Cráneo de mamut con pintura roja que se supone representa las llamas y chispas de una combustión. Yacimiento de Mezirich.
Pues eso, que Binford y Chuan Kun Ho montaron una con su revisión de Zhoukhoudian. Demostrar que el fuego fue utilizado en un sitio arqueoloquico, independientemente de cómo se obtuvo (que sea de manera oportunista o de forma autónoma es de momento otro asunto) requiere según M. Barbetti de dos pasos. El primero encontrar rastros de que el fuego estuvo presente ahí (obvio, ¿no? …piedras craqueladas, tierras rubefactadas, huesos y/o artefactos quemados, carbones, cenizas y tal…, lo típico), y la segunda asegurarse de que ese fuego estaba asociado con la actividad humana. Dicho así parece una simpleza, una de esas sentencias de la arqueología de la obviedad, pero lo cierto es que cualquier rastro de los antes indicados puede ser el resultado de la simple ocurrencia de fuegos naturales que alcanzan enclaves utilizados previamente por los homínidos y no necesariamente de un origen antrópico. Una evidencia incuestionable es la presencia de hogares, de estructuras, de focos de combustión, pero los hogares tienen propósitos y tipologías diferentes, y en función de una cosa y otra puede que en ocasiones lleguen a preservarse muy pocos rastros de su existencia. El problema es mucho mayor cuando las evidencias no son estructuras.
En 1981 J. Gowlett indicó que en Chesowanja (un yacimiento cercano al lago Baringo, en Kenia) hubo un pequeño fuego controlado hace 1.42 M.a. (de ser así sería de los más antiguos), basándose para ello en la temperatura alcanzada por un fragmento de tierra cocida. Fue contestado por G. Isaac, escéptico, pero a pesar de ello se marcó entonces una línea por la que parecía que debería continuar la investigación: “el desarrollo de discriminantes fiables entre trazas de incendios naturales y controlados requerirá la colaboración entre físicos…” decía Isaac, y arqueolocos. La temperatura había sido calculada a partir del momento magnético que presentaba el pedazo de arcilla.
Técnicas paleomagnéticas se aplican en arqueoloquía (arqueomagnetismo) desde la década de 1950. Las más comunes de sus utilizades hacen uso i) de la variación secular del campo magnético terrestre, tanto de su dirección como de su intensidad, para datar restos que contienen elementos magnéticos, y que tras ser calentados por encima de una determinada temperatura, en el pasado, conservan un magnetismo termorremanente “congelado”, y ii) del registro de la variación local o puntual que ese mismo magnetismo contenido en evidencias muebles o inmuebles produce en el campo magnético terrestre actual para localizarlos. Sin embargo la aplicación de análisis arqueomagnéticos para obtener modelos de comportamiento humano en el pasado, como la propia utilización del fuego, o de los procesos de formación de los sitios, es menos habitual y más reciente en el tiempo. En 1985 no era el caso.
Técnicas paleomagnéticas se aplican en arqueoloquía (arqueomagnetismo) desde la década de 1950. Las más comunes de sus utilizades hacen uso i) de la variación secular del campo magnético terrestre, tanto de su dirección como de su intensidad, para datar restos que contienen elementos magnéticos, y que tras ser calentados por encima de una determinada temperatura, en el pasado, conservan un magnetismo termorremanente “congelado”, y ii) del registro de la variación local o puntual que ese mismo magnetismo contenido en evidencias muebles o inmuebles produce en el campo magnético terrestre actual para localizarlos. Sin embargo la aplicación de análisis arqueomagnéticos para obtener modelos de comportamiento humano en el pasado, como la propia utilización del fuego, o de los procesos de formación de los sitios, es menos habitual y más reciente en el tiempo. En 1985 no era el caso.
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