jueves, 28 de agosto de 2008

Isotopos y paleodietas.

Hace unos colgajos –en Chuletones de vaca-, y a cuento de un artículo de Michel P. Richards (et al.) que se acababa de publicar en JHE con el título de Isotopic dietary analysis of a Neanderthal and associated fauna from the site of Jonzac (Charente-Maritime), mencionábamos los análisis isotópicos como medio para obtener información acerca de la dieta de antiguas poblaciones (paleodieta), que no es lo mismo, añado de inmediato, ipso facto, al tiro, que su caracterización nutricional. Para determinar el estado nutricional, el estado de salud de una población, se utilizan otra serie de indicadores, como los de stress episódicos y los de enfermedades, que hoy dejaremos a un lado.

Para investigar sobre ese asunto, sobre lo que comían esas gentes, se pueden aplicar métodos indirectos (alguno ya se mencionó) y métodos directos. Los análisis isotópicos tienen este carácter, directo, como también lo tienen los análisis de oligoelementos (por ejemplo Sr/Ca), de coprolitos, o el estudio del microdesgaste dentario y de los patrones de estriación dentaria, de los que tampoco nos vamos a ocupar ahora.

La utilización de isótopos estables en arqueoloquía para el conocimiento de las dietas humanas del pasado se remonta a la década de 1970, y los más usados son los del carbono (C12/C13) y nitrógeno (N14/N15). La relación entre ambos isótopos de cada elemento se expresa como δ13C y δ15N en ‰. La ratio del carbono nos indica si las proteínas aportadas a la dieta tienen un origen marino o terrestre, o si provienen de plantas C3 o C4 (algo de lo que también se habló en aquel colgajo y luego en el de Chapulines al ajo…, y que, añado, en Europa es de escasa relevancia porque la mayor parte de las plantas disponibles fueron C3), y la ratio del nitrógeno la proporción entre proteínas vegetales y proteínas animales consumidas, lo cual es a su vez un indicador de la posición en la cadena trófica, discriminando entre herbívoros, carnívoros y omnívoros; y así es que en el artículo citado (y haciendo referencia a todos los estudios anteriores sobre la dieta de los neandertales) se llegase a decir que estos “tenían valores de δ15N similares o más altos que los carnívoros ‘top-level’ de esos sitios”, conduciendo a los investigadores a concluir que “los neandertales fueron también carnívoros de alto nivel en esos ecosistemas”. Por supuesto, para decir eso es obvio que resulta necesario conocer los valores δ13C y δ15N de la fauna que aparece en los yacimientos, que también son obtenidos, claro, con objeto de poder situar los de los humanos en relación con aquéllos y poder reconstruir así las relaciones tróficas.




Valores δ13C y δ15N en diferentes ecosistemas y niveles tróficos. La sestrellas indican los valores de los neandertales estudiados.


Este tipo de análisis se ha aplicado a gentes de todas las épocas, desde el hombre de Similaun, hasta otros del siglo XIX, pasando por egipcios, romanos, vikingos o incas, y no sólo para conocer el tipo de alimentación en cada lugar y momento, sino también para determinar si se dieron diferencias en el acceso a los recursos alimenticios en relación al sexo o estatus social de los individuos, o la edad de destete (método indirecto, a su vez, para investigar la fertilidad en esas poblaciones) y el tipo de alimentación infantil…, o incluso aspectos relativos a la movilidad de esas gentes y para establecer qué individuos eran residentes y cuáles inmigrantes, aunque para estas cuestiones sobre movilidad se utilizan otros isótopos estables: dos del azufre (S34/S32) o del estroncio (Sr87/Sr86). El asunto del destete, en el que tampoco vamos a entrar porque yo en realidad de lo que quería hablar era de neandertales, es en cualquier caso especialmente complejo. En el momento del nacimiento los valores δ15N de los críos son como los de la madre, ya que hasta entonces han recibido a través de la placenta los alimentos que ella ha ingerido. Con el amamantamiento ese valor se sitúa un 3-5‰ por encima de los de la madre porque, por decirlo de alguna manera, actúan como “depredadores” de la misma, situándose un peldaño por encima en la cadena trófica. La cuestión es que como si se analizan huesos se trata de críos que murieron muy pronto… ¿murieron porque había llegado su hora o porque tuvieron un destete temprano? Eso evidentemente no los haría representativos de la población. Una manera de abordar este problema es analizar los isótopos estables de los dientes de los individuos adultos, que se formaron en edad infantil y que no remodelan a lo largo de la vida del individuo. Esto nos conduce a una cuestión del método que obviamente me alarga el colgajo.

Estos análisis se pueden hacer sobre cualquier tejido o resto de nuestro cuerpo, pero en condiciones normales de nuestro cuerpo sólo suelen conservarse huesos y dientes. La mayor parte de los estudios se realizan sobre la parte orgánica –colágeno- de los huesos. Otros analizan los isótopos estables de la dentina de los dientes. La información en uno y otro caso es diferente. Los huesos están sujetos a procesos de remodelación ósea a lo largo de la vida de un individuo, de manera que su composición varía. La tasa de cambio del colágeno se ha estimado entre 5 y 20 años, de manera que analizando un hueso se obtiene información sobre el tipo de dieta de un individuo durante, digamos, la última década de su existencia. En cambio la dentina no se remodela sino que permanece estable desde el momento en el que se forma. Como los distintos dientes tienen distintos períodos de mineralización se sabe en qué momento de la vida de un individuo se formó la dentina. Si se estudian distintos dientes de un mismo individuo se puede conocer la dieta en esas distintas etapas, cuando se forma la dentina, y si además se estudia alguno de sus huesos ese rango se amplia (si el individuo murió con cierta edad). De manera que no sólo podríamos saber cuál fue su dieta un tiempo antes de morir sino si hubo cambios en su nutrición y estilo de vida a lo largo de su permanencia en este valle de lágrimas.

Pues bien, volviendo a lo que quería decir, he visto que estos días aparecía en la prensa que Ralf W. Schmitz había aplicado esta técnica a restos de un neandertal conservados en el Museo Neanderthal de Mettmann (no sé si a los aparecidos en el año 1856 en la cueva de Feldhofer, o a otros hallados a principios de esta década en la misma zona), concluyendo que se alimentaba casi exclusivamente de carne y que, aunque vivía a orillas del río Düssel, el pescado ni lo probaba. Apostillaba Michel P. Richards, del Instituto Max-Planck de Antropología Evolucionista, que tal hecho es concordante con las investigaciones más recientes acerca de los detalles dietarios de los neandertales; y que esas investigaciones, que incluyen especímenes recuperados desde Croacia hasta Francia, muestran que la dieta de esos europeos prehistóricos se componía casi exclusivamente de carne, al punto que “sus costumbres alimenticias no tenían diferencias con las de otros mamíferos carnívoros como los lobos”.

Las investigaciones a las que se refiere Richards son la pionera del yacimiento francés de Marillac (hoy “Les Pradelles”) en 1991 (Bocherens et al.) y en 1995 (Fizet et al.), a las que luego se han ido sumando las de los también franceses de Saint Césaire (Bocherens y Drucker, 2003; Drucker y Bocherens, 2004) y el propio Jonzac (Richards et al. 2008), los belgas de Scladina y Awirs (Bocherens et al., 1999, 2001) y el croata de Vindija (Richards et al., 2000). Ambrose (1998) lo intentó con un neandertal de Oriente Medio pero la muestra de colágeno conservado resultó ser muy pobre.

Valores δ13C y δ15N de los neanderthales estudiados.


En total son trece individuos adultos, ahora parece que catorce, y todos los estudios han sugerido que los marcadores isotópicos de los neandertales eran muy similares a los de carnívoros estrictos encontrados en los mismos yacimientos (como leones de las cavernas, por ejemplo), indicando que la dieta de esas gentes estaba dominada por la ingesta de carne de grandes herbívoros, lo cual resulta concordante con otros datos, como los zooarqueoloquicos, es decir, los restos de fauna asociados a los yacimientos (Gaudzinski, 1996) o los modelos de desgaste dentario (Lalueza Fox y Pérez Pérez, 1993). Esto no resuelve, en cualquier caso, otras cuestiones relacionadas con el comportamiento dietético, tales como si los neandertales eran cazadores o adquirían la carne mediante carroñeo (Binford, 1988; Mellars, 1989; Patou, 1989; Marean, 1998), si sus estrategias de caza diferían de las de los primeros humanos modernos (Chase, 1987; Stiner, 1994; Marean y Assefa, 1999; Pike-Tay et al., 1999; Hardy et al., 2001; Speth y Tchernov, 2001) y si diferencias en la dieta y en la salud podrían dar cuenta de la transición entre el Paleolítico Medio y el Superior y de la extinción de los neandertales (Skinner, 1996; Cachel, 1997). Una subsistencia basada casi por completo en el consumo de carne de herbívoros parece observarse también en Homo sapiens sapiens de principios del Paleolítico Superior (36000–29000 años B.P.), pero hacia el 28000 B.P. se empezaría a introducir en la dieta proteínas procedentes de ecosistemas acuáticos, sobretodo de agua dulce (Richards et al., 2000, 2001). Este proceso se conoce con el nombre de Revolución de Amplio Espectro ya que implica la diversificación de las fuentes alimenticias, que se hace todavía más patente en períodos posteriores.

No obstante, en el año 2006 V. Balter y L. Simon publicaron un artículo también sobre la dieta del neandertal de Saint Césaire, pero en esta ocasión utilizando datos de las ratios de elementos traza (Sr/Ca y Ba/Ca) de la fracción mineral del hueso –hidroxiapatita- (Diet and behavior of the Saint-Césaire Neandertal inferred from biogeochemical data inversion). Las conclusiones en este caso no fueron concondartes con estudios previos ni tampoco con la evidencia zooarqueológica. Contrariamente a lo indicado hasta ahora se decía que el pescado pudo haber significado una importante proporción en la dieta de ese neandertal, hasta el 30%.