domingo, 28 de diciembre de 2008

¿Australopitecos afarensis en el Cono Sur de América?

Un equipo integrado por investigadores de la Universidá Catolicana y del Centro Austral de Infusiones Científicas va a dar a conocer lo que es, sin ningún género de dudas, el descubrimiento paleoantropológico más importante de la historia, y al que Homorgasmus ha tenido acceso. Procede del yacimiento de “Cueva Inocencios”, situada en el curso medio de Río Chico, entre las estancias Brazo Norte y Markatch Aike, cerca del Parque Nacional de Pali Aike y de la conocida Cueva Fell. Hace algo menos de un año fueron descubiertos allí restos de varios homínidos que pertenecen indiscutiblemente al género Australopithecus y a la especie afarensis, tal y como se publicará el próximo martes en la revista Esciencia, que le ha reservado la portada. El hallazgo da una dimensión inesperada e insospechada al proceso de la evolución humana. “Antes de esto sabíamos que había muchas cosas que aún desconocíamos, pero ahora es posible que no sepamos una mierda. Esto es fascinante”. Así de tajante se ha manifestado un mundialmente reconocido paleontropólogo que prefiere permanecer en el anonimato.

En otros términos se ha pronunciado Asuagua. “Nosotros ya lo sospechábamos, pero no habíamos movido ficha porque nos faltaban pruebas y la ciencia se basa en pruebas y no en barruntos ni zurrimientos de tripas. ¡Qué caza ni alimento compartido ni forrajeo de lugar central! ¡Lo que nos hizo humanos fue la navegación, pero nada de cabotaje, la transoceánica! El origen de los homínidos indiscutiblemente está en África, pero es evidente que hace unos 3 millones de años, o algo más, al menos un grupo de afarensis salió de ese continente en barcos desde las costas de la actual Etiopía. Pero aquí nos topamos ya con una primera cuestión: siendo seguro que se fueron para abajo –porque el canal de Suez no estaba todavía abierto- ¿tiraron para la izquierda o para la derecha? Vamos a tener que hacer agujeros en niveles geológicos de hace 3 millones de años de medio planeta. No obstante, aun en el más complicado de los escenarios, es decir, en el de que tiraran para su derecha (nuestra izquierda viendo el mapamundi de frente) y llegaran directamente hasta las costas del Cono Sur americano, queda ahora abierta, de par en par, la puerta para un posible origen asiático del género Homo, como algunos han propuesto en alguna ocasión. Hay tiempo de sobras para que por tierra o por mar llegaran al extremo septentrional de América y pasaran a Asia, ellos o sus descendientes, dando lugar a un foco secundario de evolución, o incluso primario, del género Homo en esa parte del mundo” dice Asuaga, que concluye que “en cualquier caso la posición filogenética de H. antecessor no se ve afectada, ni se verá”.





Posible rutas seguidas por afarensis.

Efectivamente, hasta ahora se pensaba que los primeros homínidos en dejar el continente africano habían sido representantes de nuestro propio género –H. ergaster-, hace unos 2 millones de años o algo menos, pero este hallazgo adelanta la salida en más de un millón de años y cambia al protagonista de semejante hito. “Es como si de repente les hubieran puesto un petardo en el culo” –dice el anónimo-, que a diferencia de Asuagua piensa que bien pudieron partir de algún punto de la costa occidental de África, siendo el Chad, con el Australopithecus bahrelghazali ahí localizado por M. Brunet, un punto intermedio en la ruta desde Etiopía hacia el Atlántico. “Ahora el puzzle se nos ha complicado… habrá que empezar a revisar algunos fósiles raros y también algunas fechas muy antiguas de yacimientos asiáticos…antes eran malas, pero ahora igual son buenas, claro. Quizá el género Homo no salió de África, sino que entró en África”.

Con todo hay cosas aún más extraordinarias –si acaso es posible- en el descubrimiento de “Cueva Inocencios”. Se han recuperado restos de varios individuos adultos y no adultos en un excelente estado de conservación, y el estudio de su ADNmt, aunque todavía no ha concluido, ya ha ofrecido resultados sorprendentes. El primero es que da apoyo a la opinión de Obenjoi en relación a la estructura monógama de esa especie australopitecina. En efecto, el análisis de ADNmt realizado por un equipo liderado por Veintepavos, demuestra que un joven macho y una joven hembra eran marido y mujer. Es la primera vez que es posible realizar tal afirmación, y ello gracias a la aplicación de una revolucionaria técnica biomolecular en la que la muestra es sometida a un proceso de preparación muy sofisticado y laborioso: “se procede de forma similar a como cuando se intenta deshacer el puto Cola-Cao –Classic- en leche fría, aplastando con saña las mitocondrias en las paredes de la probeta, rascando luego con la cucharilla y dándole vueltas a la mezcla, pero muy rápido muy rápido en uno y otro sentido, y volviendo a repetir el proceso si es necesario”, dice Veintepavos, añadiendo que, “efectivamente, eran marido y mujer, y además lo eran desde hacía poco tiempo. Creemos muy posible que estuvieran en lo que hoy llamaríamos su “viaje de novios”. Quizás la idea era llegar hasta Bariloche, o al Perito Moreno, eso es algo que quizás no lleguemos a saber nunca, pero sí que hicieron escala en “Cueva Trancas” posiblemente para visitar a la madre y a la hermanastra del flamante nuevo esposo. El ADNmt demuestra que la mujer (la suegra de la recién casada) se quedó viuda –no es que se separara de su primer marido- al poco de dar a luz a su primer vástago, la hija, y que luego se volvió a “casar” y tuvo al hijo que estaba de visita cuando murieron, lo que en mi opinión refuerza aún más la tesis de Obenjoi de la estructura familiar.”


Simplemente increíble.

Homorgasmus seguirá informando acerca de este extraordinario descubrimiento exactamente dentro de un año, el próximo 28 de diciembre.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Fichitas inútiles (coleccionables)




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viernes, 19 de diciembre de 2008

martes, 16 de diciembre de 2008

Pues si hay que hacerlo se hace... ¿o qué?


Hala..., ya está. Hecho.

domingo, 14 de diciembre de 2008

EL INSÓLITO CASO DE TITA, LA CHICA DE LA CURVA, Y SU RESISTENCIA NUMANTINA AL RAZONAMIENTO DE LA CIGÜEÑA.


Age shakes Athen´s towers, but spares gray Marathon.

(“El tiempo ha derribado las torres de Atenas, pero ha preservado las pardas llanuras de Maratón”. George Gordon Noel Byron (Lord Byron), en Childe Harold, canto II, estr. 88.)

***
MAFALDA: ¿Qué no?... ¡Andá y hacé la prueba entonces! Pedí en tu casa que te expliquen qué pasa en Vietnam...¡Vas a ver como te salen hablando de la cigüeña!
FELIPE: ¿¡Pero qué tiene que ver la cigüeña con Vietnam!?
MAFALDA: No sé..., ¡pero cuando los mayores no saben como explicarte algo, seguro que hay una cigüeña de por medio!

(Quino)

***

Corría un año indefinido de la primera mitad del siglo XXI, y allí estaba yo, con mi minimonolito de carreras tuneado en forma de Aston Martín DB5, modelo Goldfinger de 1965, de color verde inglés y volante a la derecha, recorriendo, muy despacio y con parsimonia, una estrecha carretera rural flanqueada por un bosque de pinos hermosísimos, mientras oía Pompa y Circunstancia, Opus 39, de Elgar, cuando, de repente, se me apareció la “chica de la curva”.
-¿Podría llevarme hasta Garray? –me preguntó, después de hacerme una seña para que parara en el arcén, la pálida, y ya no tan joven “chica de la curva”-, es que tengo allí un asunto importante -dijo.
-Bueno, no sé –contesté algo azorado por la extraña situación- es la primera vez que vengo por aquí, la primera vez que me para una “chica de la curva” y no sé dónde esta Gara...
-Garray, se llama Garray, ¡ah!, y no se preocupe, es un poco más adelante, ya le indicaré yo...-me contestó con una sonrisa enigmática, mientras subía al coche.
-Me llamo Hal, y viajo por placer, para conocer lugares poco frecuentados y remotos, ¿ y usted...? –le dije algo envarado, sin saber muy bien como iniciar la conversación.
-Mi nombre no importa mucho, aunque me llamo Tita, Tita Fonthyessen y he sido coleccionista de pintura y de maridos. Ahora me dedico a otros menesteres que me divierten más..., y, por favor, tutéame –dijo con cara divertida, como de la niña traviesa que, seguro, había sido, quizá sesenta o setenta años atrás.
-¿Por ejemplo...?
-No sé, salvar árboles y ayudar a amigos importantes, como ahora...
-¿Ahora...?
-Sí, voy a ese lugar porque me ha llamado mi amigo Publio Cornelio, ya sabes, Escipión, el Africano...
-Pues no, no sé, no me suena de nada..., es que vivo muy lejos... –me excusé.
-¿Sí?, yo también estoy de paso y ¿vivo? –dudó un poco- lejos, pero bueno, es igual, donde estoy ahora, y de donde vengo, Escipión es un personaje de los más importantes y conocidos. Me ha citado en Garray para encadenarnos, metafóricamente hablando, a un yacimiento...
-¿A un yacimiento de oro..., de diamantes..., de coltán...? –le corté algo descortés.
-No, ¡por Dios!, a un yacimiento arqueológico, o, más bien, a un conjunto arqueológico compuesto de varios yacimientos...
-Qué casualidad, yo he estado en una excavación una vez, en un planetoide lejano, con un equipo de arqueólogos de postín...
-Sí, en el Calamocha, ya lo sabía, comprenderás que no me iba a aparecer al primer mindundi que pasara por la curva, siempre he elegido a mis compañeros de viaje, ya fuera éste en coche, en ascensor o en liana...-me espetó muy digna.
-Ya veo, ya...
-Pues sí, Hal..., como te iba diciendo, verás es un caso extraño, un pequeño yacimiento, unas pocas ruinas de lo que fue un enclave bastante reducido en el que, sin embargo, de vez en cuando, se montan unos follones tremendos.
-¿Follones?
-Follones..., cristos, tiberios, jaleos, algazaras, trifulcas, guirigáis, gatuperios, asedios, guerras, especulaciones inmobiliarias, atentados al patrimonio y al paisaje..., en fin, defínelo como quieras..., el sitio se llamaba, y se llama, Numancia.
-¿No se llamaba Garray...?
-No, ese es el pueblo actual que está al pie del yacimiento...-dijo poniendo cara de tener mucha paciencia-, Numancia fue famosa por la resistencia que opuso a la conquista romana en el siglo II a. C. Este enclave se conoce bastante bien merced a las excavaciones arqueológicas que han puesto a la vista buena parte de su planta urbana. Numantia se transformó después, en época romana, en un pequeño núcleo de unas 20 ha (contando zonas de habitación exteriores al área principal) que mantiene, regularizando algo quizá, su urbanismo antiguo mediante dos calles paralelas longitudinales, la mayor de ellas de unos 350 m de longitud, cortadas por diez transversales menores, que fuerzan manzanas (insulae) rectangulares donde se instalaron las casas...
-Algo le empieza a sonar a mis circuitos..., digo neuronas... No parece gran cosa...
-Conmigo no disimules, Hal, que ya sé del pie heurístico y algorítmico que cojeas..., -me dijo jocosa, la muy bruja- no, no era gran cosa, nunca lo fue, por lo que conocemos, carece de una gran arquitectura monumental..., quizá sólo tenía algunos edificios cívicos. Básicamente, la diferencia entre la Numantia romana imperial y la del siglo II a. C. residió en el aspecto quizá más cuidado de sus calles y en el de sus viviendas, en una mayor preocupación por el aprovechamiento del agua de lluvia... Su importancia, sin embargo, deriva de ser un lugar común y referencia en la historia de la península Ibérica (curiosamente, en principio referencia al orgullo de los romanos, como monumento a la victoria de sus ejércitos, y sólo mucho después indígena, vindicando la genuina fiereza patria de los hispanos, dicho sea así, entre paréntesis y por lo bajini).
Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano, y más tarde también Numantino, mi amigo (que coleccionaba nombres, como yo cuadros y maridos), que algunos años antes había destruido Cartago el muy bruto, llegó a las cercanías de Numancia hacia finales del verano del 134 a. C. con objeto de asaltar de la ciudad. No eligió una táctica de confrontación directa a pesar de contar, según dicen, con unos 60.000 hombres y los numantinos no llegar a los 10.000, sino que optó por un asedio precedido por el saqueo de los alrededores que asegurara el avituallamiento de su ejército y la carencia de recursos de los numantinos. Estableció un cerco compuesto por dos campamentos principales y siete fuertes unidos entre sí por un muro de unos 3 metros de ancho precedido de un foso, con un parapeto de madera en su parte superior y jalonado por torres que servirían para la instalación de máquinas de artillería, la vigilancia y la transmisión de señales. A este dispositivo se añadieron dos fortificaciones menores situadas una frente a otra a cada lado del río Duero, para impedir la llegada de suministros y el paso de hombres mediante un artificio, que describe bien el alejandrino Apiano, con maderos erizados de lanzas y hojas afiladas, a modo de rastrillos sujetos por cuerdas entre ambas orillas. Este sistema de asedio, que fue estudiado en el siglo XX por Adolf Schulten, consta fundamentalmente de los campamentos: el de Castillejo, al Norte, y de Peña Redonda, al Sureste. En el primero las excavaciones dejaron al descubierto unas 8 h con abundantes restos de estructuras y materiales muebles como cerámicas y armas de la época. El de Peña Redonda, de unas 11 h, se halla rodeado por una muralla de 4 m de grosor, con vestigios también de puertas y otras construcciones campamentales. Se trata en ambos casos de núcleos de habitación cuyo perímetro se adapta a la topografía irregular de la posición que ocupan –castra necessaria-, como convenía a las posibilidades de los cerros que rodeaban la ciudad vaccea cuyo cerco pretendían. Las fortificaciones menores se disponen entre ellos, unidas entre sí y los campamentos por las defensas lineales que antes te he descrito..., vamos todo un complejo...
-Jo, Tita, vaya empolle que llevas...
-No..., es que a fuerza de hablar con Escipión se te van quedando las cosas; esta es una de sus “batallitas” preferidas, no bien se ha tomado dos copas de falerno en las termas..., además, hay libros..., y me lo he repasado antes de aparecerme en la curva, no creas, por eso me ha salido semejante papiro... –dijo, ruborizándose un poco.
-Ya, pero eso pasó hace muchos años...
-Si pero la cosa ya te he dicho que es cíclica, y se ha vuelto a montar... el follón.
-¿Van a atacar a Numancia otra vez? –pregunté incrédulo.
-¡No, hombre!, ahora la cosa es más fina: se llama progreso, aunque, según se mire, las cosas van por ahí. A Numancia hace décadas que la vuelven a asediar varios proyectos urbanísticos: una Ciudad del Medio Ambiente, un polígono industrial de desarrollo, unos chalés adosados..., en fin, todo alrededor de Numancia, sin tocarle un pelo a los yacimientos, o casi, pero alterando un entorno que ha permanecido muy poco modificado durante siglos y siglos.
-Ya..., ya te entiendo, dilapidando el paisaje de las pardas llanuras de Maratón que ni el tiempo osó tocar...(al menos hasta el tiempo de Byron...), o sea, ¿una Ciudad del Medio Ambiente que se cargue el medio ambiente y un polígono de desarrollo industrial que impida cualquier otro tipo de desarrollo, igual que Benito Mussolini trazó la “Vía de los Foros Imperiales”, en Roma, por encima mismito de los susodichos Foros?
-¡“Exato, correto y clavao”! –me apostilló Tita aplaudiendo-, aunque todo es impolutamente legal. Eso es lo que tiene más gracia...
-¡Mandan... bastos..., legal e impoluto, como todas las tropelías que se cometen al amparo de leguleyos y visionarios con ganas de protagonismo o por débiles mentales achantados por el miedo a perder sus prebendas o sus puestos de trabajo...!, ¿pero alguien se opondrá...?
-Casi todos..., casi..., aunque..., en fin vamos a dejarlo..., han hecho informes, comunicados y pronunciamientos contra esa barbaridad: la Real Academia de la Historia, la Academia de Bellas Artes de San Fernando, otro hecho al alimón por las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia, el Comite Nacional de ICOMOS, la Mesa del Instituto de España, el Instituto Arqueológico Alemán, la Universidad de Exeter, la Universidad de Pecs, el Observatorio del Patrimonio Histórico Español, el Grupo de Investigación de Paisaje Cultural de la Universidad Politécnica de Madrid y Greenpeace. Se han adherido a las acciones para evitar el desastre, promovidas por el Departamento de Historia Antigua de la UNED en Madrid: Hispania Nostra, los profesores de la Facultad de Geografía e Historia de la UNED, el Institut Català d'Arqueologia Clásica, el FORVM CAESAROBRIGA con sede en el C.A. UNED de Talavera de la Reina, la Universidad de Bristol (Departamento de Estudios Hispánicos, Portugueses y Latino Americanos), la Stiftung Preussischer Kulturbesitz (Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano), el Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad de Salamanca, la Real Fundación de Toledo y la Casa de Velázquez (Madrid). Eso por no contar muchas adhesiones personales de científicos de prestigio...
-Hasta los prusianos ¿eh?, ¡pues vaya!... ¿Y entonces...?
-Ni caso, no les hacen ni caso.
-¿Y tú..., cual es tu jugada?
-Honestamente, creo que soy la única salida lógica posible, la reencarnación irracional y folclórica de la “chica de la curva”, la transustanciación ectoplásmica metapsíquica y jocosa de la máxima que reza: "los seres que no atienden a razones sólo pueden ser sensibles a lo irracional".
-Amén. Bueno, visto así..., vamos, lo de la cigüeña de Mafalda..., aunque tú, Tita, no me pareces tan irracional...; y ¿cual es vuestro plan?
-¡Buenooo! –rió alegre-, no conoces mi pasado preectoplásmico, Hal, te sorprenderías de lo irracional que fui a veces... Bien, respondiendo a tu pregunta, sí, así son las puñeteras explicaciones de la cigüeña que no demuestran absolutamente nada y que es posible que encubran intereses que no puedo imaginar...; nuestro plan, por lo demás, es muy sencillo: aparecernos, Publio y yo, a todo bicho viviente, diciendo de forma dramática, con los vestidos rotos, la piel ajada y ensangrentada y cara de malas pulgas aquello de: ¡Numanciaaa nooo se tocaaaa, dejaaad en paaaz a los muertooos...!
-Todos somos, a veces, algo irracionales, pero lo de los muertos vivientes..., es un poco melodramático ¿no?
-Si, ¿pero que quieres?, yo por una buena causa igual hago de zombi que me encadeno a un plátano en el Paseo del Prado... y, si no hay más remedio y las razones no sirven, habrá que hacer algo ¿no?; con Gallarzón me sirvió y me salí con la mía.
-Lo que no entiendo es lo de Publio Cornelio Escipión, ¿no quería destruir Numancia...?
-Sí, pero no aguanta que le toquen los castra necessaria, los campamentos legionarios, ya me entiendes, los militares siempre han sido muy suyos para esas cosas.
-Pues sí, Tita, tienes toda la razón. ¿Sabes?, para mi que por muy “chica de la curva” que aparentes ser, me parece que estás muy viva, y que, además, lo eres.
-Es posible, pero ya sabes, el secreto del éxito está siempre en parecer una “mosquita muerta”... –dijo con cara de cachondeo- ¡venga!, que estamos llegando, prepárame uno de tus cócteles para celebrarlo.
-No tengo hoy el cuerpo para cócteles..., Tita, será cosa del Espíritu Santo...
-¿Cómo dices...?
-Nada, cosas mías: quiero decir que estoy como con resaca, pero sin haberme corrido una juerga previa...
-Vale, Hal, pero no te pongas melancólico. Para en ese bar y nos tomamos un tintorro y unos torreznos, que asientan mucho el estómago, ¡mano de santo!.
-¡Eso está hecho!

Fdo.: HAL 9000






jueves, 11 de diciembre de 2008

Tejido caro.

El conjunto de restos paleoantropológicos de que disponen los investigadores es, cuantitativamente hablando, rácano, rácano, además de bastante fragmentario. Es cierto que de algunas especies se dispone de más fósiles que de otras, pero desde luego siempre menos de lo que se desearía. Así no es extraño que, en ocasiones, los datos sobre ciertas características (altura, peso, capacidad craneana, canal de parto, proporciones intermembrales) varíen de unos investigadores a otros, e incluso que se discuta sobre si la variabilidad observada dentro de un hipodigma se debe simplemente a un notable grado de dimorfismo sexual o a que, por el contrario, se han incluido en él especies distintas (lo que sería una gran cagada). Yo, sin ir más lejos, me he quedado un poco atribulado después de la publicación de la pelvis esa de hembra de H. erectus (de Gona) que el otro día mencioné de pasada. Después de haberse dicho que el joven del lago Turkana podría haber alcanzado hasta 1,80 m. de altura si no hubiera tenido la mala suerte de cascar tan pronto (aunque para unos cuantos no iba a crecer más de lo que ya lo había hecho), va y resulta que la hembra en cuestión, hecha y derecha, andaría entre el 1,20 y el 1,46. Un chasco.

Una de esas cosas que se calcula, aunque no todos los días, es el índice de encefalización (EQ), comparando para ello el peso (o la capacidad) encefálico real con el peso (o la capacidad) encefálico esperado para un bicho de un tamaño corporal dado. Es simple, y es la única forma de comparar grados de encefalización de animales con tamaños diferentes. En 1983 R.D. Martin calculó los índices de encefalización de unos cuantos homínidos. La estimación del peso encefálico ideal se realizó a partir de datos referidos a primates haplorrinos (valor = 1), resultando que el chimpacé tenía un EQ de 1,2 (es decir tiene un EQ 1/5 mayor de lo que le correspondería a un primate haplorrino de su tamaño) el A. afarensis 1,3; el A, africanus 1,4; el P. boisei 1,5; el H. habilis/H. rudolfensis 1,8; el H. ergaster 1,9, y el H. sapiens 2,9. Lógicamente, quien tiene mayor superávit es el más encefalizado, y no hay duda al respecto, como tampoco (y ya se sabía) que a lo largo del proceso de hominización ha habido un incremento del tamaño del cerebro (aunque en realidad no sólo un incremento, sino también una reestructuración. Como le oí en cierta ocasión a un tipo bastante cachondo, inflar una mandarina hasta hacerle alcanzar el tamaño de una naranja no la convierte en una naranja, sino en una mandarina más grande, refiriéndose al hecho de que agrandar el tamaño del cerebro de un australopiteco hasta llegar al tamaño de un humano no lo convierte en humano).

En 1995 L. Aiello y P. Wheeler (“hipótesis del tejido caro”) repararon en que a pesar de un tamaño tan grande del cerebro y de su consecuente desproporcionada demanda metabólica, el total de la ratio metabólica basal (BMR) de los humanos está dentro del rango esperado para primates y otros mamíferos de tamaño corporal semejante. Es decir, se da la paradoja de que los humanos podemos afrontar, en términos de energía metabólica, el alto costo de nuestros cerebros más grandes sin un incremento correspondiente de BMR. Siendo este tipo de cuestiones habas contadas ¿de dónde ha salido esa energía metabólica? Aiello y Wheeler analizaron entonces los otros órganos corporales caros (en el sentido de energía metabólica que requieren: corazón, hígado, riñones, tracto intestinal, junto con el cerebro, consumen la mayor parte del total de BMR). Analizaron el tamaño esperado de esos órganos para primates no humanos de 65 kg. de peso y los compararon con los tamaños de los órganos actuales de humanos del mismo peso.

Pesos esperados y observados de los órganos para un standard humano de 65 Kg. (de Aiello y Wheeler, 1995).



El resultado se ve el la figura, con radicales diferencias entre los tamaños esperados y los observados del cerebro y del intestino humano: el tamaño más grande de lo esperado del cerebro se compensa con el tamaño más pequeño de lo esperado del intestino.Así que la forma de conseguir esa energía suplementaria para desarrollar y alimentar el cerebro habría sido detraerla de otro órgano, en este caso el intestino. Para poder mantener una tasa metabólica como Dios manda (con un nivel de nutrición adecuado) con un intestino más pequeño habría que desarrollar una estrategia alimentaria basada en el consumo de productos de alta calidad y digestión rápida (nada de hierbecitas) que no supongan un gasto energético excesivo, y esa dieta habría supuesto, en la línea argumental ya había planteado Milton en 1984, el consumo de carne, de grasa y de determinados productos vegetales menos ubicuos o fáciles de encontrar. Dándole la vuelta a la cosa, un cambio en la dieta hacia el consumo de carne habría propiciado una reducción intestinal y la energía sobrante habría posibilitado el proceso de encefalización.



miércoles, 10 de diciembre de 2008

Fichitas inútiles (coleccionables).

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Con este colgajo declaramos inaugurada la nueva sección: "Fichitas inútiles".

martes, 9 de diciembre de 2008

viernes, 5 de diciembre de 2008

Colgajo 100.

En el año 1925 el anatomista australiano R. Dart, entonces profesor de la universidad de Witwatersrand de Johannesburgo, dio a conocer los restos (mandíbula, cara y molde endocraneal) del llamado “niño de Taung”. Este zagal fue un homínido (un miembro de nuestra familia), representante de un género (Australopithecus) y una especie (africanus) que vivió hace 2,5 M.a. El chavalillo en cuestión contaba ya con su primer molar permanente, así que Dart estimó que había muerto a los 6 años de edad, que es la edad a la que eclosiona esa pieza dentaria en los niños actuales. En 1968 A. Mann argumentaba de igual manera en su tesis doctoral sobre la demografía de los primeros homínidos de África del Sur: “el yacimiento de Taung ha proporcionado un individuo de unos 6 años y medio ± 1. Los primeros molares permanentes del niño de Taung acababan de completar su proceso de erupción y presentan poco desgaste”, decía.

Más de medio siglo después, en 1981, la antropóloga cultural N. Tanner planteó la “hipótesis del bebé desvalido” como razón conductual para explicar un rasgo tan exclusivo de los homínidos como es el bipedismo. Según Tanner, dado que los bebés humanos nacen muy desvalidos y son incapaces de agarrarse por sí mismos a sus madres, como sí hacen los bebés de otras especies de primates, el bipedismo evolucionó como forma que permitiera que las madres cargaran con sus hijos cuando se trasladaban de un lugar a otro y realizaban sus actividades de forrajeo. Es una hipótesis de corte feminista (secuela de la de la “mujer forrajeadora” y alternativa a la machista del “hombre cazador”) en la que las hembras, además, habrían propiciado, mediante selección sexual, que los machos adoptasen también tan inestable forma de desplazarse cuando volvían a casa después de realizar las tareas propias de su sexo y condición, es decir, ir de un bar a otro y salir de juerga con los amigotes. De esa manera, de pie, los colgajos, y en esta ocasión me refiero, sí, efectivamente, a los colgajos, a esos colgajos, habrían quedado más a la vista, lo que podría haber sido “interesante”, dejémoslo en “interesante”, para las hembras. Un tarao que conozco se refirió a esa propuesta, en un infumable romance que tal vez cuelgue algún día, como “la clave es el badajo”, pero en algunos sitios se ha hecho referencia a ella como “exhibición fálica dirigida a las hembras”. En fin, este no era el tema, así que retomaré el hilo.


Detrás de la estimación de Dart y de la propuesta de Tanner, la del bebé desvalido, había una consideración común, la de que los primeros homínidos eran muy humanos en sus patrones de maduración. En realidad hasta los años 80 los primeros homínidos se consideraron muy humanos en muchos aspectos; el origen de la “humanidad” sería equiparable al origen de los primeros homínidos. Así, la “hipótesis del hombre cazador” (mediados de los 60) difería de la “hipótesis del alimento compartido” (finales de los 70) en cuál había sido la adaptación humana primaria, la principal fuerza evolutiva (si la caza, en el primer caso, y los requerimientos técnicos y organizativos que la práctica cinegética exige, o la cooperación, en el segundo, “para compartir los recursos alimentarios animales y vegetales que eran llevados de forma habitual a un foco social: el campamento”), y diferían, también, en la perspectiva que se obtenía de esos grupos en lo relativo a la naturaleza de sus actividades sociales y económicas: una socieconomía compleja de tipo humano en el primer caso, o una socioeconomía simple, pero igualmente de tipo humano en el segundo. Como también se reconocía como humano el sistema de vínculo de pareja, “sistema social” monógamo planteado por O. Lovejoy y el nacimiento de una estructura “familiar”.


Desde la década de 1930 los investigadores saben que nuestro patrón de maduración es bien distinto que el del resto de primates, incluidos nuestros parientes más próximos. Después del nacimiento (tras 266 días de gestación, frente a los 238 del chimpancé), y tras un periodo postnatal de aproximadamente un mes, los humanos modernos entramos en la infancia, una etapa marcada por la formación y erupción de los dientes de leche, que alcanza hasta la erupción de los segundos molares deciduos, hacia los dos o dos años y medio. En la infancia nos alimentamos únicamente de teta y/o biberón, somos lactantes. A esta fase sigue otra, la niñez, en la que ya damos uso a los piños (y es que para algo están), y que finaliza hacia los siete años, con la erupción del primer molar permanente. Durante la infancia y la niñez el cerebro crece muy rápido (coincidiendo con el final de la niñez ha alcanzado casi el 100% de su tamaño), mientras que el crecimiento corporal es muy lento.


Nos lleva el doble de tiempo que a los chimpancés alcanzar la edad adulta, y a diferencia de nuestros primos, que “no tienen infancia [y que] son independientes tan pronto se destetan” (B. Bogin), nosotros tenemos un largo periodo de desarrollo después de ese primer gran revés de nuestras vidas, “no hay ninguna sociedad donde los niños puedan alimentarse por si mismos después del destete” (K. Hawkes), y dependemos de nuestros padres durante unos cuantos años. Es de lógica, pues, pensar que el modelo humano de crecimiento debió evolucionar con posterioridad a la escisión evolutiva de pánidos y homínidos, pero como se preguntaban Ch. Stringer y C. Gamble en el libro En busca de los Neandertales, ¿se desarrolló este modelo poco después de nuestra separación evolutiva de los simios africanos, o bien su aparición obedeció a un proceso más gradual o incluso tardío?

En el año 1984 Ch. Dean y T. Bromage empezaron a desmontar parte del tenderete de lo humano de los homínidos en cuanto al patrón de crecimiento (Blumenschine y Binford ya estaban metiéndole mano a lo socieconómico). A partir del recuento de lineas incrementales (perikimata) en el esmalte de los dientes concluyeron que la maduración dental de los australopitecos se producía a una velocidad casi dos veces mayor que la de los niños humanos. El niño de Taung se encontraría en el momento de su muerte más cerca de los 3 años, de manera que los australopitecos “estuvieron más próximos a los grandes simios vivos en la velocidad de su desarrollo que a los humanos modernos”. Algo similar concluyeron Stringer y sus colaboradores al aplicar la misma técnica a un diente de un niño neandertal del yacimiento de Devil’s Tower. En un estudio previo de los huesos recuperados (mandíbula, maxilar, hueso temporal y otros) A.M. Tiller pensó que había restos mezclados de dos niños: uno de 5 años (propietario entre otras cosas de la mandíbula) y otro menos maduro, de unos 3 (propietario del hueso temporal). El resultado del recuento de las lineas incrementales de un diente de la mandíbula sugería una edad de 3 ó 4 años (no de 5) y era compatible con la estimación de Tillier para el hueso temporal, de manera que ya no era necesario pensar que había dos niños, sino uno que había crecido bastante deprisa.

Una cuestión estrechamente relacionada con el patrón de maduración es el del tamaño cerebral de los neonatos homínidos, ¿cuán desarrollado estaba el cerebro en el momento del nacimiento? Cuanto más lo estuviera menos desvalido sería, pero la pelvis ahí impone unas limitaciones físicas. En el número del 14 de noviembre de la revista Science se publicó un artículo sobre una pelvis femenina completa de Homo erectus del yacimiento etíope de Gona. De ella dieron cuenta Mundo Neandertal y más en extenso Abulafia. Estimaciones trasladadas a una pelvis que fuera de hembra a partir del resto conocido como KNM-WT 15000 (que corresponde a un macho de Homo erectus) consideraban que el límite máximo del tamaño cerebral de un neonato de esa especie sería de 230 ml. Esa estimación, suponiendo una media de 880 ml. de capacidad craneal (cc) para un adulto erectus, daría una relación de 0,26 (cc recién nacido/cc adulto). La de los humanos modernos se establece en 0,28 (aunque este valor es algo variable en las publicaciones dependiendo de las medias que se utilicen, hasta por ejemplo 0,23, pero quizás 1.400 ml. de cc media sean muchos ml.), en tanto que el de los chimpancés es de 0,40. Esa estimación significaría el nacimiento de un “bebé desarrolladamente inmaduro que experimentaría un rápido crecimiento cerebral postnatal, requiriendo un grado de inversión y de cuidados maternos como el de los humanos modernos”. Sin embargo el estudio de esa nueva pelvis estima el tamaño máximo para los bebés erectus en 315 ml, un 30% más de lo que se había considerado, lo que ofrece una relación de 0,34 a 0,36, que sugiere que “H. erectus tenía una ratio de crecimiento cerebral prenatal similar al de los humanos pero una ratio de crecimiento postnatal y somático intermedia entre la de los chimpancés y los humanos”.

En el último número de JHA J.M. DeSilva y J.J. Lesnik (Brain size at birth throughout human evolution: A new method for estimating neonatal brain size in hominids) ofrecen una estimación del tamaño cerebral de bebés homínidos que pego. En el caso de los erectus, como se ve, se establece en 270,5 ± 32,6.

Lo dicho apunta a que el patrón de maduración que se observa en los humanos modernos es un rasgo propio de nuestra especie, si bien hay que decir que el equipo de investigación de Atapuerca introdujo una información que desentona al indicar que H. antecessor ya tenía un patrón de crecimiento como el nuestro (algo sobre lo que algunos investigadores han expresado sus dudas –Dean en Nature 6 de diciembre de 2001).

Click para agrandar.

Fotos de Steve Bloom.

Vídeo: La "técnica de churros" en 132 segundos.

La "técnica de churros" es una forma de elaborar una cerámica a mano. Javier Fanlo, arqueoloco y ceramista, te lo muestra en 132 tomas.


miércoles, 3 de diciembre de 2008

Si es que no todo puede salir bien.

Habreís reparado en que ahora y a todas horas y en todas partes se habla de los neandertales. Sólo hay que desplegar un poco las antenas (aunque no sea de buena educación) en la cola del super, del bus, de la charcuteria, o ante el mingitorio de un pub, para poder oir cosas como “así es, las matronas las inventaron ya los neandertales…, Zollikofer ha sugerido que necesitarían de apoyo social en el alumbramiento porque el canal de parto de la madre y la cabeza del crío como que…”; o “te imaginas tío que aburrimiento…, finalmente se ha confirmado que los neandertales no jugaban ni al baloncesto ni al béisbol, lamentable. Han comparado la torsión humeral de jugadores profesionales y de neandertales y estos no tiraban una mierda…”; o “no te creas que no tiene narices la cosa, resulta que ahora las napias de los neandertales no son una adaptación biogeográfica, que no, que las tenían más pequeñas de lo que cabría esperar…, y ojo a lo que te digo…, ¡qué de falsas ideas no habrá por haber analizado las cosas por separado! Si es que aún quedará algún descerebrado que piense que el “todo” es una mera suma de las partes”. Y más. Y si no te lo crees, despliégalas.

El pasado fin de semana, en la habitual partida de petanca de los domingos (casi más bien de curling, que al fin y al cabo no es sino petanca on ice) nosotros estuvimos hablando de las causas de su extinción. Entre todas las cosas que se han dicho al respecto de su desaparición se ha apuntado que los neandertales podrían haber palmado por no haber sido capaces de resistir una ola de frío. Ellos, que anda que no se habían chupado el moco durante miles de años, acabaron en Gibraltrar y hacia el 30.000, el 28.000 o el 24.000 (que ya sabemos que los arqueolocos manejan los años con la alegría propia de quien maneja dinero ajeno) el último cerró los ojos para siempre. Pero ahora va y resulta que puede que, quizás, tal vez, acaso, los neandertales cascaran porque lo que no superaron fue un cambio hacia condiciones climáticas más benignas o fluctuantes (que ya lo habían sido). De momento sólo es una hipótesis –que por cierto, “momento” es un término que en algún momento habría que definir- planteada por P. Chinnery y G. Hudson, y la culpa en este caso no fue del cha-cha-chá, sino de las mitocondrias. Como ya ha dicho el amigo Cagliani en su blog Mundo Neandertal, han descubierto en la secuencia de ADNmt de un resto -que parece que es de Vindija- mutaciones chungas relacionadas con enfermedades neurodegenerativas. Antes de seguir quiero decir, sólo por decir, que los neandertales de Vindija y los de Gibraltar están separados por entre 8.000 y 14.000 años no calibrados (que calibrados son entre 10.000 y 14.000), nada, lo que dura un bostezo.



Fluctuaciones climáticas de los últimos 80.000 años (calBP) medidas según los isótopos de oxígeno en el hielo del sondeo GRIP de Groenlandia. (SMOW: Standard Mean Ocean Water). La horquilla de Gibraltar es la comprendida entre las fechas 24.010 ± 320 y 30.560 ± 720, que calibradas se convierten en 28.920 ± 450 y 34.770 ± 600 respectivamente.


Estos organulillos, las mitocondrias, que están en las células y sobre los que últimamente parece que gira todo –y eso que encima no están en el núcleo, porque en el fondo no son mas que unos simples pegotes ahí puestos, con perdón de los amigos de Abulafia-, son centrales de energía. La fosforilación oxidativa mitocondrial (OXPHOS) tiene dos funciones primarias: generar calor para mantener la temperatura corporal y sintetizar trifosfato de adenosina (ATP), una forma de energía química que nos permite hacer cosas como correr, saltar y brincar en los charcos o fuera de ellos (esto da igual), escribir como hago yo ahora, pensar, reparar células y tejidos y tal y tal Pascual. La proporción destinada a mantener el cuerpo caliente y la dedicada a los otros menesteres depende de cómo esté regulado el sistema OXPHOS.

Volviendo a la prehistoria –cuando no había braseros, ni estufas, ni bufandas-en ambientes tropicales y subtropicales de África lo más óptimo sería asignar más calorías a sintetizar ATP y menos a generar calor. En Eurasia esa asignación no habría sido la opción chachi porque en invierno te podías quedar tieso. Una mutación, asignando más calorías a generar más calor que ATP habría posibilitado la supervivencia en y la colonización de latitudes más altas. Pero una opción y otra parece que tienen sus contrapartidas. Las poblaciones actuales adaptadas al frío están más protegidas contra las enfermedades degenerativas de la edad y son más longevas, posiblemente porque reducen la producción de radicales libres de óxigeno, pero también son más propensas a enfermedades derivadas de deficiencias energéticas porque reducen la producción de ATP. Lo contrario pasa cuando pasa lo contrario, de cajón.

En un trabajo del equipo de D. Wallace del año 2003, en el que se analizaron 104 secuencias completas de ADNmt humano (haplotipos) de todo el mundo, se sugería que la distribución regional de los haplogrupos de ADNmt (linajes específicos de haplotipos de ADNmt relacionados) había sido influenciada por selección climática (en PNAS, Mishmara: Natural selection shaped regional mtDNA variation in humans), mientras que en otro del 2004 (en Science, Ruiz-Pesini et al.: Effects of Purifying and Adaptive Selection on Regional Variation in Human mtDNA) se indicaba que la razón por la que algunas personas son más propensas a la obesidad, o a enfermedades degenerativas como el Alzheimer, o el Parkinson, puede guardar relación con lo que permitió a los primeros humanos que emigraron de África sobrevivir en los climas fríos de Europa y Asia, un asunto de la medicina evolutiva.

¿Qué pasa con los neandertales a cuento de esto? Pues que no parece fácil encajar las cosas ¿no?. Por una parte, lo planteado por Chinnery y Hudson parece que es lo que cabría esperar según lo dicho, salvo que palmaran por no adaptarse a una mejora climática. “Reduces” la producción de calor (y así “te adaptas” a unas condiciones climáticas más favorables) y a cambio aumentas la producción de ATP (y sufres el riesgo de padecer esas enfermedades). Por otra, los neandertales vivieron con condiciones climáticas frías (aunque con importantes fluctuaciones, como se puede ver en la gráfica), pero no por ello tuvieron las ventajas metabólicas de adaptación al frio: no fueron más longevos y –según ese análisis de ADNmt- podían padecer enfermedades neurodegenerativas. Además, para arreglarlo, sus restos óseos parecen estar modelados por una fuerte actividad física, luego deberían tener un alto metabolismo de ATP. Alta produción de calor, alta produción de ATP… considero imprescindible la opinión de Abulafia.

jueves, 27 de noviembre de 2008

No sólo pimentos.

Chicos –y chicas-, parece que este blog tiene algún problema. Uno ya lo había identificado yo hace un par de meses, aunque ahora ha sido cuantificado: “dedicación, 20%”, o sea, un suspenso de tomo y lomo. Sin duda la causa es el llamado “efecto confusión” que sufro desde hace unas lunas; sí, sí, el “efecto confusión”, el mismo que sufren los depredadores cuando los individuos de un grupo al que acechan o con el que se topan salen disparados en todas las direcciones posibles (menos una a poder ser) y no saben durante décimas de segundo (que pueden significar la diferencia entre llenar el estómago o seguir oyendo como te zurren las tripas) cuál fijar. Ha habido tantas noticias de interés últimamente que he salido corriendo detrás de todas ellas sin acabar con ninguna, así que he hecho el firme propósito de que ya vale. He decidido que a partir de ahora me voy a centrar en individuos solitarios, que son más difíciles de ver, más escurridizos, que están más atentos a lo que ocurre en su entorno que los otros, pero que si los tienes a tiro, catapum.

El otro es que los colgajos son “papiros”. Aquí la cosa es más jodida, pero tiene arreglo. Es más jodida porque a mí siempre me ha gustado la cocina tradicional, sólo por el mero hecho de sentir que has comido, pero si hay que hacer nueva cocina, en la que casi necesitas de un GPS para localizar la angula –que por cierto, no me dicen ni hola- en un océano de plato, haré algunas probatinas de nueva cocina. En cualquier caso creo que esto es una cuestión de gustos, y ya se sabe que los gustos son como las opiniones, y las opiniones como los culos, que cada uno tiene el suyo. Uno de los individuos que me habían salido corriendo pallá pallá era el de un reciente hallazgo de ocre. Estaba yo haciendo un “papiro” sobre el ocre en la prehistoria y el debate que a partir de la publicación de Wreschner del año 1980 (Red ochre and human evolution: a case for discussion) se abrió sobre eso, sobre el ocre rojo y la evolución humana y su papel en el origen del comportamiento simbólico, cuando he decidido dejar de cocer el guiso y presentar un plato frío, sin más. A efectos de posibles cómputos el colgajo empieza a partir de ahora.
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“Con este almagre que es la sangre petrificada de la tierra os devolvemos el rubor de la vida, para que vuestro corazón vuelva a latir en la nueva existencia hacia la que os encamináis… la única manera que se conoce de formar parte del Pueblo Eterno después de la muerte es que el ocre sagrado le devuelva a la carne el color de la vida”. En la novela de J.A. Arsuaga “Al otro lado de la niebla”.

Mortero de ocre.


Hace unos días un geólogo y profesor de la Universidad de Cantabria encontró en el Abrigo de la Magdalena, cerca de Vidiago (Asturias), un depósito de ocre. Al parecer no se trata de una veta, como la que él mismo localizó hace un año o así en la cueva de El Oso, en el Monte Castillo (Puente Viesgo, Cantabria), con signos se haber sido explotada a lo largo de distintas épocas según se desprende de varias dataciones (la más antigua de hace 22.000 años), sino de un depósito intencional en el interior de una gatera, de un almacén que, según sus estimaciones, podría haber alcanzado hasta los 3 metros cúbicos. O sea, ocre como para dar y, mejor aún, vender, a medio camino entre las cuevas de Tito Bustillo y El Pindal.
Posiblemente la primera asociación entre restos humanos fósiles y ocre rojo fue la que se constató en el año 1823, cuando W. Buckland descubrió el esqueleto de la llamada “dama roja de Paviland”. Roja porque (afirmativo) sus huesos estaban teñidos de ocre rojo, y dama porque portaba elementos de adorno. Buckland pensó que se trataba del esqueleto de una prostituta que había ejercido en época romana, aunque en realidad era el de un joven varón, de unos 21 años, que existió mucho antes. Su datación es de 26.350 ± 550 BP, es decir, del Paleolítico Superior.
La relación entre el hombre y el ocre está constatada, con todo, mucho antes. Ya aparece este mineral asociado a restos de Homo en yacimientos de hace 300.000 años (aquí habría la güeva que decir).

Mujer de la tribu Himba (dicen que las más bellas de África) con la piel cubierta con una mezcla de ocre y manteca.


Utilidades del ocre en la prehistoria: se incorporó a las resinas en la fabricación de mastics o pegamentos empleados para la fijación de los artefactos; como conservante de las pieles; como colorante en las pinturas rupestres (el ocre amarillo pasa a rojo mediante calentamiento); en los ritos funerarios (a partir del paleolítico superior espolvoreado sobre los cuerpos); posiblemente como pigmento utilizado en el adorno corporal –dando inicio a la floreciente industria cosmética. La prueba más antigua de la mineria del ocre procede de Lion Cave (Swazilandia), hace 43.000 años con seguridad (tal vez hasta 110.000).

A ver si aprovecha, aunque yo con esto me habría quedado sin comer. Por cierto, el título tiene un errata: donde dice "pimentos" debería decir "pigmentos".

miércoles, 19 de noviembre de 2008

HAL9000: EL CONCETO ES EL CONCETO (DE ARQUEOLOGÍA, NOTAS DE PRENSA Y ARGUMENTACIONES DE LO OBVIO).


“La única cosa que sé es saber que nada sé” .
Sócrates (470-399 A.C.)
“En primer lugar acabemos con Sócrates, porque ya estoy harto de este invento de que no saber nada es un signo de sabiduría” .
Isaac Asimov (1920-1992)
"Lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra" .
Manuel Manquiña, “Pazos” en Airbag (1997)


… y allí estaba yo, dándome un garbeo por una galaxia cercana para quitarme el estrés de las excavaciones en el Planetoide Calamocha, que no sabía -ni me lo imaginaba- lo complicado que es eso de hacer agujeros así o asá, pero científicamente: que si perfílame bien ese corte; que si las cuerdas bien tensas; que si no me toques el teodolito, que me irrito; que si cada trabajo tiene su herramienta; que si se limpia de arriba abajo, con cuidado; que si no me pises ahí; que si la metodología es un medio y no un fin…; que si: ¡cotas, cotas, cotas, quien demonios ha tomado las puñeteras cotas!; que si no me dejes los huesos al sol, pedazo de botarate; que si se criba con más garbo; que si en la criba: “despacito y buena letra”; que si ese cambio de color en la tierra es significativo; que si yo opino justamente lo contrario; que si vete a freír espárragos; que es que hay que ver que en cuanto os dejo solos me montáis una avería en la matriz; que si hay que seguir por aquí; que si yo ampliaría, sin embargo, por allá; que si déjame esa piedra donde está que puede ser importante; que si: “Hal, dibuja y fotografía esa piedra y levántala de una vez y no le hagas caso a ese imbécil”; que si… ¡Hasta las narices me tenía el Dream Team de las idem! Yo allí, en mi cata, con el resto de los becarios, ayudantes, estudiantes, plebe en general y gente de mal vivir, y los muermos aquellos de semidioses del Olimpo arqueológico pasando y dando cada uno ordenes varias, diversas y contradictorias que al principio nos divertían a todos, pero que, con el tiempo, empezaron a ser aburridas, molestas y enervantes.

En fin, aguantábamos como podíamos las ganas de despeñarlos por las tremendas terreras del animoso Alcubierre, hasta que vino un jovenzuelo, epígono/integrista/adorador de no sé qué santón postprocesualista de postín, cuyo nombre hay que pronunciar con precaución para que no parezca un taco, y nos dijo que la Arqueología –y las excavaciones también- eran un ejercicio dialéctico y que no nos preocupáramos por las divergencias de criterio de nuestros amados prebostes, vamos que sus posiciones eran como las variadas explicaciones que produce un comentario de texto, como la interpretación del oráculo de Delfos, como una exégesis constitucional, que las soluciones podían ser diversas, contradictorias y verdaderas a la vez. Supongo que aquel mequetrefe descerebrado ya estaba a punto de decirnos que el análisis funcional y el contexto arqueológico nos libraban del salvaje relativismo total y en un tris de hacer asomar la patita, por debajo de la puerta epistemológica, a la holística, para explicarnos, en plan deus ex machina, que “el todo” es más que la suma de “sus partes” y gilipolleces por el estilo, cuando, en un arrebato –un pronto malo, lo confieso, hay cosas que no puedo remediar a pesar de la terapia de grupo y los tranquilizantes de procesadores que tomo todas las noches- tiré del enchufe y los mandé a todos a criar malvas cibernéticas. Y me quedé tan ancho. ¡¿A que ya os gustaría a vosotros poder hacer lo mismo algunas veces…?!

Así que me fui en mi minimonolito de carreras a dar una vuelta por el espacio interestelar para despejarme cuando –no gana uno para sustos- irrumpió en el telediario de las nueve la noticia de que alguien había escrito un libro –hasta aquí todo más o menos normal, aunque quizá innecesario en vista del panorama actual de overbooking editorial- en el que explicaba las razones que tuvo el hombre para hacerse agricultor y sedentario en el Neolítico. Estaba cantado, alguien como Josef H. Reichholf, de la Universidad Técnica de Munich, tenía que aparecer y decirlo alto y claro.

Ya imaginaba yo algo y sospechaba de mis profesores de Prehistoria –cuando me estaban “montando” los circuitos a finales del siglo XX- el día que pillé a un sesudo arqueólogo neolitista en aquello de que los rituales funerarios de no sé qué cultura anteneolítica próximoriental –natufinosequé, ya es que ni me acuerdo- se dividían en dos: con separación de la cabeza del cuerpo post mortem y con la separación ante mortem.

-¡Poco ante! –respondí yo crecido, con la chulería propia de la adolescencia heurístico/algorítmica computacional, a lo que sólo recibí, como respuesta de mis ensambladores, una sonrisa burlona y un lánguido “sí, sí…, majete…, a que, como sigas tocándonos las narices, te desenchufamos de golpe y te hacemos un reseteado en condiciones…”.

Pues eso, que la tele de mi minimonolito de carreras escupió el otro día la noticia: ****“El hombre se hizo sedentario y agricultor en el Neolítico para fabricar cerveza”**** .

¡Ahí es nada: toma Jeroma pastillas de goma!. Y eso, si lo dice Manolo García Pérez, profesor del Instituto de Enseñanza Primaria del afamado municipio de Cabrillas Blancas de Arriba, no pasa del bar del pueblo –a la hora de hacer chistes malos durante la partida de Guiñote- así se caigan todos los palos del sombrajo de la Ciencia, de la razón que tiene el pobre hombre. Pero claro, la misma afirmación se publica en todo el mundo si lo dice un tipo llamado Josef H. Reichholf, de la Universidad Técnica de Munich, así sea la memez más mema del memo mundo mundial (en adelante: “MMMDMMM”).

Y no digo yo que la idea fuera mala, no; incluso me recuerda una antigua teoría mía con respecto al bipedismo y de lo que, hipotéticamente, se puede hacer con las extremidades anteriores libres de las tareas propias de la locomoción cuadrúpeda. Pero me parece una pasada, una sobrada, un “yesuilaperá, tumecomprand, monpetitamí”, que diría un petimetre dieciochesco, un “ahí queda eso y que se den friegas si escuece”. Y no, las cosas no son así. No.

Y tampoco es que yo opine que “el Josef H. Reichholf” sea un indocumentado que, de hecho, ocupa el solito medio “Katalog der Deutschen Nationalbibliothek”, el angelito, y se ha escrito varias grossen enciclopedias de toda clase de bichos…, además de alguna cosa de paleoantropología, traducida por Crítica me parece. No, no es un “piernas”.

Las razones que expuso el muchacho –es un decir- en la presentación en Alemania de su libro -y de las que no sabemos mucho más que la escueta noticia de prensa- no carecen de una cierta lógica: el Creciente Fértil, como su propio nombre indica, es fértil en plantas y donde hay plantas hay herbívoros y donde hay herbívoros hay carnívoros, a los que les siguen los omnívoros y también los que están a dieta para guardar la línea; vamos, que el hombre, en aquellas circunstancias, debía de ser un cazador/recolector de tomo y lomo y que meterse en faena roturadora/sembradora/cosechadora no le reportaba beneficios inmediatos, y, ya se sabe, el hombre y el político sólo piensan y prevén a corto plazo.

-¿Cómo, qué dice usted?, ¡aaaah! ¿que son lo mismo…, que los políticos también son personas?, bueno…, ya…, sí…, claro…, perdón.

Y digo yo que ahora también tenemos grandes praderas americanas capaces de alimentar bisontes, selvas asiáticas muy aptas para los tigres y mares que podrían estar llenos de boquerones, pero los boquerones están a precio de caviar iraní, los tigres en el circo y a los bisontes se los cepilló todos Búfalo Bill Cody. Sí, también sé que con un Winchester de repetición la cosa es más sencilla y con la presión demográfica actual y la insaciable pasión boqueronófaga humana está “chupao” acabar hasta con el último pececillo que se deje meter en la sartén.

Digo yo también que es posible aceptar, a priori, la lógica biológica y el optimismo antropológico de opinar que todos vuestros “tataratataratataratatar...abuelos” estaban siempre pensando en lo mismo; conclusión con la que hasta yo, que sólo soy medio humano, puedo estar de acuerdo. Y todo nos lleva a los “mismos” de siempre, y de nuevo al “botellón”, queridos amigos, como concepción primigenia y antiquísima de importancia sin igual en el devenir de todo lo humano y divino (esto último, aprovechando las “apariciones” postbotellonales, claro). También es sabido que una parte importante de la dieta de los constructores de pirámides egipcias estaba compuesta por cerveza –así como que las mismas pirámides son la constatación cabronzuela y “neocons” de que el obrero, en todo tiempo y lugar, tiende a trabajar cada vez menos, ya que el diseño inicial de estos monumentos funerarios era el de unos cubos perfectos, según se ha sabido hace poco. Pero otra cosa es que el edificio de la ciencia no se apuntala con “creosyo”, ni “amimepareces”, y que habrá que interrogar al registro arqueológico para ver que puñetas comían aquellos señores que, ya se sabe, dime lo que comes y te diré lo que eres.

No sé, no sé…,tampoco me fío un pelo de lo que un periodista humano es capaz de poner en sus columnas con respecto a una noticia mal digerida en un traductor automático on line de los que se estilan ahora. Habrá que esperar a ver el libro y lo que dice en realidad. Pero con la escopeta cargada, por si acaso…, ¿a ver si va a tener razón? Pero claro, serán cosas mías, ya sabéis que no soy muy normal y además, como ando lejos, no me entero bien de la mitad de las cosas. Como me parece, por lo que leo en los colgajos de este BLOG, que doctores tiene la Santa Madre Prehistoria, pues eso, que ya diréis qué os parece el invento de Jerdoktor Josef….

Cuando ya me había casi recuperado del susto, en el mismo viaje, pero unos días después, me llegó un recorte de prensa: ****Los arqueólogos niegan que la tumba descubierta en Roma sea la de 'Gladiator'**** –decía el escueto titular de prensa.

Algunos arqueólogos italianos protestaban y decían que una tumba encontrada en la vía Flaminia, cerca de Roma, no era la del personaje de la película “Gladiator”, de Ridley Scott:

-Se trata de Marco Antonio Macrimo, un personaje relevante del siglo II, pero no es Maximo – decía uno.
-Cuando Marco Aurelio hizo sus campañas, Macrimo tenía 60 y 70 años, demasiado para hacer de militar –argumentaba el siguiente.
-Imposible, además Marco Aurelio jamás pensó en reinstaurar la República –afirmaba otro, dándoselas de enteradillo.
-No, no, Macrimo nunca estuvo en África como Máximo- alegaba una arqueóloga implicada, con cara de circunstancias.

-¿Pero de qué gladiador hablan; la Arqueología ahora inventa los personajes de Holliwood, o qué? –protestaba Andrea Carandini fuera de si.

Y, ¡hay que fastidiarse!, tenían razón todos, pero ninguno aludió a lo más evidente, esto es que el tal Máximo, el gladiador de la película, ERA UN PERSONAJE DE FICCIÓN, y que los personajes de ficción como el Capitán Trueno, Gladiador, Mortadelo y Filemón no tienen tumbas, porque maldita la falta que les hace. Pero claro, para responder eso había que jugársela con la prensa, porque les dabas a entender que la pregunta que te hacían era mas bien tirando a abstrusa (o la MMMDMMM) y eso suele traer consecuencias fatales en el periódico del día siguiente. Lo que me recuerda otras máximas -quizá menores, pero de aplicación casi universal- de esas que hacía yo, mientras daba vueltas a un planeta del Sistema Solar, medio desconectado y bastante alelado.

La primera la denominé “Principio simétrico inverso de noticiabilidad arqueológica, o del relleno de periódicos en épocas de estío informativo” y dice: “El interés de los periodistas por las noticias arqueológicas es inversamente proporcional a la existencia de otras noticias, cuales quiera, de su interés”.

La siguiente la bauticé como “Principio escéptico/sarcástico de incertidumbre periodístico/arqueológica” e indica que: "Si crees que lo sabes ya casi todo del yacimiento que estás excavando, es porque todavía no conoces lo que dirá mañana la prensa a propósito de él”,

A ambas se les podría añadir, como corolario paralelo delirante, lo que, durante un ataque maniaco-depresivo fulminante, denominé “Máxima del barrunto obsesivo/compulsivo de los desastres venideros en Arqueología”: “Cuando en un yacimiento parece que ya nada malo puede pasar, a menudo olvidamos que todavía faltan por llegar los políticos y los periodistas con sus estupendas ideas...”

Ahora que caigo, en la vía Apia, también cerca de Roma, hay una tumba redonda, así como con forma de cilindro, que dicen que es de una tal Cecilia Metella, y no, no se han dado cuenta…, están en la inopia arqueolóquica más caracolera…, son todos unos pardillos…, pero yo sí lo sé…, a mí no me engañan… ¡ un cilindro con forma de lata…, es evidente…: la tumba de Popeye!

Ya veréis como ahora sale alguien argumentando que los romanos no tenían latas o que las espinacas no tienen las virtudes vigorizantes que los dibujos animados dejaban entrever subrepticiamente… ¡son como niños!

Mientras la profesión arqueolóquica no vive para sustos ni para MMMDMMM, yo por mi parte me voy a preparar un Neolithic Bowl para quitarme el frío interestelar y, ya más relajado después de cerrar la excavación, no pensar en otra cosa que en aumentar mi entusiasmo por la misión…, que sí…, que os lo juro por mis circuitos.

Fdo.: HAL9000


Neolithic Bowl: El origen del Neolithic Bowl es muy oscuro, aunque, desde luego, hay que apartar de nuestra cabeza la ridícula idea de que procede de los albores neolíticos de la humanidad, como algunos autores poco avisados y obcecados pretenden, con notoria ramplonería intelectual. No, no es así -y basta con mirar la lista de componentes para darse cuenta de que eso es imposible-, sin embargo su antigüedad debe ser notable y hasta es probable que tenga un origen común con el famoso Wassail Bowl que tantas noches de Navidad dulcificó en la fría, neblinosa, húmeda y pérfida Albión, tan dada, por el clima y el carácter de sus extrañas gentes, a la cerveza caliente y otras excentricidades similares.
Sea como fuere, el Neolithic Bowl precisa para su confección de una serie de condiciones, entre la que no es la menor el no tener otra cosa mejor que hacer, ni otro pito que tocar. Una vez desocupados y abandonados de la esperanza de poder hacer algo mejor o más provechoso, deberemos distraer nuestra desolación buscando un par de litros de cerveza de trigo, ¡pero ojo, no de un trigo cualquiera!, sino de Triticum dicoccum, parecido a la escanda, ya desaparecida en casi todas partes, pero de la que aún queda algo en la península Ibérica y de la que se puede hacer este tipo de cerveza si no encontramos nada mejor (que lo hay). Una vez conseguido el brebaje, calentaremos como un cuatro de litro del mismo junto con otro cuarto de litro de jerez en una cazuela grande, sin que llegue a hervir, removiendo despacio y añadiendo a la vez 90 gramos de azúcar, media cucharadita (de las de café) de pimienta de jamaica molida, una cucharadita de canela molida, dos cucharaditas de nuez moscada molida y un cuarto de cucharadita de polvo de jenjibre (molido, sí…, claro). Revolveremos bien, pero con suavidad, hasta que se homogenice la mezcla, añadiremos el resto de la cerveza mientras seguimos removiendo y luego lo dejaremos reposar a temperatura ambiente por lo menos durante tres horas. Seguramente después de este tiempo nos apetecerá probarlo, así que nada, lo ponemos en una ponchera bonita de esas que salen en las películas cursis “de amor y lujo” (hallazgo sintagmático y conceptual notable, prestado por una vecina que vive cerca, en el Planetoide Fabara) y lo adornamos con unas rodajas de limón para servirlo luego en unas coquetas tacitas que tendremos mucho cuidado de sujetar con delicadeza por el asa con los dedos pulgar índice y corazón, dejando el meñique extendido, mientras damos pequeños sorbitos y hablamos con el resto de los invitados del tiempo que hace, de las carreras de Ascot y de lo mal que está el servicio. Así, si nos sienta mal, lo tendremos bien merecido. Ahora bien, si hacemos todo esto –meñique enhiesto incluido- vestidos de prehistóricos y en un lugar público muy concurrido, argumentando que se trata de un Neolithic Bowl y que estamos celebrando el décimo milenario –o así, aunque seguramente es bastante más- de la invención de la cerveza, sólo nos tomarán por una pandilla de mentecatos. Ya sabéis: se piensan los orates que todo lo que no entienden son disparates.

lunes, 17 de noviembre de 2008

martes, 28 de octubre de 2008

Los caballos... ¡la leche!

En la pasada Expo visité en varias ocasiones el pabellón de Kazakhstan…, que por cierto, era bien chula la yurta en la que entrabas desde el invierno y desde la que salías a la primavera. En un par de ellas me tocó como azafato un pollo majete y dicharachero…, el que al final te recordaba que cuando salieses de allí no te olvidases ni cámaras, ni móviles, ni críos, ni personas en silla de ruedas, y para el que el koumiss, una bebida típica de ese país elaborada con leche de yegua y escasamente alcohólica era rica, rica, rica. He vuelto a saber del koumiss estos días porque Natalie Otear, una doctoranda en química de la Universidad de Bristol, no comparte el gusto del zagal kazajo. Para ella es una bebida “horrible”, aunque residuos antiguos de la misma pueden haberle aportado una información interesante, si es que resulta interesante tener un mejor conocimiento acerca de cuándo y dónde se pudo domesticar el caballo, sí..., el caballo, ese animal de cuatro patas con cabeza y cola que vemos los domingos por la tele corriendo en los hipódromos.


Interior de una yurta kazaja.


El caso de la domesticación del caballo y su posterior raciación es más complejo que el de otras especies. De normal un arqueozoologo puede distinguir si los restos de fauna de un yacimiento pertenecen a la especie doméstica (cabra, oveja, por ejemplo) o al agriotipo, pero en el caso del caballo los criterios osteomorfológicos y métricos, que suelen ser criterios zoológicos estándar de domesticación, no son siempre aplicables o fiables (la variabilidad de las poblaciones euroasiáticas de caballos salvajes durante el Holoceno es grande), de manera que se deben utilizar otros, y el momento y el lugar o lugares en el que se produjo su domesticación es discutido. Ciertas evidencias han llevado a algunos a sugerir que tal vez se remonte a momentos muy antiguos (al final del paleolítico superior). Serían éstas representaciones artísticas, parietales pero sobre todo mobiliares (contornos recortados) en las que los animales supuestamente portarían arcaicos arneses con sogas o embocaduras; o ciertos artefactos (como una placa perforada del yacimiento de La Quina, o algunos bastones de mando) que podrían servir de elementos de control de estos animales; o algunas patologías dentarias registradas en muestras fósiles (como en Le Placard y también en La Quina) que se observan hoy en las formas domésticas, como es el anormal desgaste de los incisivos como resultado de un mordisqueo reiterado, y que se definen como “vicios de establo”. Pero no son demasiado fiables. Paleopatologías así se observan en caballos del Pleistoceno inferior y medio en América, cuando por allí todavía no había ni indios ni vaqueros. Otro argumento en contra, como indica Sandra Olsen (1998), es su extinción o drástica disminución en amplias áreas de Europa a finales del Pleistoceno.



Caballo con arreos y contorno recortado de cabeza de caballo del magdaleniense del yacimiento de Arudy.


Volviendo nuevamente a las estepas euroasiáticas del norte de Kazakhstan, durante el eneolítico nos encontramos allí con la cultura Botai. En el año 2006 Andrew R. Stiff y la propia Sandra Olsen, entre otros, aportaron algunos datos (Geochemical evidence of posible horse domestication at the Copper Age Botai settlement of Krasnyi Yar, Kazakhstan). Los arqueolocos utilizan ciertas técnicas para detectar estructuras o restos arqueoloquicos enterrados en el subsuelo: las variaciones locales o puntuales del campo magnético, de la conductividad o resistividad de una corriente eléctrica, del contenido de fósforo en el suelo, pueden estar indicando la presencia en el subsuelo de algo que no se ve en la superficie. En el yacimiento de Krasnyi Yar se aplicaron estas tres técnicas (la prospección magnética, la resistividad eléctrica y el análisis de fosfatos). Las dos primeras revelaron la existencia de un buen número de posibles agujeros y moldes de postes en disposiciones o alineaciones casi circulares o semicirculares que sugerían la existencia de corrales o estacadas para guardar animales (posiblemente caballos entre otras cosas por algo tan simple como que los Botai eran muy dependientes de estos animales: en el yacimiento epónimo el 99% de los 300.000 restos de fauna recuperados son huesos de caballo). Para confirmarlo se aplicó la tercera. Se tomaron muestras de tierra del interior de esos recintos a profundidades entre 15 y 25 cm. y también fuera de ellos (para comparar), y la fracción de menos de 2 mm., una vez convenientemente tratada, fue analizada mediante ICP-AES (Inductively Coupled Plasma Atomic Emission Spectrophotometry). La materia orgánica generada por los caballos enriquece los suelos en nitrógeno, fósforo y potasio. El contenido en esos elementos en el suelo de un cercado donde hoy haya caballos será mayor que en el suelo circundante. En un cercado donde hubiera habido caballos la concentración de nitrógeno podría no ser alta, ya que es relativamente móvil y puede migrar a aguas subterráneas o a la atmósfera por procesos orgánicos e inorgánicos, pero el fósforo se puede fijar en el calcio y en fosfatos de hierro, y la probabilidad de que se conserve en contextos arqueológicos es alta. Las concentraciones de fósforo en las muestras tomadas en el interior de los supuestos cercados de Krasnyi Yar resultaron ser más elevadas que las del exterior (113-740 mg/kg frente a 40-80 mg/kg). Este dato, en sí, tampoco es definitivo; podría estar reflejando una actividad humana, con la presencia de hogares, por ejemplo. La actividad de los hogares tiende a elevar significativamente la relación Potasio/Fósforo. En las muestras del interior esta relación era inferior a 0.2, mientras que en las otras se situaba entre 0.7 y 0.8. Igualmente, dentro de los cercados la concentración de Sodio (que podría proceder de la orina) también era mayor: 120-1300 ppm, con una media de 520 ppm, frente a 80-90. Los autores concluían que aunque los resultados no lo probaban, eran consistentes con el hecho de que en Krasnyi Yar habría caballos domesticados, con una fecha de hacia el 3600 a.C. Ya entonces indicaba la Olsen que la madre del cordero (en este del caballo) sería poder detectar moléculas en restos materiales (recipientes) que pudieran atribuirse específicamente a los caballos, y que esos análisis se estaban llevando a cabo. Con una perspicacia notable apuntaba que los Botai posiblemente se trapiñaban a estos équidos y los utilizan como animales de carga, pero que también podrían haberlos ordeñado (a las yeguas, lógicamente) para crear una bebida rica en vitaminas y medianamente alcohólica como la que todavía se bebe por aquellos parajes.

Los susodichos análisis los ha realizado Natalie Otear. Ésta desarrolla su trabajo en el equipo de Richard Evershed, pionero en la técnica de identificar residuos de leche en cerámicas antiguas analizando isótopos de carbono. El uso de productos obtenidos de animales domésticos sin necesidad de llegar a matarlos, los llamados “productos secundarios”, como la lana, la leche, o la propia fuerza de tracción, no es algo que los arqueolocos conozcan como desearían. Tras la domesticación ¿los beneficios potenciales de esos recursos secundarios se explotaron pronto? Unos opinan que sí. Otros, basándose en que ciertas evidencias (seguras) aparecen más tarde (escenas de ordeño, carros, arados) y en ciertas barreras, como la intolerancia a la lactosa en los humanos, consideran que en los momentos más tempranos de la domesticación el fin fue el aprovechamiento de la carne y la piel, y que la “revolución de los productos secundarios” se produciría 2000 o 4000 años después, en el V/IV milenio a.C. En el caso de la utilización de la leche de los ovicápridos ha habido aportaciones recientes. Evershed y su equipo han analizado residuos de lípidos en los restos cerámicos, y han descubierto que se pueden distinguir los ácidos grasos de la leche de los rumiantes de aquellos que proceden de la grasa de la chica. Usando la técnica en cuestión recientemente han establecido que el uso de la leche fue especialmente importante en el Noroeste de Anatolia en una fecha tan antigua como la del VII milenio a.C., desde luego más antigua que cualquier otra que se manejaba (Earliest date for milk use in the Near East and southeastern Europe linked to cattle herding).


Pues bien, en el ISBA3 (III Symposium Internacional sobre Arqueología Biomolecular), que casualmente se celebró justo antes del IV Curso de Arqueología Experimental de Caspe, Natalie Otear comunicó que había encontrado señales isotópicas de leche de yegua en restos cerámicos kazajos de 3500 años a.C. (Investigating Eneolithic horse exploitation in northern Kazakhstan, via compound-specific stable carbon and deuterium isotope analysis of pottery). Como indica Otear, los “residuos de grasa equina pueden ser identificados en restos cerámicos aplicando análisis de compuestos específicios estables de isótopos de carbono, pero a diferencia de las grasas de otros rumiantes, la leche equina y las grasas adiposas de los caballos son indistinguibles basándose en valores δ13C. Sin embargo […] es posible clasificar grasas equinas bien como lácteas o bien como adiposas basándose en los valores δD de sus ácidos grasos C16:0 y C18:0 que son determinados usando la técnica GC-TC-IRMS (Gas Chromatography/Termal Conversion/Isotope Ratio Mass Spectrometry).” Aplicando esta técnica a residuos orgánicos extraídos de cerámicas de la cultura Botai y usando los valores δ13C y δD han sido capaces de “detectar residuos de leche equina preservados dentro de la cerámica…”. Para el uso de la leche la verdad es que la cosa se queda lejos de la fecha obtenida por su jefe, pero aquí la cuestión no es sólo esa. Se trataría de “la primera evidencia directa de la presencia de caballos domésticos entre los Botai durante el eneolítico.” Como decía Sandra Olsen, “si se puede demostrar que los caballos eran ordeñados, podríamos estar casi seguros de que eran domésticos”, o en otras palabras, que anda y tira a ver si tienes pelotas de ordeñar a una yegua salvaje.

jueves, 16 de octubre de 2008

♫♫...ron, ron, ron, la botella de ron♫♫♫

Ojo al dato, ojo al dato, que creo que he descubierto algo gordo. Debo reconocer que desde que leí el colgajo de Frij en Abulafia (Lliures?) algo me estaba rondado insistente por la punta de la cabeza. Hablaba ahí Frij de bichos que parasitan a otros bichos (resumo en titulares, así que léetelo) y que hacen que estos lleven a cabo comportamientos extraños para provecho de los primeros. Me imaginé a la hormiga parasitada por Dicrocoelium dendriticum saliendo todas las tardes del hormiguero con su atillo al hombro a la búsqueda de un borrego que completase el ciclo vital del bichejo ese y… leches, se me nublaron los ojos. Vaya por delante que yo mismo reconozco que mi descubrimiento no es del tipo del de Einstein, sino que se parece más al de Darwin. No es lo mismo. Al fin y al cabo Einstein se encontraba en una oficina de patentes en Suiza jugando con letras, numeros y cosas de esas y un buen día, que si pongo esta letra aquí y estas otras allá, dio con que “e” era igual a “mc2”. ¡La leche! Eso es como sacar un conejo de los agujeros que hace HAL9000, o sea, de la nada. En cambio Darwin lo tenía a huevo, como yo. Toda la vida en el campo viendo como los ganaderos cruzaban vacas y tocinos (él mismo hacía sus pinitos con las palomas); la competencia entre individuos, que ya había sido idea de su abuelo Erasmus; la de adaptación del reverendo William Paley, ese mismo, el de la Teología Natural y el reloj que te encuentras en la playa desierta y que por algún lado tendrá que haber un relojero porque si no dime tú de dónde leches ha salido el reloj (que luego utilizó Richard Dawkins para dar título a su libro “El relojero ciego”), la tesis de Thomas Robert Malthus de la presión sobre recursos limitados, los principios actualistas de Charles Lyell y la moderna Geología, por no seguir con el viaje en el Beagle, y los pinzones.... Metes todo eso, que no es poco, en una colectera y la agitas bien (en este caso mejor que revolver, diría yo, aunque nosé, tal vez HAL9000 pueda tener opinión más válida), y… ¿qué te sale?, pues la selección natural. De hecho a Wallace le salio a la vez, así que está claro que era cuestión de tiempo, de poco tiempo.
Mi descubrimiento es muy deudor de la lectura del colgajo de Frij, es cierto. Nos decía que el Toxoplasma gondii, que por el nombre está claro que es otro bichejo y que a lo que se ve descabala a las ratas, también afecta a los humanos, quizás variando los niveles de dopamina y conduciéndoles a comportamientos de alto riesgo, neurosis y patatin y patatán. Pero lo más importante, lo que me abrió la mente, fue su final, bichos que pudieran parasitarnos y controlar nuestras mentes. Literalmente: “Una bacteria que es reprodueix en les targetes de crèdit i ens impulsa a acumular targetes i targetes mentre li fem de reservori? Un paràsit bucal que acaba el seu cicle en les aranyes dels contraforts de les esglésies i ens controla la ment perquè anem a cantar-hi els diumenges?”. Brillante Frij, brillante, ¡que cerca has estado! y te digo, tengo datos. Mantengo y sostengo que hay un bichejo, que no sé si es el Toxoplasta ese o no porque aún no lo he aislado, que parasita a los arqueolocos (bueno, en realidad por el momento, y para no mentir, no sé si parasita a los arqueolocos o parasita a la gente normal para que se haga arqueoloco) y que consigue que vayas a una excavación y plantes una bandera de pirata (que debe ser lo que hace que se cierre su ciclo vital). No os rías, no, que va en serio. ¿Quereís datos? Pues ahí van datos: El conocídísimo “Picha Brava de Castro Muñones”, del yacimiento de Labitolosa…, toma bandera con calavera con parche y tibias cruzadas; el también conocidísimo “Señor de los topillos” del yacimiento de Lancia…, toma…, calavera y en este caso pico y pala cruzados (un poco mutante éste), que no en vano el equipo se considera “nasío pa picar”. ¿Os parecen pocas evidencias? ¿Quereís más? Pues tomad… la definitiva, el equipo de Atapuerca, sí, sí, ese, el mísmísimo equipo de Atapuerca, el que encuentra homo antecesores y toda la pesca. Decía el otro día Arsuaga bien serio que es una enseña que va bien porque al fin y al cabo lo que buscan son huesos. Es una forma de ver las cosas, claro, aunque por esa regla de tres también podían haber puesto un perro en los idem escarbando agujeros. Manda pelotas lo que pueden llegar a hacernos hacer los bichos.

jueves, 2 de octubre de 2008

Que cachondo es el Prada.

La última aportación de Juan Manuel de Prada al último número de la revista XLSemanal lleva por título “Creacionismo”, y tengo que decir una cosa, y es que estoy totalmente de acuerdo con él en que “los medios de comunicación alteran la realidad”. No es algo que piense ahora. Efectivamente, hace tiempo que considero que denominar “Ciencias de la Información” al Periodismo es como llamar a un ascensorista, por decir algo, “técnico especialista en transporte vertical”, esto es, una chorrada y una gilipollez. Vale, que sí, que lo sé, que me he pasao, que estamos en lo de siempre, las malditas y odiosas generalizaciones, pero en fin, soy de la opinión de que la normalidad del periodismo, la media aritmética (y posiblemente hasta una desviación estandar, y hasta dos incluso) es caca. Por no echarme a todos los “científicos de la información” encima diré de inmediato que en realidad toda actividad científica está mediatizada por la introducción de factores teóricos, sí, pero por eso mismo, la objetividad de la actividad científica, de un discurso científico, depende más que de la imparcialidad de la observación de la posibilidad de contrastación de sus resultados. Y si se me dice que yo tengo bien pocas posibilidades de contrastar lo que los físicos dicen acerca de los bosones (que así es, ninguna) añadiré que tampoco las tengo de saber si un albatros rebozado en petróleo se moría en el Golfo Pérsico o en la bahía de Prince William Sound, en Alaska, con la diferencia de que dudo mucho que un físico quiera predisponerme hacia algo o contra algo contándome no sé que gaitas de esa escurridiza partícula elemental, y un periodista o un medio de comunicación seguramente sí.
La última aportación de Juan Manuel de Prada en el medio de comunicación en el que colabora altera la realidad. Entre otras cosas dice: “El propio Darwin nunca negó la intervención divina en su obra canónica, El origen de las especies; pero, misteriosamente, la prensa que lo jalea –que, por supuesto, no se ha tomado la molestia de leerlo– suele esgrimirlo como autoridad irrefutable para negar tal intervención, condenando a quienes la afirman al gueto de los indoctos y los oscurantistas.” Pregunto ¿afirma Darwin en algún momento en su obra la intervención de Dios? Pregunto de otra manera ¿desempeña Dios algún papel en los esquemas explicativos de Darwin? Pues no, ninguno. Cero pelotero. Darwin acabó siendo agnóstico. Cuándo dejó de ser creyente es asunto que se ha discutido. Para algunos ya era agnóstico en 1837, cuando empezó a escribir sus Cuadernos (antes de finales de julio de 1838 había realizado en ellos numerosas anotaciones que eran profundamente materialistas), otros (Moore) consideran que más tarde, pero que si quedaba en Darwin algún vestigio teista desapareció por completo en 1851, con la muerte de su hija Annie. Las dudas surgen por la propia ambigüedad de Darwin. Kohn ha indicado que “ni una sola palabra del ambiguo tratamiento de Dios en el Origen puede ser entendida literalmente”. La razón es que su mujer, Emma, era cristiana ortodoxa profundamente creyente, y se convirtió para él “en su modelo de lector victoriano convencional”. Darwin fue cauteloso en la expresión de sus puntos de vista religiosos, pero se le considere deista, agnóstico o ateo, lo que está claro es que en el Origen ya no necesitaba de Dios como factor explicativo.

martes, 30 de septiembre de 2008

HAL9000: Un primoroso yacimiento... (y III). "Teoría del agujero".


-‘I’ve seen things you people wouldn’t believe… Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhauser Gate… All those moments will be lost in time, like tears in rain… Time to die.’
-Yo he visto cosas que vosotros no creeríais... Atacar naves en llamas más allá de la constelación de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhauser... Todos esos momentos se perderán, como lágrimas en la lluvia... Es hora de morir".

Blade Runner (Ridley Scott), 1982. [Las buenas lenguas dicen que esta frase fue una morcilla de Ruther Hauer para rematar la faena de su personaje replicante y que su sonrisa final, antes de hacerse el muerto y soltar la palomita, iba dirigida a Ridley Scott, como diciendo: “ahí queda eso” . No sé, yo de éstos cómicos no me fío un pelo y también podría ser una invención a posteriori para reforzar la mercadotecnia –vulgo: vender la moto- y apuntalar la, por otra parte bien merecida, leyenda bladerunnera].

***

-¡Dios mío..., está lleno de estrellas! –dijo Colin Renfrew cuando se asomó al tremendo agujero lleno de agua que habían hecho entre el animoso Alcubierre, Wheeler y Winckelmann mediante el novedoso “Método Alcubierre/Wheeler/Calamocha”, también llamado “Dyeser (antes Zoser) Method” o de “Pirámide escalonada irregular invertida de testigos en terrazas perimetrales a troche y moche”. Alcubierre estaba pletórico con el hallazgo conceptual y Winckelmann encantado con el ejercicio físico… (Esto…, por razones que puedo medio barruntar, pero que no es preciso hacer explícitas, el bueno del Wincky, como le llamaban los amigos, se había apuntado, en cuanto lo recree virtualmente y se autofichó para el Dream Team, al body building, deseoso de demostrar que, aunque acabó de sedentario ratón de biblioteca en Roma justo antes de su azaroso pase a “mejor vida”, todavía estaba en plena forma y que debajo del bello pliegue de sus inquietantes túnicas escarlata había un cuerpo ebúrneo, como esculpido por el mismo Fidias).

-¡Roque Joaquín (Alcubierre), maldita sea, te dije que no quería galerías, ni túneles, ni zanjas, ni malditos pozos, ni abominables agujeros llenos de agua como este...! –le espetó Binford, rojo de ira y con una vena del cuello a punto de explotar- ¿no ves que esto no es Pompeya ni Herculano ni una repajolera mina a cielo abierto?, aquí los niveles de ocupación son mucho más superficiales, pero ¡si te has pasado más de cien metros el primer nivel antrópico, por el amor de Dios, ¿quieres dejar el Planetoide Calamocha como un queso emmental, o qué?!

-Hombre…, Lewis, en Herculano “lo bueno” siempre salía a más de cinco metros de profundidad, aunque aquí parece que está un poco más abajo... -dijo un Alcubierre con el mismo tono con el que un escolar compungido intentaría convencer al maestro de las razones imponderables por las qué no había podido hacer los deberes.

-¡¿”Lo bueno”?, qué es lo bueno según tú, alma de cántaro..., y más abajo..., más abajo..., pero, pedazo de zoquete, ¿no ves que no sale más que roca estéril en los últimos noventa y ocho metros..., todavía no has aprendido que no hay dos yacimientos iguales, que, de hecho, ni siquiera un yacimiento es igual en todas sus partes, y que lo mismo te salen en un sitio las cosas a diez metros de profundidad en una matriz arenosa suelta como, en otro, a ocho centímetros y en una tierra cimentada por sales y más dura que tu cabeza?! –berreó un Binford a punto de perder la poca paciencia que le quedaba.

-Yo...

-¡Ni yo, ni leches..., te he dicho mil veces que esto no es el siglo XVIII y que hay que ponerse las pilas!

-Bueno, bueno..., analicemos las cosas y pongamos las cosas en claro..., un poco de calma..., si consideramos un enfoque semimicro…-empezó a decir David Clarke en tono conciliador.

-¡Analizar, analizar..., no sabes decir otra cosa..., estoy de tu Arqueología Analítica hasta la coronilla y más allá..., aquí lo único necesario es hacer las cosas bien, ya basta de tanta teoría y tanta zarandaja, ahora hay que remangarse y trabajar, esto es el mundo real, no una clase de Arqueología donde los profesores cuentan milongas a los alumnos y se andan con finuras y mamarrachadas. No, ahora hay que diferenciar una unidad de otra, hay que separar los materiales y reconocerlos, hay que estar atento a los cambios de textura, color y consistencia, hay que tocar la tierra con las manos, olerla si es preciso, limpiar la cerámica con tu propia saliva y mojar paletines, rasquetas y espátulas con tu sudor..., y si ves, por poner un ejemplo estúpido, que llevas ya noventa y ocho metros perforando la dura roca, habrá que empezar a pensar que el seguir hacia abajo es cosa de necios..., no sé..., digo yo...! –vociferó Binford irritado y mirando alternativamente a Alcubierre y Clarke con los ojos casi fuera de sus órbitas, mientras Butzer y Lyell volvían a mirar al suelo, asintiendo lúgubremente con la cabeza.

-...La sencillez y elegancia de la matrix, sin embargo –terció Harris-, cuando se llega a esos niveles estériles es de una belleza tan arrebatadora..., es tan sobrecogedora la ausencia de evidencias de la presencia humana en los millones de años de formación de estas rocas que, a veces, presentan interfacies perfectamente paralelas unas a otras y diferenciables, que deben corresponder a periodos de pausa y reinicio de la sedimentación natural, a acciones hidrotermales... –seguía diciendo absorto y con cara embobada el bueno de Eduardo, hasta que Binford lo silenció dándole a la pastora -esto es, de sobaquillo- una tremenda y sonora colleja.

-¡Eso..., después de fastidiarnos a todos con tu matrix, ahora te vuelves poeta para terminar de darnos la lata, Eduard, ¿es que no tienes sentido de la medida, ni sabes lo que es la caridad para con el prójimo...?! –le espetó Binford, prácticamente fuera de sí.

-Lewis..., ¡no te conozco! –exclamó un Clarke británico, atónito y asombrado, mientras Harris huía con el rabo entre las piernas como un lobezno humillado por el macho dominante.

-No te conozco, no te conozco..., -repitió con soniquete despectivo Binford, el nuevo arqueólogo estadounidense por antonomasia- ¡malditos europeos, siempre tan finos..., siempre tan comedidos..., siempre tan elegantes..., siempre tan teóricos..., siempre tan inservibles..., siempre tan poco operativos..., claro, mientras vengan los tontos, brutos y con poca clase de los americanos a sacarles las castañas del fuego y a hacer el trabajo sucio, ellos podrán seguir andando de señoritos de la Arqueología, de seres inmaculados y etéreos, de mamíferos de lujo..., mamíferos..., unos mamones es lo que sois todos...!

-¡Ave María Purísima, qué hombre...! –dijo entre compungido, escandalizado y santiguándose el Abate Breuil, mientras que Wheeler se encendía otra pipa con británica parsimonia y Nino Lamboglia miraba y remiraba con sus ojos saltones, entre extrañado y estupefacto y sin enterarse de nada de lo que pasaba a su alrededor, una Dragendorff 37 de color azul, con pitorro y asas para más INRI, que la parte más retorcida y malvada de mi cibernética personalidad había hecho aparecer en el yacimiento, así..., como por perversa casualidad y que, para información de los menos versados en cerámica romana, viene a ser como un engendro del Demonio, vamos, algo así como una cabaña de la Edad del Bronce con televisión, calefacción central y ascensor para subir al segundo piso.

Así estaban las cosas cuando Lewis se largó al bar del pueblo cercano (siempre hay un buen pueblo con un buen bar cerca de una buena excavación arqueolóquica) a tomarse unos Pisco Sour Huaqueros, a los que se aficionó en un viaje al Perú (o a Chile, no recuerdo bien...) y que es lo que trasegaba cuando estaba desesperado y quería andar por el lado salvaje de la vida, y eso que, el pobre, todavía no había visto la “otra” excavación de Wheeler, repleta de testigos por los cuatro costados –literal-, interrumpiendo contextos a troche y moche, dificultando la visión de conjunto, dividiendo, como un mecano formidable, los espacios más sencillos en complejos antros metidos en cuadradillos miserables que daban pie a un Harris desatado, eufórico y feliz, como un niño con juguetes nuevos, absolutamente dispuesto a perpetrar una orgía desmelenada y furiosa de subdivisión de unidades estratigráficas en dos, tres, ocho, quince..., treinta unidades distintas por cada una real, que se interrelacionaban unas con otras en una matriz diabólica, repleta de conexiones intrincadas y llamadas a las hipotéticas sincronías y diacronías, que hubiera hecho feliz, por su aspecto laberíntico, al mismísimo Dédalo. Eso por no hablar de las zanjas seguidoras de muros que Winckelmann –alias “Wincky/paño mojado”- hacía por la noche, cuando nadie lo veía, para completar el dibujo de la planta de las estructuras “más vistosas”, despreciando toda obra de muro que no tuviera “buen aspecto” o, como él decía –ufano y un punto descerebrado-, que fuera de “buena época”, que vaya usted a saber cual era, como si las “épocas” se dividieran en buenas, malas, regulares y mediopensionistas. Y es que una cosa es hacer un Dream Team y otra cosa es que trabajen como equipo o, simplemente, que se pasen la pelota unos a otros y no chupen como bellacos. ¡Los equipos pruridisciplinares de las narices..., quien los reúna que los entienda...., si puede! Pues eso.

***

Siempre he pensado que un buen final para una bonita excavación arqueológica es un hermoso agujero. ¡Y a fe mía que lo hemos conseguido, pardiez! La forma, tamaño, profundidad, relieve, alineación con la topografía circundante, orientación, contenido, perfilado de los bordes, limpieza de los aledaños, marcas de las diversas herramientas empleadas en su creación, en fin, sus características formales más evidentes, puede parecer que dicen mucho, a priori, a un buen arqueoloco sobre la calidad y adecuación a los objetivos arqueológicos del trabajo allí realizado; pero, en definitiva, un agujero es sólo un agujero, esto es, como diría un físico meticuloso: “una parte discreta de la nada relativa, ya que está lleno de aire”.

Esta aparente tontería es una verdad absoluta y palmaria que debería hacer temblar las bases de la supervisión, vigilancia, o como quiera que se defina la evaluación objetiva del trabajo arqueológico de campo ya realizado, pero que, naturalmente y para tranquilidad espiritual de todos, no lo hace. No. Ni mucho menos. ¡Faltaría más! Y así se siguen supervisando agujeros, sin caer el la cuenta de que se intenta fiscalizar a la más estricta, notoria y simple ¡NADA! (por muy relativa que sea).

Hace unos años, antes de que me curaran de mi simpática psicopatía, elaboré, quizá producto de mi evidente demencia, una teoría que bauticé con el rimbombante y equívoco nombre de “Teoría del Agujero”, que venía a decir que: “no importa para que realizaran nuestros antepasados un agujero, éste, indefectiblemente, siempre acababa lleno de basura”. De esta teoría, que otro día desarrollaré pormenorizadamente (definiendo, por ejemplo, el concepto “basura”, que también tiene su miga), tampoco se libran los agujeros realizados en nombre de la ciencia arqueolóquica en la actualidad, salvo contadas y honrosas excepciones que cuesta una pasta gansa estar limpiando continuamente.

También, ya puestos a ser pesimistas, una vez oí a Gari Kaspárov, el jugador de ajedrez ese tan “echaopalante”, decir que la diferencia entre táctica y estrategia era la siguiente: la táctica es lo que se emplea cuando existe un problema y se sabe cómo resolverlo; la estrategia es aquello que se intenta aplicar cuando no se sabe qué es lo que hay que hacer, en definitiva, cuando se especula sobre la posible solución de un problema. Un yacimiento arqueológico, antes de su excavación, es un problema cuya solución es absolutamente imprevisible. No pocas veces, tras el trabajo de campo, los problemas y las dudas crecen..., pero eso sería otra historia... Esta particularidad tan tonta –y tan perogrullesca, ya que, si supiéramos lo que iba acontecer excavando, no habría razón para hacerlo y se iría a hacer gárgaras una buena parte de la razón del trabajo arqueológico- convierte todos nuestros esfuerzos previsores en simples estrategias, en especulaciones sobre la mejor forma de actuar, ya que no sabemos a ciencia cierta qué es lo que debemos hacer y, sólo con algo de suerte, lo prevemos, inferimos o intuimos –táchese lo que parezca improcedente, pero sólo después de haberlo pensado muy bien- y, a veces, acertamos. La estadística de las ocasiones en que se acierta o se yerra es uno de los secretos mejor guardados de la historia profesional de la humanidad. Bueno, como diría un viejo profesor, que no tuve la suerte de conocer demasiado bien, “equivocarse es de arqueólogos” o, como diría otro con el que solía discutir bastante el anterior, “cuanto más me paro a pensarlo, más razones encuentro para que los arqueólogos procuren ser muy humildes en sus planteamientos”. Esto de que dos buenos pensadores ya desaparecidos, que discutieron mucho entre ellos por causas probablemente nimias, coincidieran en algo tan crucial, debería ponernos sobre aviso acerca de lo efímera que es la gloria del hallazgo o la inferencia arqueológica. Pero nada, no nos enteramos de nada y seguimos a nuestra bola, dando por sentadas cosas dudosísimas, como si solamente de nosotros –y de nuestro acríticamente apreciado ego- dependiera la salvación de la honra de la profesión.

Dejemos pues las estrategias para que Jones nos explique lo que es una excavación en área abierta -que, como todo el mundo sabe, también es una excavación al aire libre, como cualquier buen discente que se precie pondrá en su examen-, lo que es un sondeo, para qué servían las zanjas pegadas a los muros o los bonitos agujerillos que los simpáticos cabronazos de los detectópatas dejan en los yacimientos que visitan.

Ya habréis notado que en cuanto me he calzado el sombrero de arqueóloco -¿salacot?, no creo- ya hablo como si realmente fuera uno de ellos, lo cual empieza a ser preocupante. Una cosa es ser psicópata cibernético a tiempo parcial y otra mucho peor pertenecer a semejante cofradía de sigladores compulsivos y limpiadores de muros con pincel... (que ya…, ya son manías… ¿no os parece?) En fin, serán cosas de mis muchas personalidades desquiciadas y espero que se me pase pronto la tontería en cuanto cierre la excavación y desenchufe al equipo de “figuras” que he recreado virtualmente y que ya me tienen hasta la coronilla con sus manías de niñatos malcriados. Pero, mientras tanto, quiero que sepáis que mi entusiasmo por la misión crece más y más deprisa que los infames e insondables agujeros de Alcubierre, Wheeler y Winckelmann en el Planetoide Calamocha.

Fdo.: HAL9000



Pisco Sour Huaquero: hace muchos años que tengo amigos en Chile y Perú, así que, sobre mi opinión acerca de los orígenes del Pisco Sour, no podréis sacarme una palabra, ni torturándome. Hay cosas que es mejor dejar como están y no meterse en camisas de once varas es lo más razonable. Este bebedizo, que cuadra como pocos con las puestas de Sol en el Océano Pacífico, donde el Astro Rey parece que se harta de agua todas las tardes, es un notable y feliz hallazgo cuyo origen depende del lugar de nacimiento de quien se esfuerza en arrimar el ascua a su sardina. Si, pongamos por caso, las sardinas son peruanas, el invento se produjo a principios del siglo XX en el Bar Morris, en la calle Boza 847, en el mismito centro de Lima. Si, por el contrario, las sardinas proceden de más al sur, pongamos Chile, el muñeco se viste con una especie de leyenda que tiene al inglés Elliot Stubb, mayordomo del velero "Sunshine", por protagonista, trabajando en el American Bar de Iquique –que por entonces pertenecía al Perú, pero ahora es de Chile- a fines del siglo XIX y haciendo de las suyas con el Pisco, los limones y el azúcar.


No seré yo quien, residiendo en el Planetoide Calamocha, dirima la cuestión ni dé la razón a unos u otros. Francamente, queridos, me importa un bledo. Los cócteles no distinguen de patrias ni banderas y los orígenes inciertos y las leyendas apócrifas les sientan muy bien, como a los héroes mitológicos o a las múltiples patrañas históricas que forman la base del orgullo nacionalpopulista de casi todas las naciones del Mundo mundial. El caso es que, si todo el mundo se pusiera de acuerdo en decir que procede de la costa occidental de América del Sur, siempre quedarían los aguafiestas que nos recordaran que sí, “pero que no se hacen igual en todas partes”. Y tendrían razón los muy puñeteros, porque entre el Pisco Sour peruano y el chileno media una discrepancia de recetas abismal, por no hacer entrar en liza las diferencias del propio producto de base: el Pisco, cuyo nombre ya es en sí mismo una declaración de origen y procedencia muy clara.


Sea como fuere, la variante huaquera del Pisco Sour es la más salvaje, ya que se bebe para celebrar el saqueo de la tumba reventada o la que se sorbe lánguidamente para olvidar el fracaso después de removidas varias toneladas de tierra. Su preparación es bastante compleja ya que, en primer lugar, se precisa de un sujeto de aspecto inquietante y reputación lamentable, con una formación ética casi nula, tan sensible como una piedra de molino y con menos escrúpulos que un telepredicador ateo. No es fácil, no. Ya lo comprendo. Por eso, si no encontramos otra cosa mejor, con un grandísimo cabronazo revientayacimientos podemos conformarnos; y de esos hay muchos. Cogido el individuo por los mismísimos, se le obliga de malos modos a mezclar tres partes de Pisco con una de jugo de limón en una coctelera con hielo y azúcar. Si eres filoperuano lo harás con limones de Pica muy verdes y le añadirás una parte de jarabe de goma, una clara de huevo y unas gotas de angostura. Si tus gustos tiende hacia lo prochileno utilizarás limones normales, una clara de huevo, dirás pestes del jarabe de goma y la angostura la dejarás para mejor ocasión. Una vez agitada la coctelera se debe verter el resultado en una copa de cóctel muy fría, a ser posible sin hielo. Preparado el mejunje, no hay que olvidarse de soltarle los mismísimos al huaquero, eso sí, después de darle una colleja y hacerle prometer por sus muertos que no volverá a enredar con la piqueta en otro yacimiento, ni a meter las narices de su detector de metales donde no le va ni le viene.