Raedera transversal convexa. (Musteriense)
Cualquiera que sea capaz de distinguir un trozo de sílex, por ejemplo, de cualquier otra piedra y haya paseado por algún sitio donde lo haya -mejor por campos labrados- habrá visto que aparecen trozos fracturados que a su vez tal vez presentan en sus superficies negativos de otros saltados menores. Es normal, y no por ello son restos de una industria prehistórica.
Algunos se pueden reconocer fácilmente como de origen térmico, aparte de por su morfología –circular o elipsoidal que les asemeja a grandes lentejas o hemilentejas- porque carecen de los atributos que evidenciarían que se han desgajado del bloque del que formaban parte como consecuencia de la percusión o presión ejercida por algo o con algo: no tienen talón, que es el punto o plataforma donde algo percute o presiona, ni tampoco bulbo, un abombamiento o convexidad desarrollada junto a aquél como consecuencia de las ondas generadas por el impacto. Es como extraer con una cucharilla un trozo de helado en el centro de la superficie de uno de esos pedazos de “corte”: la cara exterior (dorsal) de ese pedacito sería plana y la interior (ventral) convexa. Una vez separado de la cucharilla no tendríamos ni idea de por dónde se le ha hincado el diente para extraerla. Nadie, ni siquiera Mikel Aguirre, podría hacer una extracción con esas características.
Otros trozos de ese campo tal vez sí presenten su taloncito y su bulbo, por lo que se han generado como consecuencia de un impacto en lo que ahora es el talón (volviendo al ejemplo del helado es como si la extracción la realizáramos desde un borde, aplicando la cuchara en algún lugar de una de las caras verticales de ese “corte”; esa cara vertical es equivalente a una “plataforma de percusión” y el trocito que de ella nos llevamos es el talón. Así que nuestro trocito de helado tendrá una cara dorsal, un talón, en este caso perpendicular a aquélla, y una cara ventral que ya no será igual a la anterior: será más ancha en la zona del talón (zona proximal) y acabará estrechándose hasta enlazar con la otra en el extremo opuesto, la zona distal). Pero ese golpe, ese impacto, no necesariamente lo ha tenido que dar un hombre; los cantos se han podido movilizar y chocar entre sí, ser golpeados por un arado, por una caballería (cuando las había). Incluso para hacernos darle más vueltas al pedrusco podría ser que sus filos presentaran otros saltados “a modo de retoque”.
Entonces ¿Cómo distinguir algo humano de lo que no lo es? Cómo distinguimos los objetos artificiales, que son el producto de una actividad proyectiva consciente, de los objetos naturales, los que resultan de la acción fortuita de fenómenos físicos.
En la mayoría de los casos no hay problema. Los criterios de la regularidad y de la repetición nos resuelven la papeleta. Lo primero supone que, salvo en el caso de las formas cristalinas, en la naturaleza no suelen darse aristas rectilíneas, simetrías… En fin, una típica punta de pedúnculo y aletas, una hoja de laurel, un bifaz lanceolado es bien improbable que puedan ser el resultado de cuatro coces dadas por un burro en una era o del deslizamiento de un canto por una ladera chocando aquí y allá. La repetición implica, como decía Monod, que “materializando un proyecto, artefactos homólogos, destinados al mismo uso, reproducen renovadamente, de modo muy aproximado, las intenciones constantes de su creador.” Esos artefactos homólogos en el campo de la prehistoria se constituyen en “tipos”; una raedera ladeada lo es, como lo es una limaza, un buril arqueado, una punta de Vachons, una de la Font Robert o un buril de pico de loro, y los tipos, o muchos de ellos, además, como decía Smith son significativos en el tiempo, en el espacio o en ambos. Memecio hablaba hace unos días de los “fósiles directores”.
Pero nosotros no estamos ante una situación obvia. Nosotros estamos en medio de un campo, con una lasca en la mano con cuatro saltados que parecen retoques. En este caso es muy importante el contexto. Cuando en el colgajo anterior hablábamos de la industria de Gona, al respecto de la misma Semaw indicaba en su publicación las condiciones sedimentarias en las que esas piezas habían aparecido: en un sedimento arcilloso, con ausencia de elementos groseros, depositadas en condiciones de baja energía (lo que supone que no había habido movilización, evidenciada también porque las aristas se presentaban vivas y no redondeadas), es decir, que argumentaba que no había habido procesos naturales que hubieran podido generar esos tipos de restos, que además hubieran sido extremadamente caprichosos al actuar (desprendiendo lascas) en un área muy concreta de las piezas y no en distintos puntos, cualesquiera, del perímetro de los cantos. Con nuestra lasca ocurriría algo parecido. Tendríamos que ver si la superficie de los negativos generados por esos saltados presenta las mismas características que el resto. Si por ejemplo la pieza está patinada y esos negativos no presentan pátina es que se han producido tiempo después (muy significativo); cómo se distribuyen y si forman una delineación continua; si son directos e inversos indiscriminadamente y aquí y allá, si la pieza está rodada, etc., etc., etc. Un conjunto de evidencias, en suma, que permiten afinar mucho aun en los casos más complejos.
Pero nosotros no estamos ante una situación obvia. Nosotros estamos en medio de un campo, con una lasca en la mano con cuatro saltados que parecen retoques. En este caso es muy importante el contexto. Cuando en el colgajo anterior hablábamos de la industria de Gona, al respecto de la misma Semaw indicaba en su publicación las condiciones sedimentarias en las que esas piezas habían aparecido: en un sedimento arcilloso, con ausencia de elementos groseros, depositadas en condiciones de baja energía (lo que supone que no había habido movilización, evidenciada también porque las aristas se presentaban vivas y no redondeadas), es decir, que argumentaba que no había habido procesos naturales que hubieran podido generar esos tipos de restos, que además hubieran sido extremadamente caprichosos al actuar (desprendiendo lascas) en un área muy concreta de las piezas y no en distintos puntos, cualesquiera, del perímetro de los cantos. Con nuestra lasca ocurriría algo parecido. Tendríamos que ver si la superficie de los negativos generados por esos saltados presenta las mismas características que el resto. Si por ejemplo la pieza está patinada y esos negativos no presentan pátina es que se han producido tiempo después (muy significativo); cómo se distribuyen y si forman una delineación continua; si son directos e inversos indiscriminadamente y aquí y allá, si la pieza está rodada, etc., etc., etc. Un conjunto de evidencias, en suma, que permiten afinar mucho aun en los casos más complejos.
Y todo esto viene a cuento de que anoche el Genaro, mientras echábamos unos tragos, me dijo que la viñeta con la que acompañé el último colgajo no le ha gustado mucho. “Leches, Jones…, es un poco tendenciosa, y ahora sólo nos faltaría que además de los canadienses, los chinos y los de Myanmar se nos echasen encima los arqueolocos…, menudo plan Jones, ¡menudo plan!”. “Venga Genaro, venga…, por Dios” respondió la Merche, “si no nos leen ni canadienses, ni chinos, ni birmanos, ni arqueolocos…, si no nos lee nadie”. “No sé, no sé…, en cualquier caso tampoco es cierto que le des una patada a un ‘choped’ y te salga un ‘chopintul’. La gente puede pensar que los arqueolocos son unos tarados que en cualquier pedrusco ven una intervención humana y…, oye, que eso no…, que eso no es así”, concluyó mientras se amorraba a un “sling” que hubiera hecho que HAL9000 se abriera los circuitos en canal.
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