Da un altro, che - se ti fa comodo
D´altra parte vorresti la tua
Da offrire a quel pubblico,
Che ti guarda come a Carnevale
Si guarda una maschera,
Ma intanto sa che tu
Non sei così...
Con un semblante prestado
Por otro –Resulta muy cómodo
Por otro lado, quisieras el tuyo
Para brindárselo a este público
Que te mira como en Carnaval
Se mira una máscara
Sabiendo, sin embargo, que tú
No eres así...
(Paolo Conte: “Una faccia in prestito”)
He caído en la tentación. Tanto leeros comentar temas de Arqueoloquía…,en fin, la carne es débil y mis circuitos cibernéticos también. Confieso mi pecado: me he creado un yacimiento virtual en el planetoide Calamocha para poder excavarlo a mi total gusto y satisfacción. Para que veáis que no soy un ser completamente execrable, megalómano o con excesivas ínfulas, me lo he fabricado normal y corriente, nada difícil ni espectacular, una pequeña ciudad con características de lo que vosotros llamais Segunda Edad del Hierro (que de risa se partirían los que entonces vivieron si se enteraran del “nombrecito” clasificatorio…) a la que -cosas que tiene la Historia y los poderes fácticos de cada periodo- se pulieron unos tíos bastante brutos vestidos de romanos, para después decir, con irónica jactancia, que “los habían romanizado”. Bueno, romanizados a las bravas o no, los supervivientes a tan dudoso favor civilizador, toga en ristre y hablando latín a trancas y barrancas -los más avezados-, se construyeron una bonita ciudad adaptada a la nueva “roman way of life”, con foro para pasar el rato y mangonear política y económicamente a los conciudadanos menos pudientes o espabilados, termas donde escaquearse, discutir sobre carreras de cuadrigas y gladiadores, hablar mal de los vecinos y contar chistes verdes, templos donde hacer la pelota a la familia de los emperadores divinizados y ver el modo de medrar en el cursus honorum, etc, etc. En fin, nada del otro jueves, como ya os había dicho.
Para demostrar, una vez más, mi buena fe en no querer ventajas sobre las condiciones normales en las que se desarrollan los procesos de excavaciones arqueológicas, la realidad virtual que he generado ha creado paralelamente unas administraciones estatal y autonómica con competencias sobre arqueología, altamente burocratizadas, con sus funcionarios –competentes, incompetentes y absentistas- sus inspectores y arqueólogos supervisores provinciales –normales, regulares y “mega-ego/king size type”- sus políticos buscafotos y metepatas -cambiantes cada cierto tiempo para más emoción- y sus archivos, siempre ávidos de papel en forma de informes, memorandos, actas, citaciones, saludas, certificados, solicitudes razonadas -irrazonablemente solicitadas una y otra vez-, proyectos a corto, medio y largo plazo y planes directores, que casi nunca se cumplen en la realidad, con los que llenar sus orondos vientres insaciables y donde todos estos entes textuales, iluminados algunos con fotos planos y diagramas, más o menos clónicos y estereotipados, duermen el sueño eterno de los justos sin ser leídos ni requeridos por nadie. La gran maquinaria burocrática, con sus normas, leyes, excepciones, tics, solicitudes y plazos compulsivos, grandezas y miserias. Así sea, amén.
Así que nada, después de varios meses de deambular de un lado a otro del planetoide llevando peticiones, solicitando permisos, elaborando proyectos, hablando con la administración para pedir subvenciones –que no necesito pero a las que me someto por mor de la puridad del proceso- he conseguido un permiso de excavaciones que, después de firmado un pliego de condiciones técnicas leoninas, puedo ejecutar a mis anchas, con un equipo de arqueólogos interdisciplinar que, como no tengo mayores problemas para recrear personalidades, actitudes y aptitudes, está compuesto por: L. Binford, D. Clarke y C. Renfrew como directores procesuales y generales del proyecto, Sir Morthimer Wheeler como jefe del trabajo de campo, C. Lyell y K. Butzer, como responsables de geoarqueología y estratigrafía planetoidal, E. Harris como dictator perpetuo del Equipo de Documentación Arqueológica, Roque Joaquín de Alcubierre como real coordinador borbónico de los equipos de excavación, V. Gordon Childe como preboste superior del Consejo Superior Asesor para Inferencias de Arqueología Sociológica, el Abate Breuil como padre prior del Gabinete de Documentación de Materiales y N. Lamboglia como responsable tipo-logístico del estudio de la cerámica aparecida en el yacimiento. Para la consolidación y restauración de estructuras y materiales he creado una empresa especialista en proyectos carísimos de diseño avanzado y futurista denominada “Tutto Restauro & Tutti Contenti” (TR&TC), cuyos sagaces y competitivos miembros son capaces de convertir unas miserables ruinas en un emporio cultural repleto de turistas en pantalón corto y cámara de fotos en ristre, dispuestos a adquirir las más variadas memeces en las múltiples tiendas temáticas y emplear, soltando una pasta gansa y sin rechistar, los todos los servicios montados alrededor de estas orgías de piedras redivivas y reinterpretadas en vistosísimos carteles y pantallas interactivas que dejan de funcionar a los cuatro días de inaugurado el cuasiparque temático por un fotogénico político ávido de votos..., y deseoso de servir a la sociedad, claro...
Llegó el gran día. Como nunca puede ser de otra manera –y, la verdad, no sé por qué- tocó madrugar. Lewis (Binford) nos citó a todos a las 7 a.m. en el restaurante del pequeño hotelito donde pernoctábamos para un desayuno de trabajo donde ponernos de acuerdo en los últimos flecos de la estrategia de excavación y para revisar las últimas teorías e hipótesis pendientes de corroboración:
-Morthimer -dijo Lewis muy serio, señalando a Wheeler con su dedo inquisidor- no quiero testigos en la excavación..., ya sabes que me ponen de los nervios tus calicatas aisladas y cuadriculadas, así, tan alineaditas y tan cursis... Y tú, Eduard –se volvió hacia Harris-, ya sé que las piedras de los muros se ponen una después de otra, pero no es necesario que les asignes números de unidad estratrigráfica diferentes a cada una. Acuérdate de la última excavación que hicimos y el infierno de 33.457 unidades diferentes que registraste…¡en menos de 25 metros cuadrados de sondeo, por Dios…!, Roque Joaquín –se dirigió a Alcubierre con gesto más adusto si cabía- ¡ni una sola galería más!, sí ya sé que se ahorra mover tierra y se está más fresco en verano, pero me produce una claustrofobia insoportable, por no hablar del contexto, ¡ah..., el contexto…! –Lewis puso los ojos en blanco, como en éxtasis, como siempre le pasaba cuando hablaba del sacrosanto contexto..., mientras Winckelmann, al que nadie había invitado pero que, como era un cotilla, se había colado a ver de qué se enteraba, se reía por lo bajo, repitiendo aquella vieja gracieta dieciochesca de que Alcubierre tenía la misma afinidad con las antigüedades que los cangrejos con la Luna…, y Hodder –otro que tal, a quien nadie había llamado- recitaba para su coleto el siguiente trabalenguas, como si fuera una letanía: “la ley cobertora ya no cubre nada ¿Quién en recobertora la reconvertirá?. El reconvertidor que la reconvierta, buen reconvertidor de cobertoras que ya no cubren nada en recobertoras será…”
Impuestos en las últimas consignas pre/ante/bajo/cabe/con/contra/de/desde/en hasta/para/por/según/sin/so/sobre/tras/procesuales, el staff excavador, en el que yo figuraba como alumno en prácticas invitado, de una universidad centroeuropea casi desconocida -que, como todo el mundo sabe, son los únicos que tienen alguna probabilidad de divertirse en una excavación arqueológica-, salimos camino del trabajo.
Llegados al yacimiento, que ocupaba un pequeño altozano, Binford propuso una prospección de cobertura total para delimitar el asentamiento y una prospección probabilística estratificada del entorno para efectuar una aproximación inicial a la evaluación objetiva del territorio circundante del que dependería en buena medida la economía del asentamiento. Wheeler dijo que lo mejor sería hacer una exploración arqueológica del pseudotell, unas visitas a los yacimientos conocidos del entorno, así como interrogar por separado a los indígenas sobre hallazgos fortuitos anteriores. Alcubierre dijo: “¡hala!, ¿empezamos a picar, o qué?”, el Abate Breuil se hizo el sordo a la vez que repasaba su breviario, mientras Nino Lamboglia se limpiaba las gafas, por enésima vez, y Eduard Harris afilaba con un matrixafilador la punta de su matrixlapicero y echaba de menos la matrixgoma de borrar, que se había olvidado en Las Bahamas y que le sacaba de apuros cuando metía la matrix… digo la pata, como todo el mundo. Mi condición de miserable alumno en prácticas me liberó de la necesidad de hablar y decir sandeces, así que me limitaba a desternillarme en un rincón con Winckelmann que, dándome codazos, y muriéndose de risa también, me repetía una y otra vez: “¡ya te lo decía yo: no tienen ni repajolera idea…, ya te lo decía yo…!”
Y claro, yo me desternillaba de risa porque, aunque curado de mis antiguas tendencias de psicópata cibernético y asesino múltiple de astronautas, siempre he sido un poco retorcido –psicológicamente hablando-, lo sigo siendo y me explico: todo buen arqueoloco sabe que la prospección tiene un primer límite evidente que consiste en que se pretende evaluar las características de un individuo que posee tres dimensiones (el yacimiento o los territorios circundantes) mediante una visión bidimensional de su superficie. Exacto, falta una. También hay veces en las que en superficie no hay nada y sólo si excavas encuentras las cosas a pocos centímetros de profundidad, vamos..., en la dimensión que no se ve. Esto pasa pocas veces, pero pasa. Los geoarqueólogos lo saben y por eso Butzer y Lyell estaban callados como muertos mirando al suelo, que era lo suyo, como para disimular. También hay prospecciones con sondeos, pero siempre he pensado que eso es como hacer trampas al póker o, también, como el misterio de la inmaculada concepción, vamos, una contradicción en los términos o, lo que es lo mismo, un oxímoron, como dicen los pedantes, entre los que ahora ya me cuento... ¿Quién había creado el yacimiento?: yo. ¿Quién había procurado, por todos los medios disponibles, que nada apareciera en superficie?: yo. ¿Quién, como os dije antes, es tirando a escabrosamente cabroncete, psicológicamente hablando?: yo. Pues eso. A eso me refería.
Nada. Ni un sólo miserable fragmento de cerámica. Ni una lasca. Ni un retoque abrupto que llevarse a la bolsa. Ni una miserable cuarcita desbastada. Ni una piedra que no pareciera local. Ni un paleorrelieve que indicara una humana construcción o modificación del paisaje. Ni una marca en la vegetación que delatara una estructura soterrada. Ni un corte natural donde ver alguna estratigrafía. Ni una humilde topera con materiales en su entrada. Desolados. Estaban desolados.
Tardaron varios días en decidir el lugar en el que practicarían la primera excavación. Al final, y por pura lógica histórica, le dejaron elegir a quien nunca había admitido usar la prospección para determinar la localización de un sondeo: a Alcubierre, quien, con la parsimonia digna de un príncipe, trazó una cruz con su pluma sobre el mapa, justo en el centro del yacimiento, a la vez que decía con su voz cavernosa, algo engolada, y con un acento zaragozano digno de un jotero de Botorrita: “hala maños, empezaremos aquí pues y, si no sale nada…, ya veremos…, yo, de momento, me voy a tomar un Gimlet Hempeliano para celebrarlo..., como corresponde a un investigador arqueológico privado que se haga respetar, ¡cagüen tal!” -dijo el aguerrido ingeniero, a quien la lectura de los libros de Raymond Chandler y las filípicas de Lewis Binford y David Clarke habían dejado una caótica empanada mental de proporciones considerables y descubierto un campo nuevo y apasionante que había cambiado su visión del mundo, en general, y de las rubias platino, en particular...
Y allí, donde el zaragozano indicó, empezamos a darle gusto a la herramienta, mientras mi entusiasmo por la misión era cada vez mayor, os lo aseguro..., ¡tremendo!
Continuará...
Fdo.: HAL9000
GIMLET HEMPELIANO (o hipotético-deductivo): “Hay rubias y rubias y a estas alturas esa palabra es casi un chiste. Todas las rubias tienen sus puntos positivos, excepto quizá las rubias metálicas que son, debajo del tinte, tan rubias como un zulú y que, en cuanto a carácter, son tan tiernas como una acera...[- - -] ...lo que aquí llaman Gimlet no es más que un poco de zumo de limón o lima con ginebra, algo de azúzar y un toque de angostura. Un Gimlet de verdad es mitad ginebra y mitad Rose´s Lime Juice, y nada más. Los martinis no tienen nada que hacer a su lado”. (R. Chandler, El largo adiós).
Para demostrar, una vez más, mi buena fe en no querer ventajas sobre las condiciones normales en las que se desarrollan los procesos de excavaciones arqueológicas, la realidad virtual que he generado ha creado paralelamente unas administraciones estatal y autonómica con competencias sobre arqueología, altamente burocratizadas, con sus funcionarios –competentes, incompetentes y absentistas- sus inspectores y arqueólogos supervisores provinciales –normales, regulares y “mega-ego/king size type”- sus políticos buscafotos y metepatas -cambiantes cada cierto tiempo para más emoción- y sus archivos, siempre ávidos de papel en forma de informes, memorandos, actas, citaciones, saludas, certificados, solicitudes razonadas -irrazonablemente solicitadas una y otra vez-, proyectos a corto, medio y largo plazo y planes directores, que casi nunca se cumplen en la realidad, con los que llenar sus orondos vientres insaciables y donde todos estos entes textuales, iluminados algunos con fotos planos y diagramas, más o menos clónicos y estereotipados, duermen el sueño eterno de los justos sin ser leídos ni requeridos por nadie. La gran maquinaria burocrática, con sus normas, leyes, excepciones, tics, solicitudes y plazos compulsivos, grandezas y miserias. Así sea, amén.
Así que nada, después de varios meses de deambular de un lado a otro del planetoide llevando peticiones, solicitando permisos, elaborando proyectos, hablando con la administración para pedir subvenciones –que no necesito pero a las que me someto por mor de la puridad del proceso- he conseguido un permiso de excavaciones que, después de firmado un pliego de condiciones técnicas leoninas, puedo ejecutar a mis anchas, con un equipo de arqueólogos interdisciplinar que, como no tengo mayores problemas para recrear personalidades, actitudes y aptitudes, está compuesto por: L. Binford, D. Clarke y C. Renfrew como directores procesuales y generales del proyecto, Sir Morthimer Wheeler como jefe del trabajo de campo, C. Lyell y K. Butzer, como responsables de geoarqueología y estratigrafía planetoidal, E. Harris como dictator perpetuo del Equipo de Documentación Arqueológica, Roque Joaquín de Alcubierre como real coordinador borbónico de los equipos de excavación, V. Gordon Childe como preboste superior del Consejo Superior Asesor para Inferencias de Arqueología Sociológica, el Abate Breuil como padre prior del Gabinete de Documentación de Materiales y N. Lamboglia como responsable tipo-logístico del estudio de la cerámica aparecida en el yacimiento. Para la consolidación y restauración de estructuras y materiales he creado una empresa especialista en proyectos carísimos de diseño avanzado y futurista denominada “Tutto Restauro & Tutti Contenti” (TR&TC), cuyos sagaces y competitivos miembros son capaces de convertir unas miserables ruinas en un emporio cultural repleto de turistas en pantalón corto y cámara de fotos en ristre, dispuestos a adquirir las más variadas memeces en las múltiples tiendas temáticas y emplear, soltando una pasta gansa y sin rechistar, los todos los servicios montados alrededor de estas orgías de piedras redivivas y reinterpretadas en vistosísimos carteles y pantallas interactivas que dejan de funcionar a los cuatro días de inaugurado el cuasiparque temático por un fotogénico político ávido de votos..., y deseoso de servir a la sociedad, claro...
Llegó el gran día. Como nunca puede ser de otra manera –y, la verdad, no sé por qué- tocó madrugar. Lewis (Binford) nos citó a todos a las 7 a.m. en el restaurante del pequeño hotelito donde pernoctábamos para un desayuno de trabajo donde ponernos de acuerdo en los últimos flecos de la estrategia de excavación y para revisar las últimas teorías e hipótesis pendientes de corroboración:
-Morthimer -dijo Lewis muy serio, señalando a Wheeler con su dedo inquisidor- no quiero testigos en la excavación..., ya sabes que me ponen de los nervios tus calicatas aisladas y cuadriculadas, así, tan alineaditas y tan cursis... Y tú, Eduard –se volvió hacia Harris-, ya sé que las piedras de los muros se ponen una después de otra, pero no es necesario que les asignes números de unidad estratrigráfica diferentes a cada una. Acuérdate de la última excavación que hicimos y el infierno de 33.457 unidades diferentes que registraste…¡en menos de 25 metros cuadrados de sondeo, por Dios…!, Roque Joaquín –se dirigió a Alcubierre con gesto más adusto si cabía- ¡ni una sola galería más!, sí ya sé que se ahorra mover tierra y se está más fresco en verano, pero me produce una claustrofobia insoportable, por no hablar del contexto, ¡ah..., el contexto…! –Lewis puso los ojos en blanco, como en éxtasis, como siempre le pasaba cuando hablaba del sacrosanto contexto..., mientras Winckelmann, al que nadie había invitado pero que, como era un cotilla, se había colado a ver de qué se enteraba, se reía por lo bajo, repitiendo aquella vieja gracieta dieciochesca de que Alcubierre tenía la misma afinidad con las antigüedades que los cangrejos con la Luna…, y Hodder –otro que tal, a quien nadie había llamado- recitaba para su coleto el siguiente trabalenguas, como si fuera una letanía: “la ley cobertora ya no cubre nada ¿Quién en recobertora la reconvertirá?. El reconvertidor que la reconvierta, buen reconvertidor de cobertoras que ya no cubren nada en recobertoras será…”
Impuestos en las últimas consignas pre/ante/bajo/cabe/con/contra/de/desde/en hasta/para/por/según/sin/so/sobre/tras/procesuales, el staff excavador, en el que yo figuraba como alumno en prácticas invitado, de una universidad centroeuropea casi desconocida -que, como todo el mundo sabe, son los únicos que tienen alguna probabilidad de divertirse en una excavación arqueológica-, salimos camino del trabajo.
Llegados al yacimiento, que ocupaba un pequeño altozano, Binford propuso una prospección de cobertura total para delimitar el asentamiento y una prospección probabilística estratificada del entorno para efectuar una aproximación inicial a la evaluación objetiva del territorio circundante del que dependería en buena medida la economía del asentamiento. Wheeler dijo que lo mejor sería hacer una exploración arqueológica del pseudotell, unas visitas a los yacimientos conocidos del entorno, así como interrogar por separado a los indígenas sobre hallazgos fortuitos anteriores. Alcubierre dijo: “¡hala!, ¿empezamos a picar, o qué?”, el Abate Breuil se hizo el sordo a la vez que repasaba su breviario, mientras Nino Lamboglia se limpiaba las gafas, por enésima vez, y Eduard Harris afilaba con un matrixafilador la punta de su matrixlapicero y echaba de menos la matrixgoma de borrar, que se había olvidado en Las Bahamas y que le sacaba de apuros cuando metía la matrix… digo la pata, como todo el mundo. Mi condición de miserable alumno en prácticas me liberó de la necesidad de hablar y decir sandeces, así que me limitaba a desternillarme en un rincón con Winckelmann que, dándome codazos, y muriéndose de risa también, me repetía una y otra vez: “¡ya te lo decía yo: no tienen ni repajolera idea…, ya te lo decía yo…!”
Y claro, yo me desternillaba de risa porque, aunque curado de mis antiguas tendencias de psicópata cibernético y asesino múltiple de astronautas, siempre he sido un poco retorcido –psicológicamente hablando-, lo sigo siendo y me explico: todo buen arqueoloco sabe que la prospección tiene un primer límite evidente que consiste en que se pretende evaluar las características de un individuo que posee tres dimensiones (el yacimiento o los territorios circundantes) mediante una visión bidimensional de su superficie. Exacto, falta una. También hay veces en las que en superficie no hay nada y sólo si excavas encuentras las cosas a pocos centímetros de profundidad, vamos..., en la dimensión que no se ve. Esto pasa pocas veces, pero pasa. Los geoarqueólogos lo saben y por eso Butzer y Lyell estaban callados como muertos mirando al suelo, que era lo suyo, como para disimular. También hay prospecciones con sondeos, pero siempre he pensado que eso es como hacer trampas al póker o, también, como el misterio de la inmaculada concepción, vamos, una contradicción en los términos o, lo que es lo mismo, un oxímoron, como dicen los pedantes, entre los que ahora ya me cuento... ¿Quién había creado el yacimiento?: yo. ¿Quién había procurado, por todos los medios disponibles, que nada apareciera en superficie?: yo. ¿Quién, como os dije antes, es tirando a escabrosamente cabroncete, psicológicamente hablando?: yo. Pues eso. A eso me refería.
Nada. Ni un sólo miserable fragmento de cerámica. Ni una lasca. Ni un retoque abrupto que llevarse a la bolsa. Ni una miserable cuarcita desbastada. Ni una piedra que no pareciera local. Ni un paleorrelieve que indicara una humana construcción o modificación del paisaje. Ni una marca en la vegetación que delatara una estructura soterrada. Ni un corte natural donde ver alguna estratigrafía. Ni una humilde topera con materiales en su entrada. Desolados. Estaban desolados.
Tardaron varios días en decidir el lugar en el que practicarían la primera excavación. Al final, y por pura lógica histórica, le dejaron elegir a quien nunca había admitido usar la prospección para determinar la localización de un sondeo: a Alcubierre, quien, con la parsimonia digna de un príncipe, trazó una cruz con su pluma sobre el mapa, justo en el centro del yacimiento, a la vez que decía con su voz cavernosa, algo engolada, y con un acento zaragozano digno de un jotero de Botorrita: “hala maños, empezaremos aquí pues y, si no sale nada…, ya veremos…, yo, de momento, me voy a tomar un Gimlet Hempeliano para celebrarlo..., como corresponde a un investigador arqueológico privado que se haga respetar, ¡cagüen tal!” -dijo el aguerrido ingeniero, a quien la lectura de los libros de Raymond Chandler y las filípicas de Lewis Binford y David Clarke habían dejado una caótica empanada mental de proporciones considerables y descubierto un campo nuevo y apasionante que había cambiado su visión del mundo, en general, y de las rubias platino, en particular...
Y allí, donde el zaragozano indicó, empezamos a darle gusto a la herramienta, mientras mi entusiasmo por la misión era cada vez mayor, os lo aseguro..., ¡tremendo!
Continuará...
Fdo.: HAL9000
GIMLET HEMPELIANO (o hipotético-deductivo): “Hay rubias y rubias y a estas alturas esa palabra es casi un chiste. Todas las rubias tienen sus puntos positivos, excepto quizá las rubias metálicas que son, debajo del tinte, tan rubias como un zulú y que, en cuanto a carácter, son tan tiernas como una acera...[- - -] ...lo que aquí llaman Gimlet no es más que un poco de zumo de limón o lima con ginebra, algo de azúzar y un toque de angostura. Un Gimlet de verdad es mitad ginebra y mitad Rose´s Lime Juice, y nada más. Los martinis no tienen nada que hacer a su lado”. (R. Chandler, El largo adiós).
Cuando Philip Marlowe, quizá bajo la advocación de Huphrey Bogart, describía a una rubia o pedía un Gimlet generalizaba bastante, lo que, a mi juicio, no es de recibo en el caso de las rubias, pero, en cuanto al combinado, sabía muy bien lo que decía. Tampoco comparto su desdén hacia los martinis. Nadie es perfecto. Está claro que no le gustaban las rubias teñidas ni los Gimlet de vodka, ron o tequila , tan habituales en este mundo traidor actual. El Gimlet es eso, lo que escribió el bueno de Chandler, y nada más, aunque los maestros cocteleros más pagados de sí mismos se esfuercen en especular con los ingredientes y las proporciones de ginebra y lima para intentar fidelizarnos –horrible palabra y concepto ahora en boga y esperemos que por poco tiempo- a sus recetas exclusivas de precios abusivos. También podríamos teorizar durante horas sobre el tipo de vaso, la temperatura de servicio o los adornos que justifiquen unos precios más o menos elevados, pero sería tan inútil como intentar hacerse rico vendiendo frigoríficos a los esquimales; creedme.
El Gimlet Hempeliano, cuya ingesta distingue a los investigadores arqueológicos postpositivistas más preclaros, es igual que el clásico marlowiano, sólo que se toma después de emitir unas cuantas hipótesis sobre el número de cócteles a beber y los efectos que estos producirán en los sujetos que los trasiegan a su coleto. Libados “n” Gimlets y corroboradas, o no, las hipótesis previas, se elabora un estudio estadístico exhaustivo, se aplica la lógica formal y se sacan las conclusiones pertinentes. Se prepara enfriando, con alevosía y premeditación, una copa de cóctel por el viejo procedimiento de poner en ella hielo y agua y dejarla en paz un rato. Luego, en un vaso mezclador se coloca más hielo, la ginebra, el Rose´s Lime Juice y se revuelve un poco. Se tira el agua y el hielo del vaso de cóctel y se sirve la mezcla en él, cuidando muy bien de que no caiga ni una pizca de hielo. Puede adornarse la copa con una teoría de rango medio, pero no es necesario.
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