miércoles, 19 de noviembre de 2008

HAL9000: EL CONCETO ES EL CONCETO (DE ARQUEOLOGÍA, NOTAS DE PRENSA Y ARGUMENTACIONES DE LO OBVIO).


“La única cosa que sé es saber que nada sé” .
Sócrates (470-399 A.C.)
“En primer lugar acabemos con Sócrates, porque ya estoy harto de este invento de que no saber nada es un signo de sabiduría” .
Isaac Asimov (1920-1992)
"Lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra" .
Manuel Manquiña, “Pazos” en Airbag (1997)


… y allí estaba yo, dándome un garbeo por una galaxia cercana para quitarme el estrés de las excavaciones en el Planetoide Calamocha, que no sabía -ni me lo imaginaba- lo complicado que es eso de hacer agujeros así o asá, pero científicamente: que si perfílame bien ese corte; que si las cuerdas bien tensas; que si no me toques el teodolito, que me irrito; que si cada trabajo tiene su herramienta; que si se limpia de arriba abajo, con cuidado; que si no me pises ahí; que si la metodología es un medio y no un fin…; que si: ¡cotas, cotas, cotas, quien demonios ha tomado las puñeteras cotas!; que si no me dejes los huesos al sol, pedazo de botarate; que si se criba con más garbo; que si en la criba: “despacito y buena letra”; que si ese cambio de color en la tierra es significativo; que si yo opino justamente lo contrario; que si vete a freír espárragos; que es que hay que ver que en cuanto os dejo solos me montáis una avería en la matriz; que si hay que seguir por aquí; que si yo ampliaría, sin embargo, por allá; que si déjame esa piedra donde está que puede ser importante; que si: “Hal, dibuja y fotografía esa piedra y levántala de una vez y no le hagas caso a ese imbécil”; que si… ¡Hasta las narices me tenía el Dream Team de las idem! Yo allí, en mi cata, con el resto de los becarios, ayudantes, estudiantes, plebe en general y gente de mal vivir, y los muermos aquellos de semidioses del Olimpo arqueológico pasando y dando cada uno ordenes varias, diversas y contradictorias que al principio nos divertían a todos, pero que, con el tiempo, empezaron a ser aburridas, molestas y enervantes.

En fin, aguantábamos como podíamos las ganas de despeñarlos por las tremendas terreras del animoso Alcubierre, hasta que vino un jovenzuelo, epígono/integrista/adorador de no sé qué santón postprocesualista de postín, cuyo nombre hay que pronunciar con precaución para que no parezca un taco, y nos dijo que la Arqueología –y las excavaciones también- eran un ejercicio dialéctico y que no nos preocupáramos por las divergencias de criterio de nuestros amados prebostes, vamos que sus posiciones eran como las variadas explicaciones que produce un comentario de texto, como la interpretación del oráculo de Delfos, como una exégesis constitucional, que las soluciones podían ser diversas, contradictorias y verdaderas a la vez. Supongo que aquel mequetrefe descerebrado ya estaba a punto de decirnos que el análisis funcional y el contexto arqueológico nos libraban del salvaje relativismo total y en un tris de hacer asomar la patita, por debajo de la puerta epistemológica, a la holística, para explicarnos, en plan deus ex machina, que “el todo” es más que la suma de “sus partes” y gilipolleces por el estilo, cuando, en un arrebato –un pronto malo, lo confieso, hay cosas que no puedo remediar a pesar de la terapia de grupo y los tranquilizantes de procesadores que tomo todas las noches- tiré del enchufe y los mandé a todos a criar malvas cibernéticas. Y me quedé tan ancho. ¡¿A que ya os gustaría a vosotros poder hacer lo mismo algunas veces…?!

Así que me fui en mi minimonolito de carreras a dar una vuelta por el espacio interestelar para despejarme cuando –no gana uno para sustos- irrumpió en el telediario de las nueve la noticia de que alguien había escrito un libro –hasta aquí todo más o menos normal, aunque quizá innecesario en vista del panorama actual de overbooking editorial- en el que explicaba las razones que tuvo el hombre para hacerse agricultor y sedentario en el Neolítico. Estaba cantado, alguien como Josef H. Reichholf, de la Universidad Técnica de Munich, tenía que aparecer y decirlo alto y claro.

Ya imaginaba yo algo y sospechaba de mis profesores de Prehistoria –cuando me estaban “montando” los circuitos a finales del siglo XX- el día que pillé a un sesudo arqueólogo neolitista en aquello de que los rituales funerarios de no sé qué cultura anteneolítica próximoriental –natufinosequé, ya es que ni me acuerdo- se dividían en dos: con separación de la cabeza del cuerpo post mortem y con la separación ante mortem.

-¡Poco ante! –respondí yo crecido, con la chulería propia de la adolescencia heurístico/algorítmica computacional, a lo que sólo recibí, como respuesta de mis ensambladores, una sonrisa burlona y un lánguido “sí, sí…, majete…, a que, como sigas tocándonos las narices, te desenchufamos de golpe y te hacemos un reseteado en condiciones…”.

Pues eso, que la tele de mi minimonolito de carreras escupió el otro día la noticia: ****“El hombre se hizo sedentario y agricultor en el Neolítico para fabricar cerveza”**** .

¡Ahí es nada: toma Jeroma pastillas de goma!. Y eso, si lo dice Manolo García Pérez, profesor del Instituto de Enseñanza Primaria del afamado municipio de Cabrillas Blancas de Arriba, no pasa del bar del pueblo –a la hora de hacer chistes malos durante la partida de Guiñote- así se caigan todos los palos del sombrajo de la Ciencia, de la razón que tiene el pobre hombre. Pero claro, la misma afirmación se publica en todo el mundo si lo dice un tipo llamado Josef H. Reichholf, de la Universidad Técnica de Munich, así sea la memez más mema del memo mundo mundial (en adelante: “MMMDMMM”).

Y no digo yo que la idea fuera mala, no; incluso me recuerda una antigua teoría mía con respecto al bipedismo y de lo que, hipotéticamente, se puede hacer con las extremidades anteriores libres de las tareas propias de la locomoción cuadrúpeda. Pero me parece una pasada, una sobrada, un “yesuilaperá, tumecomprand, monpetitamí”, que diría un petimetre dieciochesco, un “ahí queda eso y que se den friegas si escuece”. Y no, las cosas no son así. No.

Y tampoco es que yo opine que “el Josef H. Reichholf” sea un indocumentado que, de hecho, ocupa el solito medio “Katalog der Deutschen Nationalbibliothek”, el angelito, y se ha escrito varias grossen enciclopedias de toda clase de bichos…, además de alguna cosa de paleoantropología, traducida por Crítica me parece. No, no es un “piernas”.

Las razones que expuso el muchacho –es un decir- en la presentación en Alemania de su libro -y de las que no sabemos mucho más que la escueta noticia de prensa- no carecen de una cierta lógica: el Creciente Fértil, como su propio nombre indica, es fértil en plantas y donde hay plantas hay herbívoros y donde hay herbívoros hay carnívoros, a los que les siguen los omnívoros y también los que están a dieta para guardar la línea; vamos, que el hombre, en aquellas circunstancias, debía de ser un cazador/recolector de tomo y lomo y que meterse en faena roturadora/sembradora/cosechadora no le reportaba beneficios inmediatos, y, ya se sabe, el hombre y el político sólo piensan y prevén a corto plazo.

-¿Cómo, qué dice usted?, ¡aaaah! ¿que son lo mismo…, que los políticos también son personas?, bueno…, ya…, sí…, claro…, perdón.

Y digo yo que ahora también tenemos grandes praderas americanas capaces de alimentar bisontes, selvas asiáticas muy aptas para los tigres y mares que podrían estar llenos de boquerones, pero los boquerones están a precio de caviar iraní, los tigres en el circo y a los bisontes se los cepilló todos Búfalo Bill Cody. Sí, también sé que con un Winchester de repetición la cosa es más sencilla y con la presión demográfica actual y la insaciable pasión boqueronófaga humana está “chupao” acabar hasta con el último pececillo que se deje meter en la sartén.

Digo yo también que es posible aceptar, a priori, la lógica biológica y el optimismo antropológico de opinar que todos vuestros “tataratataratataratatar...abuelos” estaban siempre pensando en lo mismo; conclusión con la que hasta yo, que sólo soy medio humano, puedo estar de acuerdo. Y todo nos lleva a los “mismos” de siempre, y de nuevo al “botellón”, queridos amigos, como concepción primigenia y antiquísima de importancia sin igual en el devenir de todo lo humano y divino (esto último, aprovechando las “apariciones” postbotellonales, claro). También es sabido que una parte importante de la dieta de los constructores de pirámides egipcias estaba compuesta por cerveza –así como que las mismas pirámides son la constatación cabronzuela y “neocons” de que el obrero, en todo tiempo y lugar, tiende a trabajar cada vez menos, ya que el diseño inicial de estos monumentos funerarios era el de unos cubos perfectos, según se ha sabido hace poco. Pero otra cosa es que el edificio de la ciencia no se apuntala con “creosyo”, ni “amimepareces”, y que habrá que interrogar al registro arqueológico para ver que puñetas comían aquellos señores que, ya se sabe, dime lo que comes y te diré lo que eres.

No sé, no sé…,tampoco me fío un pelo de lo que un periodista humano es capaz de poner en sus columnas con respecto a una noticia mal digerida en un traductor automático on line de los que se estilan ahora. Habrá que esperar a ver el libro y lo que dice en realidad. Pero con la escopeta cargada, por si acaso…, ¿a ver si va a tener razón? Pero claro, serán cosas mías, ya sabéis que no soy muy normal y además, como ando lejos, no me entero bien de la mitad de las cosas. Como me parece, por lo que leo en los colgajos de este BLOG, que doctores tiene la Santa Madre Prehistoria, pues eso, que ya diréis qué os parece el invento de Jerdoktor Josef….

Cuando ya me había casi recuperado del susto, en el mismo viaje, pero unos días después, me llegó un recorte de prensa: ****Los arqueólogos niegan que la tumba descubierta en Roma sea la de 'Gladiator'**** –decía el escueto titular de prensa.

Algunos arqueólogos italianos protestaban y decían que una tumba encontrada en la vía Flaminia, cerca de Roma, no era la del personaje de la película “Gladiator”, de Ridley Scott:

-Se trata de Marco Antonio Macrimo, un personaje relevante del siglo II, pero no es Maximo – decía uno.
-Cuando Marco Aurelio hizo sus campañas, Macrimo tenía 60 y 70 años, demasiado para hacer de militar –argumentaba el siguiente.
-Imposible, además Marco Aurelio jamás pensó en reinstaurar la República –afirmaba otro, dándoselas de enteradillo.
-No, no, Macrimo nunca estuvo en África como Máximo- alegaba una arqueóloga implicada, con cara de circunstancias.

-¿Pero de qué gladiador hablan; la Arqueología ahora inventa los personajes de Holliwood, o qué? –protestaba Andrea Carandini fuera de si.

Y, ¡hay que fastidiarse!, tenían razón todos, pero ninguno aludió a lo más evidente, esto es que el tal Máximo, el gladiador de la película, ERA UN PERSONAJE DE FICCIÓN, y que los personajes de ficción como el Capitán Trueno, Gladiador, Mortadelo y Filemón no tienen tumbas, porque maldita la falta que les hace. Pero claro, para responder eso había que jugársela con la prensa, porque les dabas a entender que la pregunta que te hacían era mas bien tirando a abstrusa (o la MMMDMMM) y eso suele traer consecuencias fatales en el periódico del día siguiente. Lo que me recuerda otras máximas -quizá menores, pero de aplicación casi universal- de esas que hacía yo, mientras daba vueltas a un planeta del Sistema Solar, medio desconectado y bastante alelado.

La primera la denominé “Principio simétrico inverso de noticiabilidad arqueológica, o del relleno de periódicos en épocas de estío informativo” y dice: “El interés de los periodistas por las noticias arqueológicas es inversamente proporcional a la existencia de otras noticias, cuales quiera, de su interés”.

La siguiente la bauticé como “Principio escéptico/sarcástico de incertidumbre periodístico/arqueológica” e indica que: "Si crees que lo sabes ya casi todo del yacimiento que estás excavando, es porque todavía no conoces lo que dirá mañana la prensa a propósito de él”,

A ambas se les podría añadir, como corolario paralelo delirante, lo que, durante un ataque maniaco-depresivo fulminante, denominé “Máxima del barrunto obsesivo/compulsivo de los desastres venideros en Arqueología”: “Cuando en un yacimiento parece que ya nada malo puede pasar, a menudo olvidamos que todavía faltan por llegar los políticos y los periodistas con sus estupendas ideas...”

Ahora que caigo, en la vía Apia, también cerca de Roma, hay una tumba redonda, así como con forma de cilindro, que dicen que es de una tal Cecilia Metella, y no, no se han dado cuenta…, están en la inopia arqueolóquica más caracolera…, son todos unos pardillos…, pero yo sí lo sé…, a mí no me engañan… ¡ un cilindro con forma de lata…, es evidente…: la tumba de Popeye!

Ya veréis como ahora sale alguien argumentando que los romanos no tenían latas o que las espinacas no tienen las virtudes vigorizantes que los dibujos animados dejaban entrever subrepticiamente… ¡son como niños!

Mientras la profesión arqueolóquica no vive para sustos ni para MMMDMMM, yo por mi parte me voy a preparar un Neolithic Bowl para quitarme el frío interestelar y, ya más relajado después de cerrar la excavación, no pensar en otra cosa que en aumentar mi entusiasmo por la misión…, que sí…, que os lo juro por mis circuitos.

Fdo.: HAL9000


Neolithic Bowl: El origen del Neolithic Bowl es muy oscuro, aunque, desde luego, hay que apartar de nuestra cabeza la ridícula idea de que procede de los albores neolíticos de la humanidad, como algunos autores poco avisados y obcecados pretenden, con notoria ramplonería intelectual. No, no es así -y basta con mirar la lista de componentes para darse cuenta de que eso es imposible-, sin embargo su antigüedad debe ser notable y hasta es probable que tenga un origen común con el famoso Wassail Bowl que tantas noches de Navidad dulcificó en la fría, neblinosa, húmeda y pérfida Albión, tan dada, por el clima y el carácter de sus extrañas gentes, a la cerveza caliente y otras excentricidades similares.
Sea como fuere, el Neolithic Bowl precisa para su confección de una serie de condiciones, entre la que no es la menor el no tener otra cosa mejor que hacer, ni otro pito que tocar. Una vez desocupados y abandonados de la esperanza de poder hacer algo mejor o más provechoso, deberemos distraer nuestra desolación buscando un par de litros de cerveza de trigo, ¡pero ojo, no de un trigo cualquiera!, sino de Triticum dicoccum, parecido a la escanda, ya desaparecida en casi todas partes, pero de la que aún queda algo en la península Ibérica y de la que se puede hacer este tipo de cerveza si no encontramos nada mejor (que lo hay). Una vez conseguido el brebaje, calentaremos como un cuatro de litro del mismo junto con otro cuarto de litro de jerez en una cazuela grande, sin que llegue a hervir, removiendo despacio y añadiendo a la vez 90 gramos de azúcar, media cucharadita (de las de café) de pimienta de jamaica molida, una cucharadita de canela molida, dos cucharaditas de nuez moscada molida y un cuarto de cucharadita de polvo de jenjibre (molido, sí…, claro). Revolveremos bien, pero con suavidad, hasta que se homogenice la mezcla, añadiremos el resto de la cerveza mientras seguimos removiendo y luego lo dejaremos reposar a temperatura ambiente por lo menos durante tres horas. Seguramente después de este tiempo nos apetecerá probarlo, así que nada, lo ponemos en una ponchera bonita de esas que salen en las películas cursis “de amor y lujo” (hallazgo sintagmático y conceptual notable, prestado por una vecina que vive cerca, en el Planetoide Fabara) y lo adornamos con unas rodajas de limón para servirlo luego en unas coquetas tacitas que tendremos mucho cuidado de sujetar con delicadeza por el asa con los dedos pulgar índice y corazón, dejando el meñique extendido, mientras damos pequeños sorbitos y hablamos con el resto de los invitados del tiempo que hace, de las carreras de Ascot y de lo mal que está el servicio. Así, si nos sienta mal, lo tendremos bien merecido. Ahora bien, si hacemos todo esto –meñique enhiesto incluido- vestidos de prehistóricos y en un lugar público muy concurrido, argumentando que se trata de un Neolithic Bowl y que estamos celebrando el décimo milenario –o así, aunque seguramente es bastante más- de la invención de la cerveza, sólo nos tomarán por una pandilla de mentecatos. Ya sabéis: se piensan los orates que todo lo que no entienden son disparates.