martes, 23 de septiembre de 2008

Pseudoesfericidades y trigo.


Una herramienta es una prolongación de nuestro cuerpo, un elemento extrasomático, que utilizamos para realizar una tarea y obtener un rendimiento. Entre los paleolitistas siempre se han considerado herramientas aquellos soportes (lascas, láminas, bloques…) que habían sufrido una transformación (retoque) con objeto de adecuarlos mejor a una función o tarea. Proyectadas por el hombre con vistas a una utilización, a un rendimiento considerado con anterioridad a su propio uso, las herramientas (bifaces, hendedores, raederas, buriles…) materializarían la intención preexistente que las creó y su forma se explicaría por el rendimiento que de ellas se esperaba incluso antes de que se cumpliera. Ese tipo de herramientas constituían las categorías y los tipos de las tipologías que todos conocemos. En un sentido más amplio y más correcto una herramienta es cualquier artefacto que desempeña una función, esté transformado o no (aunque en este caso es más difícil reconocerlas). Una lasca bruta, es decir, una lasca que no ha sufrido ninguna transformación (mediante retoque) puede servirnos para llevar a cabo diferentes tareas (lo mismo que un canto cualquiera lo podemos utilizar como mazo para partir nueces o hacer chichones).

La eficacia de una herramienta es el rendimiento que de ella se obtiene haciendo un uso normativo de la misma (tanto en cuanto a la acción como al gesto laboral que le asiste: sólo viendo cómo alguien empuña un pico nos podemos hacer de inmediato una idea de si la zanja que debe abrir le llevará unas horas o unos años), y la eficacia, como el rendimiento, es algo que pueden medirse. Detrás de la evolución tecnológica de las herramientas está el aumentar su eficacia.(1) Esa mejora puede afectar a diferentes variables: en unas ocasiones se puede reducir el tiempo necesario para realizar una determinada tarea, en otras puede permitir hacerla de forma más precisa, o trabajar una gama mayor de materiales, o tener un mayor poder de penetración, o lanzar más lejos una cosa (las estrías de las ánimas de los fusiles o cañones no son un adorno). Si me obligaran a jugarme una mariscada con otra persona apostando quién cortaba antes un número dado de tablones con una sierra y sólo hubiera dos, una de dentado normal y otra de dentado XT, ya podría empezar a rascarme el bolsillo si me tocaba la primera (las sierras de dentado normal claro que sierran, pero las de dentado XT lo hacen un 50% más rápido).

En el colgajo anterior hablábamos de M. Eren y de un estudio suyo refutando la idea de que tecnológicamente hubiera ventajas claras a favor de las herramientas líticas del Homo sapiens frente a las del neandertal. No insistiré en que entender por “tecnológicamente” sólo los procesos de reducción de núcleos es de una simpleza extraordinaria, máxime si no tenemos reparo en decir que siempre se había creido que el cambio había conducido a una mayor eficiencia, pero que ahora resulta que no. Con ese trabajo quedarse en decir que, mire usted, realmente no parece que los núcleos de láminas permitan un mejor aprovechamiento que los discoides (evaluado este aprovechamiento en cantidad de filo cortante obtenido) hubiera sido lo suyo. Lo otro da pie a utilizar la expresión “¡que tendrán que ver las pseudoesfericidades con el comer trigo!” (expresión que, sabido es, fue utilizada por primera vez cuando un lugareño que se quejaba al vecino de que el burro de éste se había metido en su sembrado –de trigo- recibió como respuesta: “no te preocupes que está castrao”). Pues eso.

Aunque no sea para morirse, sino más bien sólo para sentirse ligeramente indispuesto, la caja de herramientas de los sapienes europeos que pudieron convivir con los neandertales era más diversificada (y eso sin tener en cuenta, ojo, que en esas industrias hay artefactos de hueso y de asta capaces de hacer mucha, pero que mucha pupa). Dicen que el prehistoriador francés F. Bordes, preguntado en cierta ocasión sobre cómo leches distinguir entre una raedera doble convergente y una punta musteriense contestó que la cuestión era bien sencilla. Lo único que había que hacer era ir en busca de un oso armado con la pieza que te ofrecía duda insertada en el extremo de una lanza. Una vez dabas con él lo cabreabas bien cabreao (el reto ¿a que no pasas esta linea? sería suficiente porque los osos son muy echaos pa lante), y ya cuando la cosa llegaba al o tú o yo…, ¡zas! Si acababas con el oso la cosa era una punta, si el oso acababa contigo una raedera doble convergente. Antes todo era más fácil. Hoy como ya no quedan osos quien tenga esa duda debe recurrir a la complicada tarea de medir el ángulo.

No tengo idea de cuál fue la causa que dejó a los neandertales en el camino. Estoy por creerme lo que dice Eren sobre que si los núcleos esto o aquello, o lo de más allá. También me creeré lo que Eric Trinkaus dice acerca de la constitución de los neandertales (eso de que uno medio haría parecer un alfeñique a Arnold Schwarzenegger), pero no puedo creerme nada de las supuestas no ventajas tecnológicas de unas herramientas frente a otras sólo a partir de la reducción de 7 núcleos discoides y otros tantos laminares. Es muy interesante eso de que una lasca la puedas reafilar más veces que una lámina, muy interesante (de verdad, que no va de coña, que igual estáis pensado que me está dado la risa, pero que no), siempre y cuando tuvieras la posibilidad de seguir vivo para poder hacerlo. Cuando se demuestre que una punta musteriense tiene la misma capacidad de penetración que una azagaya de base hendida (auriñaciense) o que una punta de Vachons (gravetiense), o que clavársela a un bicho a una distancia que te permite verle la glotis al mismo tamaño que la luna no supone más riesgo que hacerlo a 10 ó 20 metros entonces sí se estarán comparando eficiencias de las respectivas industrias.



(1) Siempre hay excepciones, claro.. Por ejemplo, el teclado de las máquinas de escribir y de los ordenadores está dispuesto según el modelo QWERTY. Si reparamos en esa distribución podemos llegar a pensar que no es la más idónea para desarrollar la máxima velocidad en la escritura mecanográfica (y de hecho, desde 1932, cuando se introdujo la alternativa Dvorak Simplified Keyboard, la mayor parte de los récords de velocidad en mecanografía han sido obtenidos por mecanógrafos DSK). Con la distribución QWERTY, que además tampoco fue la primera, buena parte de las letras que más se utilizan se encuentran en posiciones periféricas y son presionadas con los dedos menos fuertes y ágiles. Es posible que esta disposición fuera al principio la mejor, cuando una velocidad demasiado alta de pulsaciones hubiera propiciado el choque de las varillas de las teclas, que al tener un retorno bastante lento se habrían ido incrustando en el punto de tecleo con el resultado que todos conocemos. Sin embargo, en la actualidad, con las mejoras técnicas, y desde hace mucho tiempo, esa es una distribución subóptima que sólo puede explicarse por la normalización de su uso y la política de los fabricantes.