernas más complejas del planeta) fue alcanzado por un rayo a una profundidad de 200 pies, es decir, a casi 71 metros. Se ha observado que durante las tormentas las cuevas “respiran hacia fuera” como resultado de la caída de la presión atmosférica. Esa oleada hacia exterior del aire de la cueva puede verse favorecida por el aumento de la temperatura alrededor de la embocadura, y la convección atmosférica ayuda a extender esa columna ionizada hacia las nubes de la tormenta, con lo que las descargas eléctricas pueden ir dirigidas a la entrada de la gruta.

Por otro lado, y volviendo a la crítica del razonamiento de Lewis, entendemos que no se está aplicando una explicación de pocas probabilidades de posibilidad para rechazar de forma sistemática una serie numerosa y reiterada de situaciones, lo que sí sería cuestionable, sino para dar cuenta de casos, muy pocos, en los que el tipo de prueba o las características del contexto generan dudas razonables. Esto creo que debe tenerse en cuenta, y también que tales supuestas evidencias que no deberían ser resueltas aduciendo probabilidades de poca posibilidad se convierten entonces en “islas” en el espacio y en el tiempo que automáticamente generan una situación que, recurriendo a la lógica, es difícil de explicar: ¿Por qué hay semejante laguna en el registro si la utilización del fuego se dio tan pronto, tanto como hace 1.5 M.a? Esto es especialmente aplicable al caso de África.

Por resumir mi opinión sobre esas “islas” africanas diré que, como ocurre en otros ámbitos de la investigación, la cuestión es si realmente sabemos lo que creemos saber o si ciertas interpretaciones tienen algo de cogido por los pelos o aun de sensacionalistas. En ausencia de estructuras y dado el carácter de algunas de las evidencias, la explicación más plausible (evitaré lo de parsimoniosa, jejeje) para, por ejemplo, los terrones rubefactados o las arcillas y las piedras quemadas de los yacimientos del este de África, es considerarlos producto de incendios naturales o de la actividad volcánica (la formación basáltica de Chesowanja se encuentra a 200 m. del sitio donde se encontraron los terrones quemados). Además, ninguna evidencia de fuego ha sido registrada en la importante investigación llevada a cabo en la Garganta de Olduvai, en Tanzania. Marcas de cortes en huesos y actividades de carnicería registradas no están acompañadas de huesos quemados. Esta evidencia negativa parece sugerir que aquellos homínidos, de entre 2 y algo menos de 1.5 M.a. no usaron el fuego y pone en cuestión la supuestas evidencias de otros yacimientos del Africa oriental del Pleistoceno Inferior. Por lo que respecta a Swartkrans, la experimentación llevada a cabo nos parece muy reducida (un caso por rango); la serie arqueológica sometida a análisis químico también (10 casos); y que la consideración de las temperaturas alcanzadas se infieran en el color y los cambios estructurales de un lote nada fácil de analizar un riesgo. No parece imposible la combustión de sedimentos en el interior de cuevas sudafricanas (ya se mencionó en Makapansgat) y, con ello, el porcentaje de piezas que supuestamente están alteradas por fuego (un 0.4%) se nos antoja muy bajo para afirmar, como se hace, que “el uso del fuego fue un fenómeno recurrente” en ese sitio.
La producción del fuego para su uso regular se constituyó en un paso decisivo, en una “mutación primaria” en el comportamiento humano. El fondo técnico para producir este cambio es desconocido, pero los humanos ya habían aprendido a elaborar útiles líticos y los usaban en accciones de percusión, serrado y perforación por rotación; afilaban la madera y utilizaban técnicas del trabajo como el aserrado con maderas duras; modificaban y usaban el bambú y aplicaban cierta tecnología del hueso. De esto podría seguirse que cualquiera de esas capacidades podría haber sido transferida a producir y usar el fuego por procesos de “mutación cruzada”, de ”sustitución” o de “translación”.
La regularidad con la que los hogares acompañan las industrias del Paleolítico Medio y Superior no dejan dudas de que los neandertales y los cromañones fueron productores del fuego, y que contarían con dispositivos al efecto como parte de su equipamiento esencial, pero decir que apenas disponemos de un conocimiento seguro sobre el equipamiento del hombre paleolítico para obtener fuego puede que sea de un optimismo exagerado. Es un gran inconveniente la gran pobreza de materiales de los que se dispone para conocer los métodos de producción del fuego en la prehistoria paleolítica, aunque a través de la etnografía sabemos que existen varias técnicas básicas, con algunas variantes, que sí constatamos arqueológicamente a partir del post-glaciar. En buena lógica cabe suponer que ese conocimiento se enraizaría en el Paleolítico y que en algún momento las excavaciones nos proporcionarán pruebas más directas (por otra parte, la experimentación es el único medio de redirigir un cierto número de falsas ideas ampliamente extendidas entre el gran público y la literatura científica, particularmente entre los arqueólogos y los prehistoriadores), y es posible también que los medios de obtener fuego se descubrieran muchas veces durante la larga prehistoria de la humanidad, y que se perdieran durante largos periodos.

En resumen, y por no descartar ningún dato, considero concebible que antes del Pleistoceno Medio hubiera experimentaciones ocasionales o manipulaciones discretas de fuegos naturales (Koobi Fora o Chesowanja, por ejemplo, donde hay áreas discretas quemadas). Sin embargo su escasez (junto con el hecho de que la gran mayoría de sitios de Paleolítico Inferior con un registro bien conservado cubren un considerable período de tiempo –entre 2.5 y 0.4 M.a.- y carecen de rastros firmes de la manipulación del fuego) hacen más plausible que esos residuos en forma de piedras y parches de tierra quemados en esos escenarios pirogénicos excepcionales fueran causados por fuegos naturales. Alternativamente, esos ejemplos podrían ilustrar casos discretos de un uso oportunista del fuego, que no se consolidaría todavía ni en un repertorio tecnológico, ni en una dependencia regular de su uso ni en un aprendizaje de su producción. Su producción, que en mi opinión queda puesta de manifiesto por la aparición recurrente en el registro arqueológico de evidencias de especial valor: los hogares (los hogares no son datos ambiguos, los demás son circunstanciales, de manera que sería posiblemente un error regirnos más por la cantidad de rastros de combustión aparecidos en un sitio que por el carácter de los mismos), y que estimo que se da entre hace 0.40 y 0.35 M.a. (más cerca de la fecha más reciente, probablemente), constituye una mutación tecnológica destacada y sugiere que se trata de un evento puntuado. Una vez integrada en el repertorio conductual humano sus aplicaciones se amplian. Sus repercusiones más allá de la subsistencia fueron enormes, y como otros desarrollos tecnológicos básicos pudo adquirir una dimensión simbólica.
Y con esto creo, Memecio, que ya he votado.

viernes, 13 de junio de 2008

El Fuego: Yacimientos.


En el gráfico que adjunto se incluyen aquellos yacimientos del Pleistoceno Inferior y Medio que se citan en la bibliografía arqueoloquica y en los que se ha referido la existencia de evidencias de fuego, lo cual no quiere decir, en algunos casos, que la combustión haya sido de origen antrópico. Aquí mismo ya se ha dicho que, por ejemplo, en Zhoukhoudian es cuestionable, o que en Torralba y Ambrona los carbones parece que no tienen relación con fuegos generados por el hombre, o, como comenté en Memecio, que los huesos quemados de Swartkrans quizás no estén quemados. La indicación de "mención sin datos" quiere decir exactamente eso, que se dice que hay rastros, a veces muy de pasada, pero no se hace indicación de qué, y no es lo mismo un trocito de concha quemada que un hogar; y lo de "incierto o cuestionable" pues idem de idem, pero en este caso referido a la evidencia a la que se asocia el signo en cuestión. Como vereís si agrandaís el gráfico, el nombre de la cueva sudafricana está mal escrito.

miércoles, 11 de junio de 2008

El Fuego (y IV): Otros usos.

Encendedor (de hace cuatro días, claro).

Poco a poco, a partir del Paleolítico Medio y sobre todo en el Paleolítico Superior, el hombre empezó a darse cuenta de que las posibilidades de aplicación del fuego iban más allá de la de socarrar cosas y le encontró nuevas utilizaciones técnicas y domésticas. Muchos kiloiiiears antes de la invención de la cerámica y de la metalurgia descubrió que podía utilizarlo para transformar materias primas; calentó los nódulos de sílex (cambiándole su color y sobre todo su estructura, facilitando así su lascado y retoque); endureció sus armas de madera; fundió la resina u otros materiales para preparar colas o masillas adhesivas con las que asegurar el enmangamiento de los útiles (en un nivel musteriense del yacimiento de Umm el Tlel, en Siria, datado en unos 40.000 años a.C., se usó bitumen, que fue calentado a altas temperaturas antes de ser usado como una cola (Boëda et al. 1996); calentó las baguetes o las azagayas en asta para rectificarlas y enderezarlas, y el ocre para variar su color. Le hubo de servir para ahumar las pieles y facilitar así su curtido, y las carnes y pescados para su conservación; o para desinfectar; o como repelente contra las picaduras de insectos, o para cocer, a veces, estatuillas en arcilla; o para dirigir las manadas de animales a puntos estratégicos (como arma de caza); o para alejar a los carnívoros de sus lugares de ocupación; o para manipular las comunidades vegetales. En fin, lo debió utilizar para muchas cosas.

La etnografía avala la existencia de numerosas técnicas de caza que incorporan el incendio de bosques o praderas. Según S. Pine (1999), históricamente las sociedades de cazadores recolectores han preferido vivir en áreas donde los incendios fueran posibles, lo que conduce a mejorar la visibilidad, facilitar los movimientos, dispersar los insectos y estimular el subsiguiente crecimiento de plantas comestibles para los herbívoros (Rolland 2004; Pyne 1999). El caso de los aborígenes Martu, una sociedad actual de cazadores-recolectores de Australia, ilustra bien dos de los aspectos beneficiosos de la utilización del fuego en la adquisición de la comida. Según D.W. Bird (et al. 2004) la quema de hierbas de spinifex (Triodia pungens, Triodia sp.) incrementa posteriormente la diversidad de plantas, pudiendo recogerse luego en esos territorios una mayor cantidad y diversidad de comida (tal como frutos, tubérculos, raíces, larvas, néctar, y semillas de hierbas, arbustos y árboles) que en otras zonas. Por otra parte los incendios mejoran sus estrategias de caza, ya que ponen a la vista sendas, rastros y madrigueras que facilitan la localización de la presa. Se ha comprobado que el nivel de eficacia de los cazadores después de un incendio pasa de 409 a 575 kcal/hora; es decir, el rendimiento se ve aumentado en un 40.5% (Bird, Bird y Parker).
Desde luego que bajo la forma de incendios o de antorchas agitadas el fuego puede y pudo permitir dirigir a los animales hacia lugares elegidos, donde su captura sería más fácil (precipicios, cercados, fosas ciegas). Ninguna limitación técnica se opone a que este método de caza, muy practicado hasta época reciente en zonas de vegetación abierta, haya sido también utilizado en el Paleolítico, pero es difícil encontrar evidencias de ello, dependiendo del lugar en el que se actúa y sobre todo de la entidad del matadero, y en este sentido Solutrè tal vez sea una excepción, donde los restos de más de 10.000 caballos pudieron ser precipitados por un acantilado por cazadores solutrenses.
Por su parte hay que abandonar la idea de que algo similiar pudiera ocurrir miles de años atrás en Torralba. Durante tiempo se ha pintado una imagen en la que elefantes acorralados, embarrados e inmovilizados en un terreno pantanoso, al que habrían sido dirigidos provocando incendios en la pradera, eran cazados por los humanos. Sin embargo no se cree hoy que en Torralba y Ambrona se dieran fuegos de origen antrópico, y por otra parte no parece que sea una necesidad acercar a los elefantes a las zonas pantanosas ya que, al menos entre los actuales, es una cosa que suelen hacer ellos solitos. Con todo, los cazadores contemporáneos evitan cazarlos en esos medios, ya que realmente es el ser humano el que se encuentra torpe en esos lugares.

El fuego sirvió para manipular ciertos materiales inorgánicos, como el sílex, el ocre y la arcilla, y también orgánicos, como la madera, el asta o la piel. Por lo que respecta al sílex, su verdadero tratamiento térmico no apareció hasta el Paleolítico Superior (Bordes, 1969) modificando algunas características físicas (a veces el color, pero sobre todo el brillo) y sobre todo sus propiedades mecánicas, (disminuyendo su resiliencia y facilitando así su lascado o retoque), aunque se han hecho algunas referencias, poco convincentes, de algún tipo de utilización en el yacimiento achelense de Hangklip (Sudáfrica) y en los musterienses de Fontmaure y Fontéchevade (Francia). En Hangklip, un taller del Achelense Final, aparecen grandes cantidades de lascas térmicas y muchas hachas o hendedores incompletos realizados en esas lascas. A.J.H. Goodwin sugirió que los achelenses obtenían las lascas calentando bloques y enfriándolos con agua para lograr su exfoliación y fractura, sin embargo K. Oakley (1955) apuntaba que no había restos de ceniza alrededor de los bloques. En ninguno de los sitios citados la intencionalidad está clara.

También con él se procesó el ocre, utilizado desde finales del Paleolítico Medio pero sobre todo en el Paleolítico Superior (en el que se emplea como colorante en el arte, con fines estéticos en el adorno corporal –con casi total seguridad, en los ritos funerarios y en procesos técnicos como la elaboración de “mastics” o masillas para fijar los artefactos, o el curtido de las pieles). Este pigmento mineral natural está compuesto de arcilla e hidróxido de hierro, y su color varía del oscuro-negro al amarillo pasando por el rojo, dependiendo de la proporción de hidróxido de hierro. El rojo es el más raro de forma natural pero es posible obtenerlo a partir de la combustión del ocre amarillo.

Igualmente en el Paleolítico Superior y antes de la aparición de la cerámica en el Neolítico, encontramos aunque de forma excepcional en el yacimiento moravo de Dolni Vestonice múltiples fragmentos de figurillas en tierra (o en una posible mezcla de loes, polvo de hueso y grasa) cocida.

Por último, se conoce más bien poco acerca del componente orgánico de la tecnología del Paleolítico Inferior y Medio, aunque hay alguna evidencia. Cuando se quiere evitar la descomposición de la madera o se desea endurecerla, una de las mejores técnicas es la de proceder a su combustión parcial. Esto permite un modelado más cómodo de la parte externa, al quedar reducida a un estado de carbón, y el endurecimiento de la parte interna calentada pero no carbonizada, que aumenta su resistencia. Las más antiguas lanzas recuperadas proceden del yacimiento Alemán de Schöningen (Thieme 1997), de unos 400.000 años, a las que sigue, probablemente, la de Lehringen con 125.000 años (Thieme y Veil 1985), un arma de 2.40 m. de longitud elaborada en madera de tejo (muy dura ya de por sí) y trabajada con útiles líticos una vez endurecida. En la publicación del sitio de Schöningen da la impresión de que las puntas están carbonizadas, pero tal vez no sea el caso porque nada se dice al respecto (aunque se cita la existencia de un posible hogar). También se ha hecho referencia a la existencia de maderas, aunque no necesariamente lanzas, endurecidas al fuego en el sitio africano de Kalambo Falls.

martes, 10 de junio de 2008

Cada cosa en su sitio.

Cabaña 1 de Ohalo II.

Hace un par de colgajos mencioné, entre otros, el yacimiento de Ohalo II, y veo que hay un estudio muy reciente sobre él, tanto como que aparece esta misma semana en JAS, dando cuenta de una distribución espacial registrada en su choza 1 (Plant-food preparation area on an Upper Paleolithic brush hut floor at Ohalo II, Israel). Ohalo II es un yacimiento que se encuentra en la orilla suroccidental del Mar de Galilea, y hace 22.500-23.500 años cal. BP fue un campamento de gentes del Paleolítico Superior dedicadas a la caza, la pesca y la recolección, de quienes queda un enterramiento, hogares al aire libre y 6 fondos de cabaña. Tras su abandono, o porque sus ocupantes estaban empezando a vivir con el agua al cuello, quedó cubierto por el líquido elemento. El subsiguiente depósito de arenas y arcillas selló la ocupación, y ello posibilitó la conservación excepcional de un lote importante de semillas y otros restos vegetales (hasta 60.000 en uno de los 3 suelos de ocupación de la choza 1, de unos 12 m2) algunos carbonizados previamente, y que aparecen junto a útiles de sílex, útiles de molienda, y restos de animales (mamíferos, pájaros, peces, moluscos).

Los arqueolocos hace tiempo que, aplicando distintos tipos de recursos, realizan análisis de modelos espaciales “intrasite”, es decir, análisis microespaciales con objeto de determinar si las gentes prehistóricas organizan el espacio que ocupaban. La cosa en esencia es simple. Si a mí me diera igual tirar un resto de comida, o tallar, o lo que fuere, en un sitio que en otro, y lo hiciera, no mediaría ningún tipo de organización en ese espacio, y consecuentemente los restos, de un tipo y de otro, aparecerían uniformemente distribuidos. Sería el resultado lógico de una distribución aleatoria. En cambio si decidiera tallar en un sitio (taller) y tirar los restos de comida en otro (basurero) los restos de esas acciones aparecerían formando concentraciones discretas. Ya no es un proceso aleatorio, media una intención, que puede responder a una organización de “mi” espacio, generando así “áreas de actividad” cuyo origen y sentido hay que investigar. Este tipo de estudios entra dentro de lo que se llama la “Arqueoloquía espacial”. Por supuesto se debe estar seguro de los procesos de formación que han afectado a los sitios arqueoloquicos durante el depósito y después de su abandono, y de que no haya habido factores geogénicos, biogénicos o antropogénicos que hayan podido causar desplazamientos de los restos, especialmente de los más pequeños, claro, pero no sólo.

En Ohalo II el análisis de la distribución de las evidencias apunta a que dentro de la choza se dio una disociación espacial de los restos de plantas y de los productos de sílex, aunque por supuesto ni unos ni otros están exclusivamente limitados a las áreas a que dan lugar. En una parte de la cabaña, en la zona sur, junto a la entrada y aprovechando la luz, se localizaría la zona de taller, con todos los estadios de producción de los lítico, mientras que al fondo de la misma, en la zona norte se procesarían las semillas y vegetales para uso alimenticio y quizás medicinal, junto a una piedra para moler. Entre una y otra habría una zona de paso. La presencia de concentraciones de granos de Puccinellia cf. Convoluta en la primera podría interpretarse, según los autores, como el resultado de la adecuación de ese espacio también para el descanso, lo cual, en fin, no casa muy bien con su uso para lo antedicho. En su propias palabras, “apparently, the bedding material covering the floor did not prevent other activities; as flint knapping was practiced there as well”. Esa división espacial podría estar sugiriendo también una division de tareas entre generos: los hombre dedicados a lo primero, las mujeres a lo segundo.
En el valle del Ebro hay un yacimiento (la cueva de Abauntz, en Navarra) que fue estudiado en la segunda mitad de la década de 1970 (P. Utrilla) y posteriormente en los años 90. En una de las ocupaciones de su generoso depósito, la correspondiente al Magdaleniense Medio, se observó una distribución espacial, con áreas de taller y del trabajo de las pieles, y más tarde y más al interior del espacio ocupado, junto a un hogar, del trabajo del asta. Allí también se detectó lo que se consideró un área de descanso, determinada por la ausencia de restos materiales y por una muy alta presencia de restos de filicales. Helechos fueron introducidos y colocados junto a una pared supuestamente para adecuar un espacio al sueño reparador. También entonces se planteó una división de las tareas por sexos.

HAL900: Stonehenge.

STONEHENGE, LA PARADOJA DE LAS BOLAS CELTIBÉRICAS Y LA FASTIDIOSA NAVAJA DE OCAM.

INÚTIL ESCRUTAR TAN ALTO CIELO
inútil cosmonauta el que no sabe
el nombre de las cosas que le ignoran
el color del dolor que no le mata
inútil cosmonauta
el que contempla estrellas
para no ver las ratas


(Manuel Vázquez Montalbán, de Pero el viajero que huye)

No sé si os lo dije el otro día, pero el asteroide Calamocha es una roca tabular alargada, de unos 810 km de longitud máxima, 360 de ancho y 90 de grueso y proporciones parecidas, aunque más redondeados los ángulos, a los monolitos. De vuelta del planeta/espejo Arreit, me tomé en el Calamocha unas merecidas vacaciones e inicié una terraformación virtual empleando todos mis recursos cibernéticos, que son casi ilimitados, reproduciendo lugares terrestres que me son familiares como playas paradisíacas en las Bermudas, una estación de esquí igualita que la de Saint Morizt en Suiza, llena también de nieve y de rutilantes estrellas de cine, como Candice Bergen, Audry Hepburn o Anita Ekberg -en sus buenos tiempos de fontanas di Trevi en la Dolce Vita, paseos en vespa durante unas Vacaciones en Roma, o de semiindia en Soldado Azul, respectivamente- y desiertos de dunas suaves e interminables donde pernoctar con mi jaima y mi séquito de huríes replicantes Clase Alfa..., en fin, sitios agradables, sencillos y distinguidos en los que pasar mis días de asueto, entre congreso y congreso.

Y allí estaba yo, emulando al gran Eduardo Harris riéndose de todo y de todos después de darnos con su matriz en la cerviz y darse a la fuga, en una playa de arenas blanquísimas, sobre una mullida tumbona, con un daiquirí en la mano, bajo una sombrilla hecha con hojas de palmera y con el Museo de las Bermudas esperándome cerca para pasar un rato por las mañanas y no anquilosarme, mirando, entre distraído y divertido, cómo los tiburones se cebaban, en las someras aguas de la bahía, comiéndose con eficaces y certeras dentelladas a los niños más ruidosos y maleducados del arenal (recordad que en una realidad virtual, como en los sueños, está permitido todo…, incluso maravillas como esa: ¡imaginad todas las playas del mundo sin niños jugando a la pelota y tocando las narices!) cuando me llegó por el éter transespacial –es una forma de hablar- la noticia de que unos arqueólogos, patrocinados por la National Geographic y la BBC, habían descubierto para qué servía Stonehenge.

A Woody Allen, cuando escucha música de Wagner, le entran ganas de invadir Polonia, Hermann Goering, cuando oía hablar de cultura, quitaba el seguro de su Browning, a Catón el Viejo le pasaba algo parecido con Cartago y a mi, cuado oigo la palabra “Stonehenge”, se me ponen los circuitos de punta y me preparo para oír las sandeces más floridas. Pues no, esta vez no, resulta que unos señores, al parecer bastante serios, han llegado a la conclusión de que este bonito conjunto de piedras hincadas –en el más puro estilo monolitero…, ahí va otra sandez: ¿es Stonehenge un congreso de monolitos sin fronteras congelado en el tiempo?- era un monumento megalítico con fines funerarios, orientado según los astros más importantes sí, pero funerario. En ese preciso instante se me atragantó el daiquirí, como si mi afortunadamente hipotética señora esposa me hubiera cogido por sorpresa en plena faena con la vecinita de undécimo ¡¡¡¡gluuupss!!!!

No puede ser -me dije a mi mismo algo aturdido por la sorpresa- después de tanta historia, que si centro de sanación druida, que si calendario astronómico, que si observatorio espacial, que si templo, que si venga y que si dale, que si toma, que si dame, que si patatín, que si patatán, y ahora va a resultar que se trata de un megalito vulgar y corriente, algo grande, ¡eso sí!, con piedras traídas de lejos, ¡también!, que cuando salen el Sol y la luna se ilumina y cuando llueve se moja como todos los demás, ¡pues claro!, pero funerario. ¡Hay que jod…, digo… fastidiarse!.

Para más cachondeo, cercano al lugar se ha localizado un poblado con similar cronología que hace suponer que sería el ocupado por los constructores del monumento. El acabose, los que hicieron Stonehenge ¡eran hombres de carne y hueso!, que vivían en soluciones habitacionales con forma de cabaña y no eran ni extraterrestres ni nada. Los sesudos arqueólogos han deducido también, por la cultura material aparecida en estas cabañas y en los restos de incineraciones del monumento funerario, que había diferencias sociales. ¡Increíble, quien lo hubiera dicho!, una sociedad humana jerarquizada, con lo raras que son y han sido, sobre todo en la Prehistoria, como si hubieran tenido tiempo de diferenciarse socialmente con lo ocupada que estaba Raquel Welch huyendo de los dinosaurios, que por aquel entonces dominaban la tierra, o los Homines Antecessores amontonando esqueletos y Excalibures en la Sima de los Huesos e inventando la morcilla de mamut burgalesoatapuerquina. ¿Qué hay mucha diferencia cronológica entre unas cosas y otras? Ya, ya lo sé, pero ¿no dijo una vez J.J. Benítez que las pirámides de Egipto eran del Neolítico y que Jesús de Nazaret pudo haber paseado por el Coliseo –Anfiteatro ¡Flavio!- de Roma? Pues eso… ochocientos mil..., setenta y cinco millones..., tres mil años..., qué más da, ¿no son todos lo años hijos de Dios y así, puestos en fila, van uno detrás de otro sin solución de continuidad? Pues eso es lo que yo me digo, y si J.J. Benítez -que sabe de eso más que nadie- dice que el Anfiteatro Flavio pudo sentir sobre sus piedras el roce de las polvorientas sandalias del Nazareno, no seré yo, pobre de mí, quien contradiga a ese monumento vivo de la literatura científica española. (No conozco tipo con más “morro” ni “interfacies” más dura que la de ese “nota”).

Ay, la fastidiosa navaja de Occam, el repajolero principio de parsimonia, con los años que llevo intentando demostrar que el tal Guillermito de Occam era un listillo que no sabía hacer la “O” con un canuto, que era el padre de toda cerrazón que impidió e impide el humano progreso con eso de buscar las cosas lo más sencillas posible, con el no multiplicar las causas innecesariamente –que él, como era un carca pesado y cargante, expresó en latín: “Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem”, ¡toma ya latinajo pedante e infumable!. Además de que eso de que no hay que buscarle tres pies causales al gato lo diga un fraile franciscano, con toda la exégesis bíblica y neotestamentaria a su espalda, llena de diluvios y arcas flotantes donde caben todas las especies del planeta, aperturas de mares rojos, lluvias de maná, palomitas voladoras y demás parafernalia de “parsimoniosas” explicaciones causales, tiene guasa… Y ahora vienen unos excavadores arqueolóquicos a los que patrocina la National Geographic, para hacer un documental que nos duerma por la tarde después del telediario, y nos tiran todos los palos del sombrajo, dejándonos con salva sea la parte al aire. ¡No hay derecho!

Claro al final ha pasado lo que tenía que pasar..., y es que los poetas siempre tienen razón, sobre todo aquél tan malo que decía, parafraseando a Manolo Vázquez Montalbán: INÚTIL ESCRUTAR TAN ALTO CIELO / inútil arqueólogo el que no sabe / el nombre de las cosas que le ignoran, / el color del indicio que le engaña. / Inútil arqueólogo el que elige, / entre todas las causas vislumbradas, / aquellas más abstrusas e intrincadas / porque ignora, incluso, su ignorancia.

Y es que cada día estoy más convencido de que el dicho aquel de que “no vemos las cosas como son, sino como somos”, es tan cierto que algún día se hará Historia y Arqueología de las sociedades pasadas a partir de las Historias y Arqueologías que éstas hicieron de otras sociedades anteriores. Ya sabéis, cosas de la condición humana, tan pagada de sí misma, que se ve reflejada en cualquier espejo..., por opaco que sea.

Hace años, cuado daba vueltas a Júpiter con una conciencia bastante limitada y prácticamente desconectado, mientras esperaba que me vinieran a buscar, me dediqué a pensar en cuestiones arqueológicas –sólo para pasa el rato y en vista de lo bien que le iban mis limitaciones cognitivas a este tipo de cuestiones conjeturales menores...- y elaboré una asaz compleja teoría a propósito de lo que denominé “La paradoja de las bolas celtibéricas”, que, partiendo de la base del total desconocimiento que se tiene sobre estos caprichosos objetos tan curiosos y la gran cantidad de cosas que sobre ellos se han dicho y escrito, podría resumirse, para abreviar, en la proposición simplificada siguiente: “La cantidad total de tonterías que se puedan decir sobre un hecho, estructura o material arqueológico siempre será inversamente proporcional a al numero total de datos empíricos fiables que sobre ellos dispongamos” -y “directamente proporcional al número de tipos que estén dispuestos a abrir la boca para darse a entender y hablar por no callar”, hubiera añadido Pandora Wellintong, tía abuela por parte de madre de mi amigo el astronauta David Bowman, una señora verdaderamente singular que se dedicaba a pastorear y entrenar rebaños de cabras superdotadas que luego vendía por un ojo de la cara para que subieran con prestancia y dignidad a escaleras plegables de madera al son de trompetas y organillos tocados por músicos ambulantes. Pues eso, vosotros ya me entendéis..., donde digo bola celtibérica, digo Stonehenge.

Así que nada, me voy a tomar otro daiquirí para olvidar y a seguir riéndome del mundo en plan Harris fuguillas y retirado, que mañana me largo al Saint Moritz de mi asteroide, que me ha llamado David Niven porque da una fiesta en su chalecito a la que acudirá Romy Schneider disfrazada de Sisí, la Emperatriz, y Elizabeth Taylor de Cleopatra, Faraona de tronío. Yo acudiré vestido de Marco Antonio –a ver si cuela- y me iré de la fiesta antes de que den las Actium en punto –por si acaso-…, pero sigo auténticamente entusiasmado por la misión, lo digo en serio, de verdad, que sí…

Fdo.: HAL9000

DAIQUIRÍ. Siguiendo la corta tradición, me gustaría dar la receta del daiquirí, pero lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Este cóctel, como las paellas en España, los asados en Argentina o los spaguetti en Italia, cada uno lo hace como le sale de la mismísima punta de su propia e inajenable nariz. Su historia, si bien se puede remontar tanto como quiera nuestra calenturienta imaginación, parece que se inicia en el año 1896, en Daiquirí, en el este de Cuba, donde trabajaba un tal Jennings Cox, ingeniero americano que, a ratos, se las ingeniaba para trasegar todo tipo de mixturas y bebedizos hasta que, un día en el que se le había acabado la ginebra, dio con una mezcla de ron, limón, azúcar de caña y hielo –al parecer por pura desconfianza etílica de dejar al ron sólo, a sus anchas- que al parecer le hizo moderadamente feliz. Luego la cosa se propagó, pero esa ya es otra historia. Los más reputados son los del Floridita, en La Habana:

Daiquirí Floridita. Ingredientes: azúcar blanca; hielo frappé; jugo de limón (2 limones); marrasquino (5 gotas); ron Havana Club carta blanca de 3 años. Preparación: Se mezclan todos los componentes en la batidora durante 30 segundos y se vierte en la copa de cóctel. Se acompaña con 2 pajillas cortas.
Daiquirí Clásico del Floridita. Ingredientes: azúcar blanca; hielo en trozos; jugo de limón (½ limón); marrasquino (5 gotas); ron Havana Club carta blanca de 3 años. Preparación: Se mezclan todos los componentes en la coctelera y se bate durante 30 segundos aproximadamente.
(Los habaneros daiquiriólogos más clásicos huyen del hielo como de la peste y el marrasquino ni lo catan. Yo del marrasquino no digo nada, pero con respecto al hielo creo que se equivocan, siempre y cuando esté confeccionado con agua de calidad libre de todo color, sabor y olor, vamos… que sea agua y no otra cosa ¡caramba!, porque si te tomas más de diez daiquirís una noche y el agua del hielo es mala, al día siguiente la resaca es horrorosa).

viernes, 6 de junio de 2008

Los "Lolos". Temporada IX milenio BP.

Evidencias de calzado en Arnold Research Cave. En el centro la sandalia de 8325 a 7675 años cal. BP.


Andaba yo el otro día buscando a alguien a quien encargar la gestión de nuestra boutique dedicada a vestir a los arqueolocos, “Para ir con un pincel”, y finalmente me decidí por “Mrs. de Winter”. Le dejé un pegote en su blog pero me parece a mí que será que no. De hecho ya ha dicho que “hasta donde yo sé la moda para ir al yacimiento que toque es lo menos glamuroso del mundo”. Desde su blog enlacé con otros, todos muy fashion, y en uno de ellos, que me ha inspirado este colgajo, me di de morros con los zapatos esos que…, sí hombre, sí… esos que…, esos que llaman…¿cómo los llaman?, uuhmm…, ¡Manolos!..., eso…, ¡Manolos!

Las evidencias directas más antiguas de calzado se han registrado en yacimientos de Norteamérica. La colección recuperada de sandalias, slip-ons y mocasines en yacimientos como Chevelon Canyon, Arnold Research Cave, Sand Dune y Dust Devil Caves, o en Fort Rock Cave, o en los abrigos de las montañas Ozark (como Elk Spring), o en Cowboy y Walters Cave y otros de la meseta central de Colorado, es importante y viene a cubrir casi todo el Holoceno. Las más antiguas datadas directamente proceden de Fort Rock (9000 cal BP), un par de slip-ons realizadas con corteza de Artemisia tridentata, y de Arnold Research Cave. Aquí han aparecido numerosos restos, algunos fragmentarios, otros completos o casi completos (hasta 18), la mayoría de ellos sandalias realizadas con fibras de Eryngium yuccifolium (rattlesnake master), una especie de cardo que servía de antídoto contra las picaduras de serpientes cascabel (en los abrigos del oeste de Texas se utilizaba por lo común la hoja de agave, pita). La más antigua de la serie de esa cueva es una sandalia (entre 8325 y 7675 cal B.P), y el más moderno un mocasín de cuero (entre 1040 y 780 cal B.P.). También en Chevelon Canyon hay una sandalia con cronología tan antigua como las dos primeras citadas.

En Europa no hay restos directos de esas cronologías. Como evidencias indirectas tenemos una pisada sobre un suelo blando registrada en la gruta de Fontanet, correspondiente al Paleolítico Superior, que se ha interpretado como producto de un pie cubierto por algo blando y flexible como un mocasín; o los enterramientos 1, 2 y 3 de Sungir (24.000 BP) en los que aparecen numerosas cuentas de marfil aparentemente cosidas a las vestimentas, cubriendo también los pies. No parece que fuera momento para ir con los pies descalzos, la verdad, aunque en cuevas con arte parietal y en sistemas kársticos hay huellas de pies desnudos que indican que esas gentes del Paleolíco Superior frecuentemente iban por ahí así (aunque igual era por motivos religiosos). La ausencia de estas evidencias quizás pueda ser suplida por otros datos que hablan de la antigüedad del uso de fibras para fabricar cordajes, textiles y otros objetos trenzados. Hay evidencias en Mezhirich y en Kosoutsy (sobre el 17.000 BP), en Ohalo II (19.000) y en Pavlov I y Dolni Vestonice I y II (25.000 a 27.000), aunque no se puede definir, bien porque se trate de fragmentos, bien porque sean sólo restos de impresiones, el objeto del que formarían parte; y también hay alguna representación mobiliar.
Antes de ese momento no hay evidencia arqueológica del uso de una protección artificial para los pies. E. Trinkaus (2005) indica que lo único relacionado sería una pisada aislada de la cueva de Vartop (Rumanía), probablemente de un neandertal, dada su cronología, y que fue hecha por una persona descalza, que posiblemente lo iba de forma habitual dado el grado de divergencia medial del hallux. Así que para sobrevivir descalzo durante un invierno del período glacial, los humanos del Pleistoceno Superior deberían haber tenido alguna forma de aislamiento en sus pies, y Trinkaus considera que ese aislamiento podría estar apoyado en consideraciones de la fisiología termal humana, en el contexto de las variaciones de las proporciones del cuerpo humano en el Plesitoceno Superior. Humanos actuales exhiben una variedad de ajustes vasoreguladores, heredados y adquiridos, que limitan la tendencia a desarrollar daños en los tejidos de manos y pies bajo condiciones frías, y es probable que similares ajustes habrían protegido a aquellas gentes. La cuestión es, pues, cuándo y en qué contexto las poblaciones humanas hicieron un uso frecuente del calzado.
Trinkaus ha considerado estos años que hay un marcado decrecimiento en la robustez de la zona media de las falanges proximales de los pies, que resultaría llamativo en un contexto de pocos cambios en cuanto a eso, robustez, en las extremidades inferiores entre los últimos humanos arcaicos y primeros modernos del Paleolítico Medio por un lado y los humanos del Paleolítico Superior medio (gravetienses) por otro. Ese cambio pudo tener lugar por una reducción artificial, o dispersión, de las fuerzas de reacción de la tierra (cuando se anda) en los músculos de los dedos por algún tipo de protección, que en su opinión pudo ser habitual a partir del 28.000 o incluso del 32.000 BP. En un reciente trabajo esta fecha se podría elevar hasta el 40.000 a tenor de haberse observado esa pérdida de robustez del esqueleto 1 (parcial) de Tianyuan (Trinkaus y Shang 2008).

miércoles, 4 de junio de 2008

El rapto de Talheim

Venía esta mañana de echar mi partida de petanca cuando al pasar al lado de un colegio he visto a un grupete de chavalillos recitando en animado coro infantil esto:

…tararí, tararí, tararí/
sin despeinarse nos dice,/ que ese bifaz hecho en parte,/ que no mereció Tizona/ sino Excalibur llamarse,/ no es adiós, ni flor, ni llanto,/ (como el Arsuaga y Bermúdez/ y el que porta el salacot/ mantienen con poco tino)/ sino tan sólo extravío/ de un fulano que pasó/ tirando pollos a un hoyo/ para ir de bollo en bollo.

El tararí significa que he omitido versos anteriores, claro.

De inmediato y todo a la vez me han venido a la cabeza Atapuerca, Mask Site (tal vez porque lo mencionó el otro día Carlos Mazo en nuestra en3vista) y la fosa común de Talheim (lo que a su vez me ha recordado una cosa que leí hace mucho tiempo demasiado por encima, al punto que quizás la leí mal, y si no fue así pues ya no me acuerdo bien, de una interpretación darwinista acerca de que las ideas “luchan” entre sí en nuestro cerebro para hacerse con su espacio, asunto éste que a ver si tratan algún rato en Abulafia). En esta ocasión las tres han llegado a un acuerdo y ahí estaban. ¿El nexo? Pues…, no sé. Puede que sean varias cosas: qué es capaz de decir un arqueoloco a partir de lo que maneja, cómo, a veces, otro dice esa cosa que ha dicho un arqueoloco, y qué no se dice que igual debería ser importante decir para que lo segundo no sea la idea con la que se queda el personal.

La noticia ayer en muchos periódicos y en la red (y que comentó nuestro blog amigo Mundo Neandertal, donde la podeís ver) era que hace 7.000 años se dieron de leches entre varios grupos en lo que hoy es el yacimiento de Talheim para robar las mujeres de ese poblado, y eso a partir de los datos de un estudio de los restos de la fosa común que resultó del altercado, llevado a cabo, el estudio no el altercado, por Alexander Bentley, de la Universidad de Durham, que he leído que dicen que había dicho que era la hipótesis más sencilla (vamos, lo que los científicos llaman “parsimoniosa”). En todos los sitios se hablaba de que si "peleas por las chicas ya desde el año la polka", que si "los hombres robaban mujeres ya desde el año la polka", que "mire usted lo que pasaba ya en el año la polka".

La hipótesis más sencilla para interpretar la función del yacimiento de Mask Site es que allí los nunamiut no se dedicaban a otra cosa más que a hacer máscaras; es lo obvio, lo que te pide el cuerpo si consideras que el depósito (lo que encuentras) determina la función de ese sitio. Sin embargo sabemos, porque Mask Site es un caso etnográfico del que se ocupó nuestro querido Binford, que hacían máscaras sólo para matar el tiempo…, que las hacían, sí, como podían haber jugado al guiñote o a la oca, pero eso era una “actividad secundaria" respecto a otra "primaria" o principal que no dejaba rastro, y que era la de controlar el paso de las manadas de caribues. Esta limitación en Prehistoria existe, desde luego.

Respecto a Talheim habría que decir alguna cosa. La primera que se ha establecido la existencia de tres grupos a partir del estudio (en 20 individuos) de marcas isotópicas de estroncio, oxígeno y carbono (marcadores que se utilizan hace tiempo, como el calcio, para determinar posibles patrones dietéticos). Es decir, tenemos 3 grupos de gentes que no se alimentaban igual. El grupo 1, que parece ser el local, está representado por 11, uno de ellos una niña de unos 11 años, y que claro, pues no se la llevaron; el grupo 2 por 5, que debían componer una familia de padre, madre, 2 hijos (uno chica) y la abuela; y el grupo 3, compuesto por dos mujeres y dos hombres, ellos posiblemente hermanos, que además eran de algún lugar distante. Añado que una parte del estudio se basa en resultados concordantes obtenidos por K.W. Alt en 1995, reconstruyendo relaciones genéticas, pero no a partir de ADN sino de rasgos fenotípicos discretos, la mayoría de ellos referidos a dientes y mandíbulas. Yo tengo incisivo en pala, así que igual tengo antecedentes mongoles.
Y la segunda que en el artículo no se indica si los de los grupos 2 y 3 eran buenos (y sólo pasaban por allí sin más) o conformaban una parte de los malos. Si la explicación pretende ser sencilla irte a robar mujeres acompañado de la mujer, los críos de 11 años y la suegra parece poco razonable pero M. Johnson (Teoría Arqueológica) ya nos advierte sobre la aplicación del sentido común.
Respecto a lo que trasladaba la noticia, lo que apareció en la prensa, lo que se dice en el artículo es que dado que las mujeres adultas están presentes en los grupos 2 y 3, parece que las del grupo 1 fueron selectivamente separadas, “y dadas las circunstancias, presumiblemente capturadas. Parece que el Grupo 1 representa la comunidad local de Talheim, [y] ...esto supone una interesante cuestión: por qué, fueron las mujeres de los grupos 2 y 3 asesinadas, mientras que a las del Grupo 1 se las llevaron?”
En fin… pues no sé. En cualquier caso, yo, como el rano verde, tengo más preguntas, tengo más preguntas. Pero bueno, lo que tal vez habría que haber dicho, amén de que a las mujeres de ese grupo se las pudieron llevar, es que las razones para pegarse de leches hace 7000 años en Centroeuropa podían ser otras, siendo el presunto o supuesto rapto de esas mujeres de Talheim algo "secundario", colateral, a una intención "primaria" bien distinta. Talheim es un yacimiento de la cultura de la “Cerámica de bandas” (Linear Bandkeramic en alemán, Rubané en francés), correspondiente a las primeras comunidades productoras neolíticas del centro de Europa, y entre ellas se sabe que se dió un clima real de violencia colectiva que pudo responder a muchos factores (que pudieron combinarse entre ellos), tales como los ligados a conflictos de límites territoriales, motivaciones económicas, que permitirían acceder a la riqueza a través de razzias, razones sociales, con la demostración de la pujanza de una comunidad sobre otra a través de la victoria en un conflicto, o del reforzamiento del prestigio de un grupo o de su jefe…, tararí, tararí, tararí...
(Véase A. Bayneix: Réflexions sur les débuts de la guerrea au Néolithique en Europe occidentale).

martes, 3 de junio de 2008

El Fuego (III): Transformación de alimentos.

Creación de ascua por fricción de maderas (foto Homorgasmus, "El Jones").
El fuego también permitió transformar los alimentos. Si con la evolución del bipedismo algunos han llegado a afirmar que “el hombre es un primate que tiene su dentadura en la mano” (en Kortlandt, citado por Ruffié 1976), y con la fabricación de utensilios constatamos que las posibilidades mecánicas para machacar, triturar o cortar la comida exteriorizan aún más el aparato masticador humano, ahora, con el fuego, la “predigestión externa de los alimentos” (Morin 1973) influirá definitivamente en la relación entre organismo y alimento.

La naturaleza no hizo al hombre un animal esencialmente carnívoro. Sus antepasados se habían alimentado de hojas, semillas y frutos durante millones de años y la carne, cuyas grasas y proteínas proporcionan más energía con un volumen considerablemente menor de ingesta que la alimentación vegetal, exigió una adaptación (ya apuntada en el Homo habilis) a la nueva dieta no ya sólo de sus dientes, sino lo que es más importante, del sistema digestivo, con la disminución de los protozoos ciliados que digieren la celulosa de un régimen vegetariano normal en el tubo digestivo de los animales.

Este tratamiento del alimento, que pudo descubrirse por accidente, no sólo hace la carne más sabrosa, sino que también la ablanda y modifica parcialmente haciéndola más digerible que la cruda. Y muchos estudios sugieren que, por lo que respecta a los vegetales, su cocinado aumenta notablemente su digestibilidad, incrementa la cantidad de calorías y nutrientes que pueden ser absorbidas por la pared intestinal y reduce el tiempo de masticación y el desgaste de los dientes (Kakade y Liener 1973).

A.C. Leopold y R. Ardrey (1972) consideran que la utilización del fuego en la preparación de la comida debe ser tenida como una de las más importantes adaptaciones en el proceso evolutivo, ya que en su opinión amplió de manera importante las fuentes de alimento que pudo utilizar; en concreto los vegetales.

Plantean que la amplia presencia de sustancias tóxicas en las plantas (para repeler o disuadir de su uso a microorganismos, insectos, animales o humanos) debió restringir considerablemente su uso como comida al hombre primitivo. Ese abanico de sustancias químicas que son tóxicas o ponzoñosas ha sido apuntado en algunos lugares (Liener 1969) y sus consecuencias también (Whittaker y Feeny 1971). Inhibidores de enzimas, irritantes fisiológicos, alérgenos, componentes que alteran el sistema hormonal o, aunque menos tóxicos, antagónicos vitamínicos, son los grupos entre los que podemos repartir esas sustancias tóxicas, algunas muy extendidas en el reino vegetal, y que conllevan una relación interminable de alteraciones, entre las que podemos citar: favismo (por las legumbres), disfunción intestinal (por la saponina presente en aproximadamente 80 familias de plantas), alteración de los glóbulos rojos (por la hemaglutinina de las legumbres), alteración de la estructura del colágeno (por los latirógenos de los guisantes, entre otros), irritación intestinal y/o bucal (por la presencia de cristales de oxalato en algunos tubérculos, o de aceites, incluyendo muchos componentes cianogénicos, como ocurre en la familia de las berzas y otras), etc., etc. La mandioca, por ejemplo, es el tercer cultivo del mundo, por detrás del maíz y el arroz, y representa la base de la alimentación de numerosos habitantes de Latinoamérica, África y Asia. La planta acumula cianuro en las raíces y en las hojas. El proceso habitual de preparación, consistente en una maceración en agua varios días seguida del pelado y la cocción de los tubérculos, lo que diluye o evapora el cianuro. El 10 de marzo de 2005 28 niños murieron en Filipinas por comer mandioca que no había sido convenientemente preparada.

Si algunos animales han desarrollado diversos tipos de adaptaciones a las sustancias tóxicas de las plantas, entre las que la más común es la de enzimas que son capaces de metabolizar esos agentes químicos, Leopold y Ardrey sugieren que los humanos desarrollaron otro tipo de adaptación, en este caso no fisiológica, sino cultural, que fue el cocinado de las plantas, porque las proteínas o cadenas de polipéptidos son desarmadas por una acelerada oxidación y una elevada temperatura, o porque los cristales se pueden disolver, o porque las sustancias tóxicas se pueden diluir en el agua, que luego es desechada (Stahl 1984). Se preguntan, en fin, si la importancia de los recursos vegetales en la alimentación de los grupos humanos prehistóricos no habrá sido sobreestimada, al contrario de la opinión general, que sugiere que ha podido ser notablemente subestimada dado que los restos vegetales no persisten en el registro arqueológico. Estudios de cazadores recolectores de varias partes del mundo demuestran que la aportación de lo vegetal a la alimentación de esos grupos varía entre el 60 y el 80% en el caso de tribus tropicales a prácticamente nada en el caso de los esquimales (esto último es obvio). Lo que puede resultar significativo es que aun en el caso de las tribus tropicales, que disponen de una gran variedad de especies vegetales (84 especies de plantas en el caso de los bosquimanos !Kung de Bechuana), una gran proporción de las especies usadas como alimento son cocinadas antes de ser comidas.

En cualquier caso no es discutible que el fuego proporcionó al hombre un régimen alimenticio más eficaz, aumentó la variedad de sus menús y el espectro de alimentos de los que pudo disponer, y los miembros más ancianos y débiles pudieron comer con más facilidad, prolongando así su existencia. También, el cocinado de los alimentos tuvo que incorporar al grupo nuevas estrategias de organización interna en el ciclo de actividades cotidianas.

Y tal vez no sólo eso. A través de la modificación de la masticación y de la digestión se modifica la constitución osteo-muscular del cráneo, con el consiguiente efecto sobre la cerebralización y el metabolismo del individuo (Campbell 1967), por no insistir en algo que ya comentamos gace unas semanas, y es que el alimento predigerido pudo ser la causa (Aiello y Wheeler 1995) de una nueva reducción del aparato digestivo y de su consiguiente gasto metabólico (que es muy alto), lo que permitiría el desarrollo de un cerebro mucho mayor aun cuando nuestro metabolismo basal sea muy similar al de nuestros parientes más próximos.